¿Has pensado alguna vez que...?

Domingo XI del tiempo ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Sergio A. Cordova, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)  

           

Dentro de cuatro meses exactos, el próximo 16 de octubre, el Papa Juan Pablo II cumplirá 24 aZos de pontificado. Y estoy seguro de que pasará a la historia como uno de los Papas más grandes que ha tenido la Iglesia a lo largo de estos veinte siglos de existencia. ¡Tántas cosas ha hecho y sigue haciendo por la Iglesia y por la humanidad este hombre tan extraordinario! Resulta sumamente difícil tratar siquiera de resumir las líneas maestras de su pontificado. Todo el mundo lo quiere o, al menos, lo respeta, admira y escucha: católicos y no católicos, creyentes de todas las religiones del orbe entero –protestantes, anglicanos y ortodoxos; musulmanes, judíos, budistas o hinduistas–, lo mismo que los no creyentes. Todos los hombres de buena voluntad, independientemente de su raza, lengua, color, cultura, religión, sexo o condición política y social, reconocen su gran autoridad moral y su liderazgo humano y espiritual fuera de lo común.

            Y, de todas sus actividades como Papa, tal vez los eventos más bellos y emotivos han sido siempre sus encuentros con los jóvenes. Enseguida “sintoniza” con ellos y se crea una relación sumamente cálida y un diálogo espontáneo, fresco y sincero con sus interlocutores. Se siente joven con los jóvenes y –como diríamos hoy, existe “muy buena química” entre el Papa y ellos–. Pero hay todavía mucho más que eso. Hay una verdadera amistad y comunicación espiritual; más aún, se crea una profunda “comunión” de corazones, de anhelos, de inquietudes, de ideales. Los jóvenes “entienden” al Papa porque el Papa los entiende a ellos, los ama de verdad, como auténtico padre, y les habla con claridad, con sinceridad, sin engaZos ni rodeos. Él les dice las cosas como son y sin fáciles lisonjas; se dirige a ellos con el lenguaje de la verdad y del amor. Y el joven lo capta y lo siente enseguida porque es noble por naturaleza, y tiene un alma grande, sueZos de héroe, vuelos de águila, anhelos infinitos. El joven ama el heroísmo, los retos ambiciosos, las grandes hazaZas; se enamora de ideales sublimes, le fascinan las alturas y los horizontes vastos como el mar o como el espacio sideral. Los jóvenes somos así: un tanto idealistas y soZadores, pero con ansias infinitas y deseos inacallables de eternidad. Y es que –como diría aquel famoso pensador romano del siglo I de nuestra era–  “hemos nacido para cosas más grandes, magníficas y maravillosas”.

            Por eso, cuando nos encontramos con una persona tan excepcional como este Papa, con un hombre tan fuera de serie, con un líder humano y espiritual de la talla de Juan Pablo II, que ama lo grande, lo noble, lo bello, que tiene aspiraciones de héroe y realizaciones de mártir y de santo, definitivamente, nos sentimos fuertemente atraídos y quedamos conquistados por él. Además, ¡es tan humano, tan bromista, tan afectuoso, tan fuerte, tan íntegro y tan entero!...

            ¿Sabes una cosa, joven amigo? ¿Puedo hacerte una confidencia personal? ¡Yo fui ordenado sacerdote por este hombre santo, hace ya varios aZos! Y desde entonces he sido profundamente feliz y me he sentido completamente realizado. No cambiaría este tesoro por nada del mundo. Te podría contar tantísimas cosas, historias, experiencias, anécdotas bellísimas que me han sucedido, pero nunca acabaría.

            Bueno, pero he llegado a lo que quería decirte: ¡el Evangelio del día de hoy es especialmente PARA TI!. Fíjate bien:“Al ver Jesús a las gentes –nos dice san Mateo– se compadecía de ellas, porque andaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor”. Si la persona del Papa nos atrae tanto, ¡imagínate cómo sería nuestro SeZor Jesucristo! Toda su personalidad era fascinante y cautivadora. Su palabra y su talante seducía a multitudes enteras. “Le seguían grandes muchedumbres de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén y de Judea, y del otro lado del Jordán” -nos cuenta el evangelista- “y mucha gente, oyendo lo que hacía, acudía a Él” (Mt 4,25; Mc 3,8). Él era de un corazón infinito, generoso, delicado, fuerte, noble, ¡todo lo que tú puedas soZar y pensar de un corazón humano! Él era verdadero Hombre. Y verdadero Dios. Su amor y su amistad no tienen medida, ni conocen límites ni fronteras. Él es el único que nos ama como somos, a pesar de nuestras limitaciones y caídas, y su amor es fuerte, incondicional, dulce y total. Él es fiel. Nunca nos engaZa ni nos puede fallar.

            “Jesús se compadecía de las multitudes”. El verbo griego del texto original -el que emplea aquí el evangelista– significa literalmente “se le conmovían sus entraZas”. Es un sentimiento profundamente humano, de una exquisita ternura paternal –o maternal–, como nos recuerda el profeta Oseas en aquellas palabras llenas de emoción, que nos hablan del amor de Dios a su pueblo: “Cuando Israel era niZo yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo... Yo enseZé a andar a Efraím, lo levantaba en brazos, pero no reconoció mis desvelos por curarle. Lo atraía con ligaduras humanas, con lazos de amor. Fui para ellos como quien alza a una criatura contra su mejilla, y me bajaba hasta ella para darle de comer...Se me conmueven mis entraZas y mi corazón dentro de mí...” (Os 11, 1-8). Éste es el amor de Dios a sus elegidos, el amor que Cristo nos tiene a cada uno de nosotros.

            Pero el de Cristo no es un sentimiento estéril, sino un compromiso eficaz y operante. El  fruto inmediato de esa compasión que siente hacia las multitudes es la elección de sus Apóstoles. “La mies es abundante –les dice–, pero los trabajadores son pocos. Rogad, pues, al DueZo de la mies que mande trabajadores a su mies”. Y a continuación aparecen los nombres de los elegidos: los doce Apóstoles, y los envía, haciéndolos partícipes de su propia misión.

            ¿Y no has pensado tú, querido amigo o amiga, que tal vez tu nombre podría estar también incluido entre éstos? ¿No has sentido alguna vez en tu interior la llamada dulce y serena del SeZor, que te invita a seguirlo y a ir detrás de Él? ¿No te estará diciendo que Él te quiere como amigo predilecto, como sacerdote, como religioso o religiosa, como misionero? O sin duda te llama a una vocación seglar de mayor entrega a Él y al apostolado. Dios ama a los jóvenes con un amor especialísimo, como se ama la vida, la pureza, la fuerza y la plenitud; y el reto que Él nos presenta es para almas grandes, para corazones nobles, para espíritus magnánimos y generosos como el tuyo.

            No tengas miedo a decirle que “sí”, como Pedro, Santiago, Juan o el resto de los Doce. Si Él nos da la carga, también nos también las fuerzas para llevarla adelante. Así nos lo atestigua el mismo Evangelio de hoy: Cristo da a sus Apóstoles el poder que necesitan para cumplir la misión que les encomienda. Y, además, Él está a nuestro lado, siempre nos acompaZa en nuestro camino.

            Así, pues, si sientes alguna voz dentro de ti o piensas que Cristo te puede estar llamando a seguirlo, sé valiente y generoso. ¡Te aseguro que no te arrepentirás jamás!