Eco de la alegría de Dios

Autor: Padre Tomás Rodriguez

 

En donde hay amor hay alegría, por eso en donde hay una nueva vida, hay siempre alegría.
Si la vida que existe a nuestro alrededor nos invita a la alegría, como puede ser el contemplar la Naturaleza con todas sus riquezas y bellezas, ¡Cuánto más al colaborar con Dios para que haya una nueva vida humana!
Cada niño que nace es un eco de la alegría que Dios comunica a la tierra.
Esta alegría se disfruta al contemplar a un niño, su hermosura, su gracia, y como nadie da lo que no tiene, por eso el niño comunica aquello que ha recibido de Dios, la alegría.
Dios sigue sembrando de alegría la faz de todo el mundo y no quiere que se pierda esa alegría propia suya, quiere que nosotros disfrutemos cada vez que un nuevo niño viene a este mundo. La alegría fruto del amor se prolonga en la vida de los niños.
Cada niño que nace siembra en nosotros la esperanza de que este mundo en que vivimos puede mejorar.
Los nuevos Herodes que cortan la vida recién brotada son personas que no saben interpretar el lenguaje con que Dios nos habla de alegría, fruto de una nueva vida por medio de esos espejos que en nosotros reflejan el gran amor que Dios nos tiene.
El mundo sigue interesando a Dios, porque siguen viniendo niños a alegrar este mundo agonizante por su materialismo, que no sabe distinguir el “eco de la alegría de Dios” en cada niño que viene a él.
Cada niño es el centro y la alegría del hogar, los niños son el termómetro de la alegría que existe en la humanidad.
Por una ley de vida los hombres con el paso de los años van desapareciendo de este mundo visible para pasar a poblar el otro mundo que nunca tendrá fin y en donde habrá una perpetua alegría, porque habrá una perenne y pujante vida.
La familia con niños es un hogar en donde le fuego está prendido y a cuyo alrededor se anima la vida de los que a él se acercan.
¿Qué niño nos invita a hacernos mejores de lo que somos?
¿Quién no percibe al contemplar a un niño el “eco de la alegría de Dios”.