Madre, "No se turbe tu corazón"

Autor: Teresa Rosero

 

 

Las madres nos preocupamos por nuestros hijos desde que están en nuestro vientre.  Primero pensamos si nacerá bien, saludable y completo.  Más tarde nos ocupamos atendiéndolo minuto a minuto, y nos preocupamos si llora mucho, si tiene el peso requerido, si ya puede virarse, sentarse, pararse, caminar, hablar, o aprender.

Lo cierto es que las preocupaciones van creciendo al mismo ritmo que crecen los hijos. A mayor edad, mayor preocupación.   Y luego al casarse y tener hijos las preocupaciones se nos multiplican.  El yerno, la nuera, los nietos, se añaden a la lista de nuestras preocupaciones.

El Evangelio de este año, 2007, Sexto Domingo de Pascua, que se lee el domingo que corresponde al día de la madre, contiene el consejo perfecto de Jesús para todos los que como las madres, vivimos atormentados por el pasado, abrumados por el presente y  preocupados por el futuro.  El capítulo 14 del Evangelio de San Juan está lleno de consejos de Jesús a sus discípulos, quienes están preocupados por el futuro.  Esto que les dijo a ellos nos lo dice hoy a nosotros: “No se turbe tu corazón”. 

Y es que es en el fondo profundo de nuestro ser donde se originan nuestros temores, nuestras ansiedades.  Las madres no somos las únicas con preocupaciones. Hoy día hay mucha gente llena de estrés debido a las múltiples tareas y problemas diarios.  Pero, ¿Cómo evitar no estar invadidos de preocupaciones?  Jesús no sólo nos da el consejo; también nos da la solución.  Él nos promete enviarnos su Espíritu para llenarnos de su poder.

Efectivamente, el Espíritu Santo de Jesús es lo que todos necesitamos para liberarnos de temores, para llenarnos de paz, la paz que Jesús ofrece.  Ésta no es la paz del mundo que para unos puede ser igual a indiferencia; para otros puede ser un escape a la lucha, para otros es quizás el evitar enfrentar una realidad dolorosa.  La paz que ofrece Jesús es diferente y permanente.  Para conseguirla es preciso establecer una relación profunda con Él a través de la oración.  Es en esta conexión que Jesús habla al corazón y nos confronta con nuestra realidad dándonos pautas para lidiar con nuestros problemas diarios.  Es a través de la oración además que Jesús nos da la fuerza y el poder de su Espíritu.

En nuestra Iglesia conmemoramos la gran fiesta de Pentecostés, es decir, la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y discípulos.  Después de nueve días de oración se derramó sobre ellos y a partir de ese momento una gran transformación tuvo lugar en sus vidas.  De cobardes, miedosos y tímidos se convirtieron en valientes, decididos y confiados.

Lo que pasó entonces, sigue pasando.  El requisito es la oración.  El Espíritu Santo de Jesús es para todos.  Como vive dentro de nosotros, sólo hay que abrirse a Él.  Yo lo he experimentado muchas veces, y sé decir que cuando las preocupaciones de madre me abruman, y las tensiones de la vida me estresan, me pongo en presencia de Dios, me quedo quieta a sus pies, y le pido que me inunde de Su Espíritu Santo.  Con Él llega la paz y la confianza a mi corazón.  Yo sé que mis hijos, mis nietos, mis seres queridos, y mi futuro están en las mejores manos del mundo, las manos de Dios.

Las madres criamos nuestros hijos.  La mejor herencia que les podemos dejar es la transmisión de nuestra fe. Pidámosle a Jesús que nos llene de Su Espíritu Santo para que seamos transmisoras de Su Amor, de Su Poder y de Su Misión.  Nuestros hijos, una vez llenos del amor de Dios, serán también invadidos por su fuerza. 

¡Madre joven, abuela, mujer, tenemos una misión grande en la vida: llenarnos del Espíritu Santo y transmitirlo a nuestros hijos!  ¿Qué estamos esperando?  María, nuestra madre de los cielos, la mujer llena del Espíritu Santo, nos puede enseñar y guiar como hacerlo.  Muchas veces, ella no entendió los planes de Dios con su hijo; sin embargo, confió y esperó.  Nada la turbó, nada la desesperó porque el Espíritu moraba en ella.

¡Ven Espíritu Santo a morar también dentro de nosotros! ¡Inúndanos y empápanos de Ti! ¡Gracias Señor por el milagro de tu Espíritu Santo!