¿Quién vende alegría?

Autor: Padre Tomás Rodriguez

 

 

En este mundo materialista creemos que todo se consigue con dinero, y no caemos en la cuenta de que todo lo que se consigue con dinero es de poco valor.

Hay valores espirituales, que no son fruto de un comercio, sino de un esfuerzo personal por conseguirlo con la garantía de que el resultado es siempre positivo, pues, mientras haya lucha y esfuerzo podemos ir con la cabeza erguida, a pesar de los fallos que podamos tener.

Un valor personal de tipo espiritual, intransferible, aunque sí contagioso, si se quiere reconocer y disfrutarlo, sin que disminuya en nada para quien lo posee, es la alegría.

Esta por ser virtud cristiana no se puede comprar, ni alquilar, ni heredar, sino conseguirla a base de esfuerzo personal.

Como virtud no se puede disfrutar sólo a temporadas, sino que tiene que ser algo constante, ya que entra a formar parte de nuestro ser.

Todo lo que compramos se esfuma, se pierde, o se gasta, sin embargo lo que llegamos a conseguir y hacerlo algo tan personal e íntimo como es la virtud debe acrecentarse cada vez más y no se puede uno despojar de ella.

No podemos preguntar por quién vende la alegría, sino fijarnos en quien la disfruta para aplicarnos a su consecución.

No andemos buscando por nuestro alrededor filones de alegría para luego poder explotarlos, sino entremos en nuestro interior y removamos todo aquello  que obstaculiza una paz y armonía con Dios, con los demás y, por supuesto, con nosotros mismos.

Podemos comprar una sonrisa, una aparente alegría, momentánea, pasajera; pero nunca la disfrutaremos sinceramente, si no es el resultado laborioso y muchas veces callado del esfuerzo de la virtud.