Llave

Autora: Susana Camps

 

 

La única manera de entrar en el Reino, que el Reino venga a nosotros, que podamos percibir su belleza y realidad en torno nuestro, es que muramos. Pero no físicamente, sino a nosotros mismos.

Para reconocer al Reino y participar de él, debemos (la “llave” que acciona la “puerta”): 

-         quebrantarnos, humillarnos, y reconocer a Jesús como Señor de toda nuestra vida, nuestras cosas, nuestro ser, nuestro porvenir. Doblar nuestras rodillas ante Él y Su Voluntad en nuestra vida, aceptando en cada tiempo lo que sabe que es mejor para nosotros,  aunque no lo juzguemos así.

-         Renunciar a nuestro yo, el ego, todo aquello que nuestra propia naturaleza nos impulsa a hacer, pensar u omitir.

-         Permitir que el Padre nos ame, dejarlo pasar a nuestra vida, dejarle tomar el mando. Consultarlo en todo, para que nuestros pasos se alineen con Su Voluntad.

-         Dejar de lado definitivamente nuestras tendencias, nuestras ganas e inclinaciones, para obedecer del todo sus mociones. Permitirle actuar en nuestra vida.

-         Comprender que la libertad que conocemos es la que nos esclaviza a Satanás, quien quiere seducirnos todo el tiempo con actitudes, pensamientos y proyectos que no sirven más que a satisfacer nuestro ego (y no precisamente para la construcción del Reino ni la edificación de nuestros hermanos); mientras que la obediencia al Señor nos da la verdadera libertad, la de los hijos de Dios, que nos permite realizarnos máximamente en lo humano y espiritual, porque todo lo encauzamos hacia Su Voluntad y para Su Obra, allí en donde y con quienes estemos.

-         Ser humildes y reconocer que sin Él no somos nada, y nada bueno podemos hacer, ya que nuestra naturaleza  todo lo tiñe de vanidad, orgullo y soberbia. Sólo Él es quien nos da lo bueno que somos o tenemos, nada es mérito nuestro, todo es Su regalo. Incluso lo que logramos, es por la fuerza que Él nos da, todas las virtudes nos las dio Él para que nosotros las cultivemos y perfeccionemos.

-         Comprender nuestra responsabilidad, en que cuanto más nos da, más nos pedirá: ésto es, que aquello que nos da gratuitamente, debemos usarlo para su Reino, en la proclamación del Evangelio de su Hijo, trabajando para Él, en todo tiempo, haciendo fructificar los dones que nos regala y repartiéndonos entre nuestros hermanos. Nada es para nosotros, todo se nos da para que lo aportemos en el plan de Salvación. Es necesario darse cuenta que no es aquí la meta, sino la Nueva Jerusalén, en la cual gozaremos de todos los bienes que hayamos ganado desde aquí, según nuestras obras e intenciones secretas del corazón.

-         Una vez accionada la “llave” (muerte a nosotros mismos), la “puerta” (Cristo, el Amado) nos llevará al Reino, donde encontraremos al Padre, y ambos, junto con el Espíritu Santo, vendrán a morar en nosotros, y nos enseñarán la voz de cada uno.

-         Y experimentaremos que es cierto que esa obediencia es suave, no pesa, gratifica, complace, sana (“ mi yugo es suave y mi carga liviana”) y que “nadie va al Padre sino por Mí”.  

Gloria a la Sma. Trinidad!