Cruz, Resurreccion y Pentecostés: Fuentes de alegria

Autor: Teresa Rosero

 

 

En el mundo cristiano se nos ha hecho mucho énfasis en aceptar el sufrimiento.  Ésta es una enseñanza excelente si con ella aprendemos también que el sufrimiento debe ser aceptado con alegría, y no con una actitud de víctima.

La base de esta enseñanza es que la Cruz y la Resurrección van juntas.  La Pasión y Muerte de Jesús están íntimamente ligadas a su Resurrección.  No se puede dar la una sin la otra.  Si desconectamos las dos, sufrimos un desbalance.  Si nos quedamos en el sufrimiento podemos convertirnos en vías dolorosas que nos llevan al Calvario y nos dejan ahí.

En el mundo hispano, tenemos una gran tendencia a poner más nuestros ojos en la Cruz que en la Resurrección de Jesús.  Un Cristo Crucificado toca las fibras más íntimas de nuestro ser.  La imagen de María al pie de la Cruz sufriendo por su Hijo ejerce una fascinación enorme en nosotros, porque nos ayuda a identificarnos con ella en el dolor.  Ciertamente, ella nos enseña allí cómo se debe enfrentar el sufrimiento: de pie, con entereza, y con profunda aceptación.  Lo que no debemos de perder de vista es que en esta aceptación hay en María una entrega completa de sí misma, alegre y voluntaria,  a la voluntad de Dios.  Sin duda ninguna, esta entrega la llenó de una paz verdadera y de una gran alegría, porque ella sentía y sabía que la Muerte de su Hijo traería Vida a todos. 

María no se queda en el Calvario. La encontramos más tarde en el Aposento Alto disfrutando la Resurrección de Jesús y esperando con fe expectante la promesa de Jesús de enviarles Su Espíritu. 

Precisamente, el Espíritu Santo de Jesús es el  secreto para enfrentar  las enfermedades y los sufrimientos con paz, y estar alegres aún medio del dolor.  

¿Pero cómo lograrlo?  Es preciso proponernos hacer prácticas diarias, cambiar nuestros hábitos.  He aquí algunas ideas:

1)    Practicar el desprendimiento. 

Hay un cuento corto en que el autor pregunta: “¿Quién es más feliz, el que tiene un millón de dólares, o el que tiene diez hijos?”…El autor responde que el que tiene diez hijos es más feliz porque está seguro que no desea más.  Ciertamente, mientras estemos deseando tener más y más, y mientras nuestros corazones estén apegados a cosas y personas, allí no habrá espacio para la fuente de la felicidad que es Dios.

Recuerdo también el cuento de aquella señora que se quejaba día y noche porque nada le parecía bien.  Hacía miserable su vida y la vida de los demás.  Un día, Jesús se le apareció y le dijo: “Aquí estoy, dime ahora todas tus quejas”.  Ella se quedó muda, y sólo pudo decir: “Ahora que te tengo a Ti, ya no necesito nada.”

2)    Practicar la presencia de Dios en nuestras vidas a través de la oración constante.

Sentirse hijo de Dios, amado y protegido por Él es un sentimiento de alegría que sólo se adquiere a través de la oración.  A Sus Pies uno aprende  a ponerlo todo en Sus Manos, de tal manera que las preocupaciones diarias ya no son un impedimento para sentirse contento.

3)    Practicar la sonrisa diaria, tratando de ver el lado positivo de las cosas.

Cuando escribo notas o mensajes, siempre incluyo una carita feliz.  Ella me recuerda que debo practicar la alegría, la cual  es una actitud, es decir una forma permanente de vivir, un hábito que es posible adquirir. 

San Pablo nos dice que dar gracias por todo es la clave para lograr estar siempre alegres.  En la Carta a los Filipenses 4,4 leemos: “Alégrense en el señor en todo tiempo...den gracias a Dios en toda circunstancia”. 

Demos gracias al Padre por habernos enviado a Su Hijo.  Unámonos a Él en Su  Pasión, en Su Muerte y en Su Resurrección, y pidámosle con fe expectante que Su Espíritu Santo venga a morar dentro de nosotros.  Allí, en la intimidad de nuestro corazón,  Él nos irá formando y transformando de tal manera que Su Imagen de paz y alegría se reflejará poco a poco en todo nuestro ser.  ¡Gracias Señor!

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