Colabora a que el otro esté alegre

Autor: Padre Tomás Rodriguez

 

Hablamos de colaboración, no de imposición ni de suplantación en el otro de tus criterios y acciones.

La caridad nos lleva a ocuparnos, según nuestras posibilidades, de aquellos que están junto a nosotros, empezamos por el pensamiento, seguimos por el deseo y debemos de terminar en la acción.

Sin ser ingenuos podemos pensar bien de los otros, no atrevernos a juzgar sus actuaciones, porque los datos no son lo suficientes como para ser justos con garantía.

¿Quién nos quita el desear bien, felicidad, paz y alegría a todas las personas? El desear lo contrario tiene sus raíces en la envidia o tristeza personal, y esto produce en nosotros un malestar.

¿Quién nos impide el hacer el bien a los otros? Una sola cosa: El egoísmo. Si nosotros disfrutamos de una auténtica alegría, sabemos que el compartirla lleva consigo un aumentarla en nosotros y un colaborar para que los demás disfruten de ella.

Nuestro amor, traducido en respeto hacia los otros hace que nuestro deseo de compartir nuestra paz, felicidad y alegría, choque con la libertad de quien buscamos su bien, imponiéndonos el respeto a no obligar, sino simplemente a proponer nuestra ayuda.

Nuestra ternura y comprensión nos ayudarán a ocuparnos de los que nos rodean y a ese tender nuestro radio de acción en la medida en que podemos y nos dejan.

Este respeto en el trato con las personas  lo vemos en primer lugar en Dios, quien quiere que seamos felices y alegres, pero no nos impone el bien, sino que respeta el uso que hagamos de nuestra libertad.

Nuestra colaboración puede tener muchas modalidades, hay una que es muy eficaz y fácil de comprender: El que nosotros seamos felices, estemos alegres.

El testimonio del ejemplo será la colaboración más segura y convincente en esta tarea de colaborar a que quien  nos rodea esté feliz y alegre.

Nadie tiene derecho a ser feliz a solas, debe de trabajar, prestar ayuda para que otros también puedan serlo.

 

 

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