¡Una “Recomendación” de mucho peso!

Domingo XXIX del tiempo ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Sergio A. Cordova, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)    

 

Cuando alguien quiere ser admitido a una empresa o aceptado en un buen trabajo o cargo público, suele pedir una buena “recomendación” a amigos influyentes o bien acomodados… Parece que eso ha funcionado siempre así por la costumbre –no sé si buena o mala— de la gente. Pero el caso es que en tiempos de nuestro Señor sucedía también así. ¡Costumbres inveteradas!

Este domingo el Evangelio nos presenta a dos de los apóstoles, Juan y Santiago, pidiendo a Jesús una “recomendación”.. ¡y vaya recomendación! Diríamos nosotros que “se volaron la barda”. Le piden nada menos que sentarse uno a su derecha y el otro a su izquierda en su Reino. ¡Nada ambiciosos estos muchachos! Se imaginaban que muy pronto su Maestro sería proclamado y reconocido públicamente como el Mesías de Israel por las autoridades judías y, en consecuencia, quieren asegurarse ya desde ahora un “buen puesto” en su Reino. Tal vez aspiraba uno ser el Ministro de Exteriores y el otro de Gobernación, o algo parecido….

Según san Mateo, Juan y Santiago –que eran hermanos— mandan por delante a su madre para escudarse en ella y para que sus ambiciones quedaran un poco veladas, o porque bien sabían que la intercesión de una madre es casi infalible. El caso es que lanzan de cabeza a la pobre mujer para pedir a Jesús un puesto de honor para sus hijos.

La petición viene muy bien presentada bajo forma de fidelidad, de adhesión entusiasta y de amistad. Y seguramente sí albergarían estos dos apóstoles tales sentimientos. Pero mezclados también con su ambición personal, sus deseos de honores y dignidades, y un tanto de vanagloria. Ya en otras ocasiones nos hemos encontrado a los Doce discutiendo sobre quién de ellos era el más importante y quién tendría el mejor lugar en el Reino…. ¡Hombres con defectos, al fin y al cabo, como nosotros!

Pero lo más genial de todo es la respuesta del Señor y el desenlace. No los reprende abiertamente, tal vez porque también descubría en ellos buena voluntad y deseos sinceros de estar junto a Él. Pero sí aprovecha para darles una gran lección. “Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con el que yo me voy a bautizar?”. Es como si hoy, un político que quisiera ocupar un puesto importante en el gobierno, se acercara al presidente de la república para pedirle una famosa “recomendación”. Y como respuesta, comenzara a elencarle todos los deberes, responsabilidades y riesgos que comportaría su cargo… y luego le preguntara: “¿Estás dispuesto a pagar ese precio?”. El otro, después de tragar un poco de saliva, seguramente le respondería: “Pues sí, estoy dispuesto”. Y entonces, el presidente, con gravedad: “Mira, está bien, el precio lo pagarás; pero olvídate del cargo, porque no me toca a mí concedértelo”. ¡Vaya broma!, ¿no?

Pues es lo que les dice nuestro Señor a sus dos apóstoles: sufrirán y padecerán el martirio, pero del “carguito”… ¡que se olviden! Ése ya está reservado por el Padre. Es como si les dijera Jesús que con Él no se valen las “recomendaciones” ni las “mordidas”….

Pero eso no es todo. Lo más importante viene a continuación: “Los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y los grandes los oprimen. Vosotros, en cambio, nada de eso. El que quiera ser grande, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero, que sea esclavo de todos”. Y les pone su propio ejemplo: “Fíjense en mí, pues yo no he venido para que me sirvan, sino para servir y para dar mi vida por todos”. ¡Qué fuerte! Ya estas palabras lo dicen todo sin necesidad de comentarios…

¡Cuántas veces nosotros queremos sentirnos importantes y que la gente nos reconozca o que nos asignen puestos de honor y dignidad! Pues Cristo no ha venido para eso, y quienes nos llamamos y somos sus discípulos, tenemos que seguir el mismo caminote humildad, de caridad y de servicio. Él es el primero en darnos ejemplo: Él ha venido a servirnos y a dar su propia vida para salvarnos.

¡Ojalá que este maravilloso testimonio de nuestro Señor nos lleve a hacer nosotros otro tanto en nuestras relaciones con los demás! ¡Qué diferente sería el mundo, nuestra familia, nuestra comunidad si viviéramos un poquito como Jesús!