¿Jesús era feminista?

Domingo XXXIII del tiempo ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Sergio A. Cordova, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)  

           

Hoy en día se habla mucho de feminismo. En la década de los años sesenta se dio un “boom” al movimiento feminista, y los slogans en favor de la “liberación de la mujer” se han regado como pólvora en todas partes hasta el día de hoy. Ciertamente, hablar de la promoción de la mujer y defender su desarrollo y el valor de su dignidad es un gran avance. Sin embargo, no todos estos movimientos feministas han ido en una línea correcta de pensamiento, desafortunadamente, pues mientras hablan de “promover a la mujer y su dignidad”, la esclavizan bajo el poder de otras tiranías, tal vez peores. Los tan cacareados “derechos de la mujer” desembocan en el atropello de la dignidad sacrosanta del amor humano, del matrimonio y  de la vida de los no-nacidos, ya que esos supuestos “derechos” propugnan el libertinaje sexual, la posibilidad de recurrir impune y tranquilamente al aborto y a los medios anticonceptivos –si a la mujer así le place–, y al comercio más bajo del propio cuerpo en ara de pasiones sensuales y deshonestas. ¡Ah, eso sí!: ahora las mujeres son más “libres” que antes. Libres, ¿para qué? ¿A eso llaman “libertad y dignidad”?

            Es sabido que en el mundo antiguo –sobre todo en el Medio Oriente– la mujer no contaba, y valía lo mismo que un objeto o un animal de carga –y esto dicho sea con todo respeto, pues así era en la práctica–. Es más, hoy en día, en muchos países todavía es “usada” por el hombre como si se tratara de una posesión o de una simple “mercancía” del varón.

            La Sagrada Escritura nos presenta hoy un célebre elogio de la mujer, recogido en el libro de los Proverbios: “Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Vale mucho más que las perlas. Su marido se fía de ella y no le faltan riquezas. Le trae ganancias todos los días de su vida. Adquiere lana y lino, los trabaja con la destreza de sus manos. Extiende la mano hacia el huso y sostiene la rueca con la palma. Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre. Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura; la que teme al Señor merece alabanza”. Aunque es bello este elogio, tiene un defecto, que no depende obviamente de la Biblia, sino de la época en que fue escrito y de la cultura que refleja; y es que la mujer está enteramente en función del hombre. La conclusión sería: dichoso el hombre que tiene una mujer así. No creo que muchas mujeres de hoy se sentirían demasiado contentas con este elogio...

            Pero, para conocer el verdadero y definitivo pensamiento de la Biblia sobre la mujer, necesitamos ver el comportamiento de Jesús. ¿Era Jesús un feminista? Depende del tipo de feminismo del que hablemos. Del descrito al inicio, ciertamente no. Porque ése es sólo una excusa ideológica para tratar de encubrir y de justificar atropellos morales peores que los abusos que se pretenden corregir. Pero Jesús fue, sin duda alguna, un grandísimo defensor de la dignidad de la mujer, de sus auténticos derechos –de aquellos que realmente dignifican su ser–, y trató a la mujer con un profundísimo respeto y veneración. Jesús fue un “revolucionario” de su tiempo en materia de feminismo; del verdadero feminismo, del que eleva y ennoblece a la mujer.

            Y para darnos cuenta de esto, basta abrir las páginas del Evangelio, y ver cómo trata Jesús a las mujeres: a María Magdalena, a la samaritana, a la adúltera, a la pecadora pública, a Marta y María, a la viuda de Naín, a las mujeres que le seguían durante su ministerio público; y, en fin, a tantísimas mujeres que trató a lo largo de su vida. Siempre con el mismo respeto, dignidad, condescendencia y aprecio sincero. Más aún, con un amor puro, generoso y desinteresado.

            En nuestros días, el Papa Juan Pablo II es el máximo defensor de la causa de la mujer y el más auténtico promotor de su dignidad. En sus diversas encíclicas y en su abundante doctrina habla constantemente del “genio femenino”: de sus más nobles cualidades humanas, morales y espirituales, capaces de enriquecer al ser humano en su integridad, de conservar la belleza y grandeza del amor, la piedad, la espiritualidad; de promover la paz, la justicia, la comprensión, el desarrollo de todos los hombres, sobre todo de los más pobres y necesitados. El mundo y la Iglesia, sin el rostro y el corazón de la mujer, sería un mundo frío y sin alma. Y el Papa se expresa así de la mujer porque la contempla en el rostro y en el corazón de María Santísima, la “Mujer” por antonomasia. Por eso, todo su pontificado está resumido en estas palabras de su lema: “Totus tuus, Maria, ego sum”, “Todo tuyo, María, yo soy”.