El milagro mas grande del mundo

Solemnidad del Corpus Christi, Ciclo A

Autor: Padre Sergio A. Cordova, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)  

           

Hace años fue publicado un libro de Og Mandino, titulado “El milagro más grande del mundo”. Pero yo te quiero hablar hoy de otro milagro, todavía más grande e impresionante que éste. Pero antes permíteme que te cuente una experiencia de mi infancia.

Recuerdo que, cuando yo era pequeño, me fascinaban las películas y los reportajes naturalistas. Me hacían muchísima impresión los paisajes de la foresta centroafricana o de la selva de la Guinea ecuatorial, no sólo por su belleza natural, sino también porque mi fantasía infantil me hacía imaginar que todos los naturales de aquellas regiones eran caníbales y se comían a los exploradores europeos que acudían allá, ávidos de descubrir sus tierras. ¡Y en mi curiosidad de niño, me aterraba pensar que hubiera hombres que comieran carne humana!
Este domingo celebramos la solemnidad del Corpus Christi, y el Evangelio nos dice que tenemos que comer “carne humana” si queremos tener vida eterna. ¡Qué broma tan de pésimo gusto! Pero no es broma. Sólo que se trata de la carne de un Dios hecho Hombre: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. ¡Los judíos debían comer la carne de Jesús, si querían tener vida eterna! Y Jesús no se retracta ni rectifica su lenguaje, como para suavizar sus palabras y evitar el escándalo de sus oyentes. No. Ratifica lo dicho, y lo hace de un modo más claro y contundente aún: “Yo os aseguro que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. 

Pero, ¿Jesús se había vuelto loco? ¡Ellos no eran antropófagos! Aquello era como una blasfemia. Pero sí habían entendido bien: sus palabras no eran simbólicas o metafóricas. Cristo habla en un sentido literal, dando a sus expresiones toda la fuerza y la carga realista de su significado inmediato. Por eso nos dice el evangelista que “desde aquel momento muchos discípulos se echaron para atrás y ya no le seguían”, pues “duras eran aquellas palabras” . ¡Ésta es una llamada imperiosa a una FE mucho más profunda e incondicional!

Hay un pueblito al este de Italia llamado Lanciano, en la región de los “Abruzos”. Y toda su fama se halla vinculada a una historia real que aconteció alrededor del año 700. Se cuenta, en efecto, que una mañana, un sacerdote, monje basiliano, se encontraba muy oprimido en su interior por la duda sobre la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Y cuando celebraba la Santa Misa, después de la consagración, improvisamente vio que la Hostia santa se transformaba realmente en un pedazo de carne, y el vino en Sangre verdadera. El milagro se difundió enseguida por toda la comarca y el lugar se convirtió en un centro de intenso culto eucarístico desde entonces. En el siglo XX se realizaron numerosas investigaciones para verificar el fundamento científico del milagro. El doctor Edoardo Linoli –ilustre profesor de anatomía, histología patológica, de química y de microscopia clínica, y reconocido médico y científico de talla internacional– después de dos años de intensos estudios y análisis, el año 1971 confirmó que lo que hay en ese relicario es verdadera carne y sangre humana. Dos años más tarde, el doctor Giuseppe Biondini, famoso médico y biólogo italiano, logró interesar a un grupo de científicos de todo el mundo para hacer nuevas pruebas.

 Y después de 15 meses de serias investigaciones, llegaron a las mismas conclusiones. Más aún, esa carne era todo el tejido de miocardio y la sangre estaba todavía fresca. Aun hoy en día, a distancia de trece siglos, se conservan las santas reliquias en un ostensorio para veneración de los fieles. 

¡No eran cuentos chinos ni palabras de un loco las que Jesús pronunció aquella mañana en la sinagoga de Cafarnaúm hace dos mil años! ¡Eran una verdad más grande que una catedral! Y este milagro –como también el milagro de la Misa de Bolsena– lo atestigua.

Nuestra fe nos dice –y la misma ciencia la comprueba– que en ese pequeño trozo de pan consagrado y en ese vino eucarístico está realmente presente Cristo. Más aún, no sólo está, sino que ¡es el mismo Cuerpo santísimo y la Sangre preciosísima de nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre! Él es Dios Omnipotente y puede hacer lo que quiera con el pan y las cosas de la naturaleza. Y cada mañana se repite ese portento, éste ¡milagro más grande del mundo! Cuando el sacerdote, en la Santa Misa, repite las palabras consacratorias de la Última Cena: “Éste es mi Cuerpo. Ésta es mi Sangre”, el pan y el vino se convierten en Cristo mismo. En ese mismo Jesús que se encarnó en el seno purísimo de María, que nació en Belén, que curó a tantos enfermos y ciegos de nacimiento, que padeció y murió en la cruz por nosotros, resucitó al tercer día y vive para siempre en el cielo. Ese mismo Jesús está en la Eucaristía. ¿Crees tú esto? Sólo con la fe y el amor podemos adentrarnos en este misterio. Y si verdaderamente crees, ¡aquí tienes la solución a todos los problemas de tu existencia, porque Dios está contigo y dentro de ti!

Ojalá, pues, que cada domingo, cuando vayas a Misa y te acerques a comulgar, o cuando visites una iglesia y entres a la capilla del Santísimo Sacramento, te acuerdes de estas palabras y de este gran milagro que es la Eucaristía. Y con fe y con amor te postres a adorar a nuestro Señor. Yo te aseguro que en Él encontrarás todas las fuerzas que necesitas en ese momento, y quedarás completamente transformado y renovado por dentro.