¿De que tiene miedo el mundo hoy?... ¿Y tu?

Domingo XII del tiempo ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Sergio A. Cordova, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)  

           

El famoso filósofo danés del siglo XIX, Sören Kirkegaard, sin lugar a dudas fue el precursor e inspirador del existencialismo contemporáneo. El clima y la educación que recibió en su niñez, caracterizada por la frialdad y la severidad, dejarán en él una fuerte impronta para toda su vida. Sus obras “Temor y temblor” –publicada en 1843– y “El concepto de angustia” –al año siguiente– reflejan esa profunda turbación emocional y dramática ansiedad que experimentó durante su breve existencia y representan, al mismo tiempo, el trasfondo de toda su obra filosófica y teológica. Su pensamiento influirá hondamente en el desarrollo filosófico, artístico y literario de la segunda mitad del XIX y la primera del siglo XX. En él se inspiraron muchos escritores de la así llamada “literatura de la inquietud”, con exponentes como Eugène Ionesco, Rilke, Kafka, Thomas Mann, Mauriac o Malraux. En la angustia kirkegaardiana hunde sus raíces gran parte del arte expresionista, con pintores como Van Gogh,  Picasso, Emil Nolde o Edward Munch, con su obra paradigmática “El grito”. Y en el campo de la filosofía nace, como consecuencia, el psicologismo mecanicista de Freud, la voluntad de poder de Nietzsche y el niquilismo o la “filosofía del absurdo” de Jean Paul Sartre y de Albert Camus.

            Toda esta corriente cultural contemporánea nos revela un mundo problemático y conflictivo; un ser humano con muchas divisiones internas, resquebrajado por dentro y acosado por el miedo, los complejos, la ansiedad e incluso, en muchos casos, también por la angustia y la desesperación.

            Y si a todo esto venimos a sumar los hechos históricos que han tenido lugar en el mundo en este último siglo y medio, podremos entender mucho mejor la enfermedad que padece el hombre contemporáneo: la revolución industrial del XIX con todo el progreso tecnológico tan acelerado y, al mismo tiempo, con esa inmensa secuela de injusticias sociales; las dos trágicas guerras mundiales, que sembraron millones de muertos, odio y destrucción por doquier; el despotismo nazi del III Reich en la Alemania de Hitler y el totalitarismo marxista-leninista de la revolución bolchevique en Rusia –regímenes ateos ambos, y completamente carentes de humanidad, de moral, y sin ningún tipo de escrúpulos–. Ésta es la herencia que hemos recibido en las últimas décadas del siglo apenas concluido. Ante un panorama de estas características, no es difícil comprender cómo la vida misma se ha llegado a vaciar de sentido en muchas personas y ambientes de nuestro mundo.

            La constitución pastoral Gaudium et Spes del Vaticano II, en los números 4 al 10, nos describe muy atinadamente la situación del hombre en el mundo de hoy: “El género humano –nos dice– se halla hoy en un nuevo período de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero”. Y, después de una fenomenología amplia y detallada, llega a afirmar que “todas estas transformaciones se realizan muchas veces bajo el signo del desorden y engendran o aumentan las contradicciones, los conflictos y los desequilibrios en los espíritus”. Y, en realidad, todos esos desequilibrios que fatigan al hombre moderno hunden sus raíces en su propio corazón: siente miedo, división interior, angustia, desesperanza. El Papa Juan Pablo II en la encíclica programática de su pontificado, Redemptor hominis, tras un perspicaz análisis, declara que el hombre de hoy “tiene miedo” porque se siente amenazado por un posible abuso de su propio poder destructor o manipulador, abandonado a su propia suerte, sin que la fe, la moral y la justicia puedan servir de freno y de guía en sus comportamientos... Y, después del 11 de septiembre, el hombre tiene más miedo al fanatismo –de cualquier signo–, a la amenaza de la violencia terrorista, al abuso de fuerza de los poderosos. Pero debería ser igualmente temible el hedonismo materialista, el relativismo moral y la indiferencia y el escepticismo religioso.

            Sin embargo, aunque el panorama mundial es oscuro, no todo es  negativo. En medio de las sombras, hay también muchas luces. Y el Espíritu Santo sigue soplando con ímpetu dentro de su Iglesia, suscitando hombres santos y de un grandísimo carisma. Todos los Papas del siglo XX han sido de elevadísimo talante humano y moral, desde Benedicto XV hasta Juan Pablo II. Y en este Papa la Iglesia y el mundo han encontrado un baluarte firme y un faro luminoso de esperanza.

            Quizá por todo lo que hemos dicho hasta ahora, las palabras del Papa Wojtyla, en la Misa del inicio solemne de su pontificado, aquel 22 de octubre de 1978, fueron precisamente éstas: “No tengáis miedo de acoger a Cristo y aceptar su poder... No tengáis miedo. Abrid las puertas a Cristo, abridlas de par en par... No tengáis miedo. Cristo sabe ‘lo que hay dentro del hombre’. Sólo Él lo sabe”. ¡Qué palabras tan proféticas y confortantes! El mismo Papa ha querido autoproclamarse en todos sus viajes apostólicos como el “testigo de esperanza” en un mundo enfermo y herido por la desesperanza. Y verdaderamente, ¡cómo ha transformado nuestra sociedad contemporánea!

            En el Evangelio de este domingo, nuestro Señor Jesucristo nos presenta este mismo mensaje y nos invita precisamente a no tener miedo. Si leemos con calma el pasaje de hoy, nos daremos cuenta de que, en un texto tan breve, Cristo repite tres veces la misma frase: “No tengáis miedo”.

“No tengáis miedo a los hombres. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No tengáis miedo porque vuestro Padre celestial cuida de vosotros”. Un mensaje de grandísima actualidad y urgencia. Parece que nuestro Señor está pensando en cada uno de nosotros, en nuestra generación del siglo XX y XXI, a pesar de que pronunció estas palabras por primera vez hace ya dos mil años. Y es que el mensaje de Cristo es siempre tremendamente actual.

            “No tengas miedo –nos vuelve a decir hoy– porque Dios está contigo y Él te protege. No tengas miedo porque el poder de Dios, su amor y su providencia son infinitamente superiores al poder humano y a todas sus amenazas juntas. Y aunque padecieras el mal y la muerte misma, no te olvides de que tienes un alma inmortal y Dios te dará vida eterna si vives para Él y lo obedeces”.

            ¿A qué tienes miedo tú? Tal vez miedo a la soledad, a lo desconocido, al futuro, a una grave responsabilidad, a tomar decisiones equivocadas o a fallar en la vida; tal vez miedo al fracaso, a las malas interpretaciones de los demás, a que te hieran o te traicionen; o miedo a tu propia debilidad, al sufrimiento, a la enfermedad, al dolor, a la muerte... Pero también para ti, personalmente, Cristo tiene una respuesta. Y te la está comunicando hoy en el Evangelio. No tengas miedo, pues sólo fracasa el que nunca lo intenta; el dolor es necesario para crecer; sólo teme el ridículo quien no sabe reírse de sí mismo; el pasado ya no puede herirte más, y el futuro todavía no está en tus manos. Si tienes miedo a la opinión de la gente, de todas formas opinarán de ti; la enfermedad y el sufrimiento sólo nos acercan a Dios si lo aceptamos y vivimos con fe y con amor. ¿Temes la oscuridad? Sólo en la noche podrás gozar de la belleza de las estrellas. Y la muerte no es el final, sino el más hermoso de los comienzos. ¡Confía en Dios y se te acabarán todos tus miedos y tus temores para siempre!