Juan Pablo II cumple 25 años com Papa, 

El mayor secreto de su pontificado

Autor: Padre Sergio A. Cordova, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)    

 

Permítaseme en esta ocasión, en lugar del Evangelio dominical, esbozar una reflexión sobre los acontecimientos tan significativos que estamos viviendo en estos momentos.

Hace apenas unos días celebramos los 25 años de la elección de Juan Pablo II a la cátedra de San Pedro. Y varios centenares de periodistas, fotógrafos y corresponsales de prensa y televisión se han dado cita en la Ciudad Eterna para cubrir estas conmemoraciones. Han brotado torrentes de artículos, editoriales y reportajes sobre la persona, la historia y el pontificado de este gran hombre y de este gran Papa que ha sido y es Juan Pablo II. No pretendo, pues, decir nada nuevo. Sólo deseo, modestamente, compartir con mis lectores una sencilla experiencia personal.

Estar en Roma en estas fechas es un privilegio singular. No todos los días podemos celebrar 25 años de pontificado de un Papa. Es más, en toda la historia del cristianismo, sólo Pío IX y León XIII han alcanzado el cuarto de siglo como timoneles de la nave de la Iglesia. Y en esta ocasión se han concentrado, como en el Jubileo del año 2000, miles de peregrinos venidos de todo el mundo para felicitarlo y agasajarlo con su cariño.

El 16 por la tarde, el Papa presidió en la plaza de San Pedro, en el Vaticano, una Misa solemne, en la que concelebraron todos los cardenales presentes en Roma y varios centenares de obispos y sacerdotes. Y el cardenal Ratzinger, en su saludo inicial, recordaba emocionado que, justamente 25 años atrás, a la misma hora, concluía el Cónclave que elegía al cardenal Karol Wojtyla como Sucesor de San Pedro, le agradecía su servicio como Supremo Pastor de la Iglesia y lo felicitaba a nombre de todos sus hijos fieles. Momentos históricos, bellos y emocionantes.
Yo me he preguntado en estos días cómo se podrían resumir en pocas palabras todos estos años de pontificado. Y no he sabido darme una respuesta adecuada. ¡Son tantísimas las facetas, los aspectos, las circunstancias, los acontecimientos, etc., que rodean la persona y la vida de Juan Pablo II que me resulta imposible tratar de resumirlo!... Su sola biografía –joven obrero, poeta y actor, escritor y deportista, filósofo y teólogo, exseminarista clandestino y luego sacerdote y arzobispo de Cracovia—; y ya como Papa, el itinerario de sus viajes, la enumeración escueta de sus actividades, la evocación de sus hechos o los datos de la estadística fría y objetiva de sus realizaciones bastarían para llenar cientos de páginas y de reportajes. Gracias a Dios, ya existen muchos de ellos. 
Se ha hablado del “Papa de los récords”, y es verdad. Su actividad apostólica y su ardor misionero incansable no han conocido jamás límites. Ha realizado 102 viajes pastorales fuera de Italia y 143 dentro del país, sumando un recorrido total de 1’163,865 kilómetros, o sea más de 28 veces la circunferencia de la Tierra o 3 veces la distancia entre la Tierra y la Luna. Ha creado 201 nuevos cardenales y nombrado más de 3,300 de los 4,200 obispos en el mundo. Ha declarado a 1,324 beatos y a 477 nuevos santos. Por no dar más que unas cuantas cifras. Todos los países del mundo han gozado de su presencia física y de su solicitud pastoral en una o más ocasiones –los que no le han prohibido su visita—. Y, por fortuna, además de Italia y de su Polonia natal, nuestro México ha sido uno de los países que más veces ha tenido la dicha de acogerlo en sus fronteras.

A todos los rincones del planeta ha llegado con su presencia y con su mensaje; pero, sobre todo, con su amor y su cercanía verdaderamente paternal. ¿Cómo olvidar ese primer viaje apostólico, precisamente a México, en el ya lejano 1979, que tan honda impresión dejó en su alma y marcó el estilo de su pontificado, como él mismo lo confesaría años más tarde?

Todos hemos encontrado en Juan Pablo II a un Padre y a un buen Pastor, a un “Mensajero de esperanza” –como él mismo se solía denominar en todos sus viajes—. Un Papa muy humano, que se supo ganar el corazón de todos los hombres desde el primer discurso que improvisó la tarde de su elección, en la plaza de San Pedro; que ha sabido sonreír y bromear, que se ha inclinado a abrazar a los infantes; a acariciar y a besar a los niños, a los enfermos y a los ancianos; a llevar una palabra de esperanza al corazón de todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sobre todo a los pobres y a los que sufren; que ha tendido a todos una mano franca y amiga, sin distinción de edad, sexo, raza, cultura o religión. Se ha acercado al mundo de la cultura y del pensamiento, de la política y de los problemas sociales para iluminar con la luz del Evangelio a todas las conciencias, sin condescender jamás con los errores morales en ningún campo. Ha hablado sin miedos ni cobardías sobre el tema de la familia y la defensa de la vida, la promoción de la paz, de la justicia y del desarrollo de todos los pueblos; ha defendido como nadie la dignidad de la mujer, la libertad y el derecho de los pobres, de los débiles y marginados. Se ha acercado a las otras religiones y se ha ganado su simpatía y buena voluntad, gracias a su humildad y al diálogo sincero construido sobre la verdad y la caridad. Y, sobre todo, ha tenido como interlocutores a los jóvenes, con quienes ha sintonizado tan profundamente y que ha conquistado sus corazones con la fuerza del amor y de los nobles ideales.

¡Podríamos seguir hablando del Papa Juan Pablo II y nunca acabaríamos! Pero yo tengo para mí una certeza: el mayor secreto de este pontificado es que este Papa es verdaderamente un hombre SANTO. Un hombre de una oración muy profunda, lleno de Dios y que ha tratado de vivir siempre con el corazón en el cielo. Todo lo que ha hecho como Papa no tiene, a mi juicio, otra explicación: su inmenso amor a Cristo, a la Virgen María y a todos los hombres, que le ha llevado a acercarse al mayor número de ellos, hasta los confines de la tierra, para conducirlos a Dios. Y ahora, en el ocaso de sus días, la heroicidad de su sufrimiento y el amor y serenidad con que lo lleva –que a todos conmueve, enternece e impresiona tanto— hablan al mundo entero de la santidad de este hombre. Confieso que, hace unos días, viví con honda conmoción interior la Misa del aniversario de su elección. Y tuve la vivísima impresión de estar participando en la Misa de un santo en la tierra: un santo que vive ya en el cielo sin dejar aún esta tierra; de alguna manera, ya ha entrado en la eternidad sin partir de este mundo. Éste es el mayor secreto de su pontificado. Y a todo esto llamo yo SANTIDAD.