Sexos: ¿competencia o complementariedad?

Autor: Rosa Martha Abascal de Arton

 

 

 

Cada día es más común, escuchar a jovencitas, maduritas y hasta mujeres ya entradas en años, referirse al novio, al esposo, al amigo, al jefe, o en general al hombre, en términos competitivos o despreciativos: “yo puedo hacerlo mucho mejor que el”, “no cabe duda que la mujer es superior” “¿para que carambas lo necesitas? ¡libérate de la esclavitud!”

 

A su vez, el hombre en general ya por miles de años, ha tratado a la mujer como un ser inferior, la mascota preferida, la esclava sin sueldo, el objeto de placer, la criada de confianza… no todos, pero si un gran número.

 

Es indudable, que el “ser hombre” o “ser mujer”, es un constitutivo de la persona, no es un accidente que puede ser cambiado o comprado en una tienda a placer. Es tan profundo, que impregna el ser y las operaciones del hombre y la mujer en tres dimensiones: la física, la psicológica y la espiritual.

 

En una unión sexual, el amor espiritual lleva al sentimiento, al deseo y se consuma en la unión física entre hombre y mujer. En una tarea o trabajo compartido, en el cual la visión común, la meta, el largo plazo, lleva a una compenetración psicológica, de acoplamiento, de ideas y se consuma en el  trabajo intelectual y físico realizado por un hombre y una mujer que resulta en la generación de un resultado concreto. Es cierto que éste podría ser llevado a cabo por dos hombres o dos mujeres, pero la experiencia demuestra, que el resultado de un trabajo de equipo de ambos sexos, tiene una riqueza insuperable.

 

Ambos tipos de relaciones, llevan a un acto de intercomunicación y complementación de índole personal, generando una vida, generando ideas, generando resultados, generando logros que de otra manera, no podrían ser alcanzables por la humanidad.

 

Así, podemos ver y decir sin temor a equivocarnos, que ser hombre o mujer, es ser dos versiones diferentes de un idéntico modo de ser: el de una persona. Cada una de esas versiones, tiene sus particularidades, “la masculinidad y la feminidad, no se distinguen tanto por una distribución entre ambos de cualidades o virtudes, sino por el modo peculiar que tiene cada uno de encarnarlas” (Blanca Castilla) por ello Ángelo Scola enfáticamente señala que la cuestión de la diferencia no es reducible a un simple problema de roles, sino que debe ser pensado con respeto a la esencia de ser hombre o mujer.

 

Se trata de que el hombre aprenda de la mujer y sus cualidades y viceversa, cada uno con su forma y esencia.

 

Así, podemos afirmar que un hombre puede ser delicado, detallista, humanitario, con corazón acogedor, y una mujer puede ser líder, racional, objetiva, sin dejar de ser cada uno hombre y mujer respectivamente.

 

Es absolutamente cierto, y más hoy en día, que la mujer y el hombre pueden realizar actividades que el otro sexo realiza con muy buenos resultados. Pero el punto no debe ser ese, sino que lo que debe regir a que actividad y de que modo se va a dedicar la persona a ella en la vida familiar y profesional, debe ser la idoneidad, las cualidades personales de el protagonista de las mismas, su modo de ser concreto con su visión concreta: su vocación que despliega la propia fuerza vital interior con la cualidad de ver, pensar y sentir masculina o femenina.

 

Hombre y mujer están llamados a construir la familia y la sociedad, cada uno a su manera:

 

  1. El varón, según demuestra Edith Stein, tiene como tarea prioritaria conocer y plasmar el mundo exterior, la sociedad, hacerla, recrearla como algo objetivo. Esto lo hace con inteligencia racional, fuerza física. Construye el mundo extradoméstico, lo goza y lo contempla, siendo su principal motivador, el mundo familiar. A su ver tiene tres debilidades principales:
    1. Extrapola con facilidad su actitud al mundo exterior hasta el punto de convertirse en esclavo de su propia tarea en detrimento de su integridad personal
    2. Su fuerza dominadora se extiende sobre todos los que puede de manera excesiva y sobre las mujeres en especial, llegando al grado de abusar de ella

                                                              i.      En cuanto al poder: yo hombre te domino a ti mujer porque soy superior a ti y por lo tanto te humillo

                                                             ii.      En cuanto al instinto: tu mujer estás para satisfacerme, esa es tu misión y te exijo que la cumplas.

    1. La pretensión de racionalizar todo al grado de negar los sentimientos en lugar de encauzarlos y sublimarlos. No los entiende y bajo esa premisa los niega, no existen para el
  1. La mujer, tiene una inteligencia sensible con la que contempla y goza el mundo para conocerlo, recrearlo y volcar en el su potencial intelectual, psíquico y afectivo. Así, se vuelca a sus más próximos: “en todas partes en donde ella ayuda a una persona a comprender el desarrollo de su camino hacia la meta en su despliegue corporal, anímico o espiritual, ella es madre”. Y con esa actitud sale al mundo exterior. También enfrenta tres retos principalísimos:
    1. Va a la persona, y en ocasiones se desvía hacia SU persona, su cuerpo, pues para ella el alma y el cuerpo están tan ligadas como lo demuestra la maternidad, de ahí su vanidad y necesidad de ser alabada
    2. Deseo desenfrenado de comunicación, con un interés excesivo y atosigante por los demás
    3. Su inclinación a la totalidad del ser humano, dispersa su fuerza, por lo cual no focaliza fácilmente y ataca superficialmente varios campos. Por ello es indisciplinada.

 

Hombre y mujer, al convivir, compartir y colaborar juntos, se complementan, aminorando así los defectos y debilidades y potenciando las cualidades y fortalezas.

 

De ésta manera la inteligencia racional masculina y la inteligencia sensible femenina, se entrelazan y complementan en la construcción del mundo exterior (sociedad) y el mundo interior (familia)

 

La tarea de conciliar la labor en sociedad y familia se ha “dejado” en exclusiva a la mujer, sin embargo, es una labor que debe también ejercer el varón para equilibrar sus actividades para el cumplimiento pleno de su vocación.

 

De ahí que hoy, más que nunca, debamos reformularnos una pregunta: ¿Están el hombre y la mujer para competir o para ser complementarios? De la respuesta que demos, y la actuación congruente con la misma, dependerá el presente y el futuro de nuestra familia y de nuestra sociedad.

 

Estoy convencida, como Edith Stein, como Karol Wojtyla y en congruencia con la naturaleza humana y la experiencia, que no hay mayor fuerza y realización de vida, que la que brota de una genuina y clara complementación entre hombre y mujer, pues de ella brota no solo la perpetuación de la especie, sino la existencia misma de un mundo humano en la extensión más profunda del término: fe, equilibro, Amor, desarrollo, libertad, visión, fuerza, esperanza… en una palabra FELICIDAD.