El fundamento de nuestra alegria

Autor: Padre Tomás Rodriguez

 

Hay un motivo fuente para que el cristiano esté alegre: Cristo murió y resucitó. No hay razón para que no estemos contentos, felices, alegres. Toda nuestra ilusión cifrada en Cristo ha encontrado un seguro apoyo, la “Buena Noticia” ha recibido el espaldarazo de la autenticidad.

El sabernos salvados nos tiene que proporcionar una gran alegría, pues, es el mayor bien del que podemos disfrutar.

De poco nos serviría el ser cristianos, si no aceptamos nuestra condición de tales, que nos exige el estar alegres, no sólo por el bien que individualmente nos proporciona, pues, la alegría es fruto de la salvación, sino signo de que estamos salvados, ya que no sólo lo reconocemos, sino que la aceptamos.

Esta alegría se experimenta en la vida de fe, de esperanza y de caridad, que hace de la asamblea de los creyentes un lugar y signo de la alegría de Dios.

La alegría indudablemente era un carisma de las primeras comunidades cristianas, pues, la vida de los primeros cristianos  llamaba la atención a quienes no lo eran, no les serviría de mucho atractivo, si no vieran un “algo” que les hacía preguntarse ¿Por qué viven así?.

Las enseñanzas de Cristo no sólo servían para revolucionar  a los individuos y a la sociedad, sino también para animarlos a vivir conforme a lo que profesaban, pues, la paz y alegría, que sentían, se traslucía al exterior.

A la luz de Cristo muerto y resucitado ellos se guiaban en su vida, era esta verdad la que les orientaba en las tribulaciones y hasta en las persecuciones.

¿Por qué recibían alegres la Palabra de Dios en las reuniones? ¿Por qué iban hasta gozosos al martirio? La razón es que el Espíritu Santo les infundía como fruto de su acción en los cristianos ese carisma de la alegría (Gal. 5,22).

Los mismos motivos que tenían los primeros cristianos los tenemos nosotros para estar alegres. Cristo murió, pero no quedó muerto, porque resucitó, por eso sigue inquietando a las personas y sigue arrastrando tras sí a sus conocedores generosos.

San Pablo nos dice que si Cristo no hubiera resucitado, los cristianos seríamos los más tontos, pero como resucitó somos los más dichosos, los más alegres y felices.