"Tú eres Pedro y sobre esta piedra..."

Domingo XXI del tiempo ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Sergio A. Cordova, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)  

           

Hace apenas tres semanas el Papa Juan Pablo II se encontraba de visita en nuestra querida y hermosa tierra mexicana –a la que también él ha llegado a querer con todo el corazón, como nos lo confesaba en la Misa de canonización de Juan Diego–, y todavía seguimos saboreando y gozando de esos momentos tan inolvidables.

            El martes 30 de julio, después de su estancia en Toronto y Guatemala, aterrizó en el aeropuerto internacional de la Ciudad de México. Viene –dijo– “para  rendir homenaje a la fe del pueblo mexicano y reconocer sus frutos de santidad”. Efectivamente, las primeras palabras que pronunció el Santo Padre en respuesta a la bienvenida ofrecida por el presidente Vicente Fox, fueron: “México, siempre fiel”. Y a continuación expresó “su inmensa alegría al poder venir por quinta vez a esta hospitalaria tierra en la que inicié mi apostolado itinerante como Sucesor del apóstol Pedro”, confesando sus “sentimientos de afecto y estima por este pueblo, rico de historia y de culturas ancestrales”.

            Resulta casi imposible tratar de resumir en unas cuantas líneas todos los eventos que el entero pueblo de México vivió con tanta fe y emoción en esta histórica visita. Fueron apenas dos días y medio, pero vividos con una alegría e intensidad sin igual, como sólo nuestra gente sabe hacerlo. Todos recordamos con profundo gozo y gratitud hacia Dios nuestro Señor, y también –¿por qué no decirlo?– con  santo orgullo, los momentos que el Papa pasó ahora en nuestra tierra. Los recorridos por las avenidas de la Ciudad de México, abarrotadas de gente venida de todos los rincones del país para verlo –aunque sólo fueran unos pocos segundos–, para aclamarlo y para tributarle su adhesión incondicional y su amor entrañable como Vicario de Cristo en la tierra.

            ¿Quién no recuerda la emocionante Misa de canonización de nuestro querido Juan Diego, el primer indígena en toda la historia elevado a los altares? ¿O la beatificación de los dos mártires de Oaxaca? Las porras, los gritos de júbilo, las muestras de profundo cariño, las banderas, los bailes tradicionales de algunas de nuestras etnias, la belleza y unción de las ceremonias religiosas adornadas con rituales indígenas, la presencia en pleno de todo el Episcopado y del Gobierno Mexicano, además de otras personalidades eclesiásticas y civiles venidas de otros países de América Latina... En fin, todo lo vivido al lado del Santo Padre Juan Pablo II en estas breves jornadas le han vuelto a traer e México una renovada esperanza, fortaleza y una nueva confirmación en su fe, en su esperanza y en su amor a Cristo, a la Iglesia y a sus propios valores y tradiciones genuinamente humanas y cristianas. Y todo esto ha sido posible gracias a que el Papa ha venido una vez más como Sucesor del apóstol san Pedro y como Cabeza visible de la Iglesia Católica.

            El Evangelio del día de hoy nos presenta precisamente esta verdad fundamental de nuestra fe, sobre la cual se basan nuestras certezas y seguridades sobrenaturales: ¡Jesucristo fundó realmente su Iglesia y colocó a Pedro y a sus sucesores como piedra angular de la misma!: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. A ti te daré las llaves del Reino de los cielos, y lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo; y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”. ¡Esto es lo que da fuerza y solidez a nuestra fe, y por eso nos proclamamos, con santo orgullo, “católicos, apostólicos y romanos”! Este es un punto fundamental que, tristemente, niegan los hermanos separados, que se autodenominan “cristianos”– y que, dicho claramente– han abandonado la fe católica para pasarse a las diversas denominaciones protestantes.

            En el Papa los católicos tenemos un punto firme y seguro de nuestra fe porque Jesucristo quiso edificar su Iglesia sobre Pedro y sus sucesores. En sus enseñanzas y en su Magisterio pontificio hallamos una roca inconmovible de frente a los oleajes de confusión doctrinal que hoy en día se arremolinan por doquier, sobre todo en todas esas sectas que quieren asolar y engañar a los fieles católicos. En el Papa, en los Obispos y en los sacerdotes fieles –es decir, en todos aquellos que reconocen la autoridad del Romano Pontífice, siguen su Magisterio y transmiten sus enseñanzas– encontramos al mismo Cristo, Buen Pastor, que guía a sus ovejas a los pastos del cielo. ¡Escuchemos su voz, sigamos sus huellas, imitemos su ejemplo de amor, de santidad y de entrega incondicional para el bien de todos los hombres, nuestros hermanos. Que, después de este gran regalo que Dios nos ha hecho con la visita del Papa Juan Pablo II a nuestra patria, éste sea hoy nuestro compromiso: de vivir, defender y proclamar nuestra fe católica, en obediencia al Papa y a nuestros pastores; y, si Dios lo permitiera, también pedirle la gracia de morir por ella, como lo hicieron un día los cristeros y todos nuestros mártires. Que Dios así nos lo conceda y desde ahora proclamemos nuestra fe con nuestras propias obras.