La alegría de la oración

Autor: Padre Tomás Rodriguez

 

El encuentro de personas, que se quieren, proporciona siempre la alegría, aunque el motivo sea triste, pues, quienes se aman tienden a estar juntos.

El móvil, el aglutinante y las consecuencias de encontrarse dos personas, que se quieren es el amor y esto produce siempre una alegría.

Nuestro encuentro con Dios por la oración debe proporcionarnos siempre una alegría, porque debe ser siempre un encuentro en amor, aunque tenga vertientes distintas, como puede ser de adoración, de alabanza, de acción de gracias, de petición.

A la oración de petición debemos de ir no a cambiar a Dios, como si fuéramos a hacer una compraventa, sino que tenemos que ir a cambiarnos en aquello que Dios quiere de nosotros, pues, es un desposeimiento de nosotros mismos para ponernos a disposición de Dios, esto es el amor auténticamente entendido, por eso produce en nosotros la alegría de amar, de querer aquello que quiere aquel que amamos.

En la oración vamos a ponernos en sintonía con Dios, esto nos produce una paz y alegría propia de aquellos que disfrutan en su interior  del amor de Dios.

Con la oración servimos a la Iglesia, pues, es la fuente y el término de nuestro compromiso a favor de los otros, y todo servicio por conllevar un sentido de utilidad produce en quien lo presta una paz, una alegría, la de sentirnos útiles en la vida y no en cualquier cosa, sino en algo grande como es en colaborar con Dios en establecer su reinado en las personas.

Nuestros reflejos de amor, por ejemplo, a la vida, a un ideal, etc..., son emanaciones de nuestro amor a Dios, quien quiere siempre nuestro bien, y lo descubrimos al entrar en diálogo con nosotros a través de los “signos de los tiempos”, de su Palabra, etc... Es entonces cuando descubrimos la necesidad profunda que tenemos en nuestra vida de la oración.

La oración nos mantiene unidos a Cristo, fuente de la auténtica y perenne alegría en el hombre.

Quien asiduamente acude a la oración habrá encontrado un refugio para sus momentos de abatimiento, una fuerza para las continuas luchas y combates, una luz para disipar las tinieblas de la inseguridad, de ahí que se puede considerar dichoso quien ha descubierto  y experimentado la alegría de la oración.