La dramática historia de una viña

Domingo XXVII del tiempo ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Sergio A. Cordova, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)  

           

Nuestro Señor nos cuenta otra historia en el Evangelio de hoy. A Jesús le encantaba predicar por medio de parábolas porque así toda la gente le entendía con facilidad y cada uno podía sacar de ellas las enseñanzas y aplicaciones pertinentes para su propia vida.

            Hoy nos narra la historia de una viña y de unos viñadores. Y también en esta ocasión se dirige a los sumos sacerdotes y a los jefes del pueblo.

            Había un rico propietario que poseía una viña. Y, a pesar de ser el dueño, él mismo se encargaba de sembrarla, cuidarla, regarla, abonarla, escardarla, etc., labores todas más propias de un jornalero que de un hacendado. Pero en estos datos encontramos un mensaje muy rico y sugerente. Con esta descripción, nuestro Señor quería recordar a sus oyentes otra historia muy parecida que ya había contado el profeta Isaías a los israelitas ocho siglos antes: la canción del amigo a su viña (Isaías 5, 1-7). Allí aparece con una claridad meridiana el mensaje: el dueño de la viña es Dios, y la cuida con infinito amor y cariño; la planta, la riega y la abona con sus propias manos; le construye una cerca para protegerla de los animales selváticos; pero, en vez de darle uvas buenas, la viña le da agrazones. Entonces Dios se queja lastimeramente: –“¿Qué más podía yo haber hecho por mi viña que no lo hiciera? ¿Entonces por qué, esperando que diera uva buena, sólo dio uvas agraces?”... La viña es el pueblo de Israel, que no corresponde a todos los cuidados con que el Señor la ha tratado: ha sido ingrata e infiel. Ésta es la viña de la que nuestro Señor habla en esta parábola.

            Pero hay otro dato muy interesante: Cristo habla de viñadores crueles e inicuos, que matan a todos los enviados del dueño de la viña, hasta que, por fin, el propietario decide mandar a su propio hijo. Fijémonos muy bien en las palabras de los viñadores homicidas: “Éste es el heredero; venid, matémoslo y nos quedaremos con su herencia”. Y añade nuestro Señor: «agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron». ¿Verdad que nos queda clara la alusión a los profetas y a Jesucristo mismo? ¡Con cuán pocas pinceladas nos pinta el drama de la pasión que, dentro de poco, tendrá que padecer a manos de los judíos! También a Él lo agarrarán, lo empujarán fuera de la ciudad de Jerusalén y lo matarán colgándolo de un madero.

            “¿Y qué es lo que hará el dueño de la viña con esos viñadores?”–pregunta Jesús a los sumos sacerdotes. Y ellos se condenarán por su propia boca: –“Hará morir a esos malvados y dará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo”. ¡Ellos son esos viñadores homicidas!

            Esta parábola es la historia del pueblo de Israel. Y, después de la muerte de Cristo, el pueblo judío será dispersado y la viña pasará a otras manos. El antiguo Israel desaparecerá, la nueva viña será ahora la Iglesia de Cristo y los nuevos viñadores los Apóstoles, el Papa, los obispos y los sacerdotes.

            Sin embargo, esa viña también podemos ser tú y yo: tantos dones que hemos recibido de parte de Dios con tanto amor y delicadeza, y que, tal vez, no hemos respondido siempre a esos cuidados del Viñador celestial. Es más, quizá no le hayamos dado frutos buenos, sino sólo uvas amargas y podridas. Cristo está esperando que también nosotros “le demos los frutos a su tiempo”. ¿Qué frutos has dado a Dios hasta el día de hoy en tu vida? ¿Eres tú uno de esos viñadores homicidas que rechazan a Cristo con su rebeldía, incredulidad o indiferencia? Ojalá que no.