Dad al Cesar lo que es del Cesar

Domingo XXIX del tiempo ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Sergio A. Cordova, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)  

           

Hace un par de días tuve que hacer un viaje de Roma a Milán, y en el trayecto comencé a conversar con la joven que tenia delante de mi en el compartimiento del tren. Era universitaria. Le pregunté qué estudiaba y, durante el diálogo, nos fuimos adentrando poco a poco en temas de fe y de religión. Era una buena chica, en el fondo, aunque me decía que ella no creía mucho y que no frecuentaba la Iglesia. Me dijo que prefería ser una persona “coherente”, ya que tenía muchos conocidos que iban a misa los domingos sólo para que los demás los vieran y que, al salir de la iglesia, se ponían a criticar a los demás; y que, por tanto, ella prefería ser buena, aunque no fuera a misa, en vez de engañarse haciendo lo contrario. Obviamente, traté de aclararle las cosas y la invité a acercarse un poco más a la Iglesia sin preocuparse de las opiniones o conductas ajenas. Espero que ponga en práctica mis consejos.

            Yo creo que a muchos cristianos de hoy les sucede lo mismo que a esta chica del tren. Tal vez no practican suficientemente su fe o descuidan otros aspectos igualmente importantes de su vida cristiana, y luego tratan de justificar sus comportamientos excusándose en que los demás no lo hacen o en que prefieren ser “coherentes” pensando que es mejor ser “buenos” aunque no hagan oración ni vayan a misa ni frecuenten los sacramentos o las prácticas de piedad. Convendría, ciertamente, hacer aquello sin omitir esto último, pues es claro que lo primero no excluye lo segundo, sino que se complementan mutuamente.

Pues también el Evangelio de hoy nos tiene una respuesta a este problema. Un día se acercaron los fariseos a nuestro Señor para presentarle una cuestión: –“Maestro, ¿es licito pagar el tributo al Cesar o no? ¿lo pagamos o no lo pagamos?” Se trataba de una pregunta sumamente tendenciosa y malévola, porque si respondía que sí, lo acusarían ante el pueblo como traidor, ya que obligaba a la gente a pagar el tributo, que era el signo más claro de su sujeción al poder de Roma; y si decía que no, entonces lo acusarían ante el procurador romano como revolucionario y soliviantador de las muchedumbres. Con cualquier respuesta que diera lo podrían acusar y esgrimirla luego como argumento en su contra para condenarlo a muerte.

Nuestro Señor se da cuenta de su hipocresía y de su malicia, y se lo hace ver: “Hipócritas –les apostrofa— ¿por que me tentáis? Mostradme un denario”. Y viendo la moneda, les interroga el a su vez: –“¿De quién son esta imagen y esta inscripción?” Era clarísimo y no había lugar a dudas: –“Del Cesar”—le responden sin titubeos. Y Jesús, con esa firmeza, serena dignidad y majestad que siempre le caracterizaba, les dice: –“Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. ¡Magnífica conclusión que los dejó sin palabras!

            Esta es la respuesta que Cristo nos da hoy, también a nosotros y a todos aquellos cristianos que tratan de engañar su conciencia y de justificar su comportamiento con excusas fáciles para no cumplir lo que Dios nos pide: “Da al César lo que es del César” –es decir, cumple con todas las normas éticas del comportamiento humano, moral y social—; pero también: “Da a Dios lo que es de Dios” –o sea, que eso no te sirva de excusa para descuidar tus compromisos y deberes personales en tus relaciones con Él: la oración, la misa dominical, los sacramentos, las prácticas de piedad, etc.—.  ¡Esto sí que sería una verdadera incoherencia!