La única puerta de salvación

Domingo IV de Pascua, Ciclo A

Autor: Padre Sergio A. Cordova, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)  

           

Con frecuencia, en nuestro lenguaje cotidiano, usamos la imagen de la puerta para hablar de nuestras esperanzas de éxito o de los fracasos que golpean nuestra vida. Así, por ejemplo, cuando las cosas nos salen bien, decimos que “se nos están abriendo muchas puertas”; y, en cambio, cuando saboreamos la amargura del fracaso o no encontramos la respuesta que esperábamos en cualquier campo, decimos que “se nos cierran las puertas”.

            ¿Quién de nosotros no ha seguido con viva inquietud los dramáticos acontecimientos que están sucediendo en Medio Oriente desde hace ya varios meses? La situación se hace cada vez más crítica y el conflicto se agudiza con el pasar de los días, sin encontrar ninguna solución plausible. Y parece que todo el mundo está haciendo un esfuerzo por contribuir a la paz tan deseada: las negociaciones e intentos de diálogo, tanto por parte de los israelíes como de los palestinos, han fallado hasta este momento; la ONU y la Unión Europea también están haciendo grandes esfuerzos diplomáticos, al igual que los Estados Unidos, sin resultados palpables; la súplica de los franciscanos asediados por las tropas israelíes, la oración de todo el mundo cristiano, los diálogos diplomáticos y los llamamientos de los líderes religiosos de las diversas confesiones tampoco han sido escuchados; ni el grito constante del Santo Padre Juan Pablo II ha encontrado hasta la fecha suficiente eco en las conciencias de los dirigentes políticos. ¿Dónde y cuándo va a acabar todo esto? ¿Cuál es la solución a este intrincado conflicto?

            Cuando fallan todos los mecanismos humanos de la política y de la diplomacia internacional, y cuando ni siquiera la apelación a los derechos humanos o el recurso a la fe y a la religión -como los sinceros llamamientos del Papa Juan Pablo II- parecen tener eficacia, es entonces cuando resplandece como única respuesta válida la palabra de Cristo que escuchamos en el Evangelio del domingo de hoy: “Yo soy la puerta”. ¡Él es la única puerta de salvación de todos nuestros problemas y conflictos humanos! ¡Sólo en la intervención milagrosa de Dios se hallará la verdadera “puerta” de salida a este intrincado y complejo laberinto humano!

            Sí. En el Evangelio de hoy Cristo se nos presenta como la “puerta de las ovejas”, y afirma categórica y certeramente:“el que entre por Él, se salvará, y podrá entrar y salir, y encontrará pastos”. Sólo quien pase por Él tendrá la salvación, y esos pastos a los que se refiere son el alimento de vida eterna. Jesucristo, Redentor del hombre, es la única solución a todos los problemas humanos, pues “Él ha venido para que tengamos vida, y la tengamos en abundancia”.

            Pero esta verdad no es aplicable sólo a los graves y complejos problemas internacionales que azotan al hombre contemporáneo. También Él es la “puerta” de salvación para cada hombre en particular, en el recinto recóndito de su conciencia y de su vida íntima. Cuando parece que se nos cierran todas las puertas a nuestro alrededor por problemas personales o sociales; cuando nos azota el fracaso de una desgracia personal o familiar -una enfermedad o la muerte de un ser querido-; cuando, después de tantos intentos por superar algua situación difícil, miseria moral o carencia espiritual -llámese vicio personal, conflicto conyugal, problema familiar, fracaso profesional o de cualquier otra índole que sea-, todo parece desbarrancarse sin remedio al precipicio, sin hallar esperanza de solución humana, es entonces cuando se presenta nuevamente Jesucristo resucitado en nuestras vidas, y nos dice: “¡Ánimo! Yo soy la puerta. El que por mí entre, se salvará, pues yo he venido para que tengas vida y la tengas en abundancia”. Aquí está la respuesta a todos nuestros interrogantes y problemas existenciales. Sólo en Él tendremos vida eterna.