El Buen Pastor

Domingo IV de Pascua, Ciclo B

Autor: Padre Sergio A. Cordova, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)  

           

En algunos países de América Latina, en este domingo de Pascua, día del “Buen Pastor”, se celebra –además del Jueves Santo– el día de los sacerdotes. Gracias a Dios, nuestra Iglesia Católica cuenta con muchos y muy santos sacerdotes en todas las latitudes del mundo. Pero algunos de nuestros enemigos se han confabulado rabiosamente para atacarlos con calumnias de muy mal gusto, para desprestigiarlos y manchar públicamente su buena fama y reputación con mentiras soeces y deshonestas. Y, lo que es peor, algunos católicos inconscientes se han prestado como tontos útiles para hacerles eco y seguir su juego tan sucio y tan poco leal. Pero, en fin, si Cristo mismo fue perseguido y calumniado, no podemos esperar una suerte diversa para sus sacerdotes. Él mismo nos lo advirtió: “El discípulo no es más que su Maestro: si al amo le llamaron ‘Beelzebul’ –o sea, príncipe de los demonios–, ¿cuánto más a los de su casa?” (Mt 10, 24-25). Si nos calumnian injustamente, es señal de que vamos por el mismo camino que siguió nuestro Señor.

Pero, aunque es verdad que algunos pocos, poquísimos, sí han fallado –pues los sacerdotes son también seres humanos frágiles y pecadores– debemos hacerles justicia y reconocer públicamente que los buenos sacerdotes son, por fortuna, la inmensa mayoría, casi todos. Y se comportan como “buenos pastores”, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, el Buen Pastor.

Recuerdo con gran emoción las celebraciones del Jubileo de los sacerdotes del año 2000. Del 14 al 18 de mayo nos reunimos, aquí en Roma, alrededor de 9.000 sacerdotes venidos de toda la geografía mundial para festejar, junto con el Santo Padre Juan Pablo II, el gran jubileo de la encarnación y del nacimiento del Hijo de Dios. Se hizo coincidir esa celebración con el 80o. cumpleaños del Papa. Era evidente su felicidad. En los encuentros de estos días, además de compartir juntos la Eucaristía, el regocijo y los festejos al lado de nuestro Supremo Pastor, el Santo Padre, algunos sacerdotes ofrecieron un bellísimo testimonio de fidelidad en la vivencia de su sacerdocio. 

Varios de ellos, auténticos mártires en vida, sufrieron con heroísmo glorioso la persecución religiosa de los regímenes totalitarios. Sometidos a torturas, a humillaciones y a las más crueles vejaciones en su dignidad humana, permanecieron fieles a Cristo, a su fe y a su sacerdocio. Como aquel anciano sacerdote albanés, que fue arrestado en 1947 por falsas acusaciones, y nos contaba, profundamente conmovido, que había pasado toda su vida como prisionero y en trabajos forzados, y que había conocido la libertad a los 80 años, cuando en 1989 había podido celebrar su primera Misa en medio a la gente. ¡Qué santidad de pastores tenemos!

Todos nosotros, en las más diversas circunstancias de la vida, hemos tenido a nuestro lado a santos sacerdotes que nos han ayudado a mantenernos en pie, a pesar de las dificultades. Y a ellos les debemos la perseverancia en nuestra fe y en nuestra vocación cristiana.

Yo recuerdo con grandísimo cariño –y estoy seguro de que también tú, querido amigo lector– la figura de sacerdotes que han dejado una huella indeleble en mi existencia porque han sabido ser, como Cristo, “buenos pastores”. Pastores, sí; y también buenos, como auténticos padres, amigos y compañeros de la vida.
De san Francisco de Sales, aquel obispo inefablemente amable, dulce y bondadoso, la gente solía decir: “¡Cuán bueno debe ser Dios, cuando ya es tan bueno el obispo de Ginebra!”. Y se cuenta que un hombre incrédulo de la Francia del siglo XIX, alrededor del año 1840, fue invitado a visitar al padre Juan María Vianney, conocido como el santo Cura de Ars. Y, a pesar de haber ido en contra de su voluntad, después de conocerlo, exclamó: “¡Hoy he visto a Dios en un hombre!”.
Es impresionante también el testimonio que nos narró personalmente, hace algunos años, Mons. Tadeusz Kondrusiewicz, entonces Administrador apostólico de la Rusia europea y actual Arzobispo de Moscú: «Perni es una ciudad que se encuentra en los Urales y, durante el comunismo, había allí campos de concentración. Todavía en los años ochenta estaba detenido en ese lugar un sacerdote lituano, Sigitas Tamkjavicius, hoy obispo metropolitano de Kaunas. Después de la santa Misa los fieles me invitaron a visitar el cementerio. Me llevaron ante la tumba del primer sacerdote que había trabajado en esa ciudad, muerto en el siglo XIX. La gente me decía: “Durante sesenta años hemos permanecido sin iglesia y sin sacerdote, pero estaba esta tumba; y durante las fiestas veníamos aquí y rezábamos sobre esta tumba, incluso confesábamos nuestros pecados. Ninguno de nosotros ha conocido al sacerdote que está aquí sepultado. De él sólo sabemos lo que nos han contado nuestros abuelos. Y, sin embargo, durante estos sesenta años él, de modo invisible, ha estado presente entre nosotros, como si hubiera salido de la tierra para enseñarnos a ser fieles a nuestra vocación cristiana. Gracias a esta tumba hemos conservado la fe, que ahora renace y se refuerza”».

Gracias a Dios, en nuestra Iglesia hay muchos sacerdotes santos. Y, como éstos, tenemos legiones enteras y miríadas de ejemplos. Sacerdotes que, llenos de amor a Dios y a los demás, desgastan su vida en silencio y a escondidas, como la vela roja del Santísimo Sacramento que se consume de día y de noche en un continuo acto de amor y de adoración a Jesús Eucaristía.

Pero los sacerdotes también necesitan de nuestra oración y de nuestro apoyo, para que el Señor les dé a todos el don de la santidad y de la perseverancia en su vocación. Y oremos también por las vocaciones, para que el Dueño de la mies mande a su Iglesia muchos y santos sacerdotes según su Corazón: buenos pastores, como Jesús, “el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas”.