¿Tienes tu talante de héroe o de mártir?

Domingo XIII del tiempo ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Sergio A. Cordova, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)  

           

El escritor francés Georges Bernanos, en su drama “El diálogo de las carmelitas” narra la historia de dieciséis carmelitas descalzas que murieron asesinadas durante la revolución francesa en 1790 y declaradas beatas por el Papa Pío X. Entre ellas se encuentra una monja muy joven –Sor Blanca–, de familia noble, pero muy miedosa. Tras diversas pesquisas, los revolucionarios arrestan a todas las monjas del convento, pero la monjita joven, aterrorizada, se esconde y escapa. Mientras sus compañeras religiosas son conducidas a la guillotina cantan en coro el Veni creator, el himno al Espíritu Santo. Van cayendo, una a una, y el coro se va opacando. Dos voces, una sola, silencio. Entonces, entre la muchedumbre se levanta otra voz nítida, casi infantil, que canta la última estrofa del himno mientras sube decidida, también Blanca, a la guillotina. El miedo superado hizo más puro y heroico su martirio.

            No es más héroe ni más valiente el que no siente miedo nunca, sino el que logra superarlo; y más hermoso cuando lo hace movido por la fe y el amor a Dios. Es muy digno de admiración aquel que, a pesar del terror que experimenta o del íntimo sentimiento de la propia fragilidad, que se agudiza ante la muerte inminente, se ofrece como víctima por Cristo y por la salvación de los hombres. Creo que ésta es una de las lecciones que nos da este drama de Bernanos: la fuerza de la fe y el heroísmo del amor a pesar del miedo y de la debilidad personal.

            “El que pierda su vida por mí, la encontrará”. Es una clara invitación de Cristo al heroísmo en la defensa de nuestra fe, si es preciso hasta el martirio, hasta ofrendar la propia vida por Él. Pero, ¿cuántos cristianos de hoy estarían de verdad dispuestos a hacerlo? ¿Tú?

            Esto es exactamente lo que hacían los primeros cristianos en tiempos de las persecuciones del Imperio romano, cuando profesar la propia fe acarreaba la proscripción pública y la misma condena a muerte. Esto fue lo que hicieron nuestros antepasados, no hace mucho tiempo, aquí en México, durante la revolución cristera. Y esto es lo que han hecho tantos y tantos mártires, hermanos nuestros, que han regado la fe con su sangre bendita, a pesar del temor o la fragilidad que experimentaran en su propia carne, como san Policarpo, san Cipriano o santo Tomás Moro; o aunque no fueran más que niños o adolescentes, como santa Inés, san Pelayo y santa María Goretti, mártires valientes de la fe y de la castidad. Muchos de ellos iban literalmente inflamados de amor a Cristo a la hoguera, a las fieras o al lugar del suplicio, como san Ignacio de Antioquía, san Juan de Brébeuf, san Pablo Miki y tantísimos otros, deseosos de inmolarse por amor a nuestro Señor, sin importarles la vida, los honores ni las glorias mundanas, según el sentir del mismo Pablo de Tarso: “¡Deseo morir para estar con Cristo!” (Fil 1, 23). Todos ellos nos han legado un testimonio heroico y sublime de fe y de amor a Jesucristo, que inflama y dilata el corazón.

            En un estudio muy reciente, el historiador Antonio Socci refiere que en dos milenios de cristianismo, se calcula que 70 millones de cristianos han sido asesinados por su fe; y de ellos, el 65% (45 millones y medio) son mártires del siglo XX. ¡El martirio no es algo “pasado de moda”! Juan Pablo II ha sido el Papa que más cristianos ha llevado a los altares –también en esto ha roto todos los récords– y, entre éstos, muchos han sido mártires que sufrieron la persecución por la fe de las más diversas formas, diseminados por la vasta geografía de los cinco continentes. Hasta el día de hoy ha proclamado ya 462 santos y 1288 beatos. Con todos estos hechos, ¿no será que el Papa nos quiere decir que el martirio es la condición del verdadero cristiano, también de nuestro tiempo? Ya Tertuliano decía que “sangre de mártires, semilla de nuevos cristianos”.

            Las palabras de Cristo son claras, y van dirigidas a todos, sin diferencia de edad, sexo o condición social: “El que pierda su vida por mí, la encontrará”. Aquí está el gran reto para todo aquel que quiera ser considerado un cristiano auténtico, no sólo de nombre y tradición, sino cristiano de verdad. Y es preciso comenzar YA, ahora mismo, a dar testimonio convencido de la propia fe con las obras. ¿Qué tipo de cristiano eres tú? ¿Tienes corazón y talante de mártir? Ellos dieron su sangre por Cristo. Y tú, ¿qué eres capaz de hacer por Él?