¿Lo fácil pero que se rompe? O ¿lo difícil pero que perdura? TU ESCOGES

Autor: Rosa Martha Abascal de Arton

 

Hay momentos en la vida que son como una filigrana, un finísimo encaje de brujas, o una porcelana francesa. Son momentos hechos de ternura, de amor, de comprensión, son instantes de compenetración en los que el alma vuela, el espíritu quisiera salirse del cuerpo, el estómago se siente vació, el corazón no cabe en el pecho, la luz de los ojos ilumina la oscuridad y las palabras son una melodía celestial.

Hay otros momentos en que todo es dolor, oscuridad, es descubrirse a uno mismo, es reconocer las miserias que somos, los defectos que tenemos, es forjar el carácter, moldear la voluntad, fortalecer el alma en el crisol de la autocrítica. Son momentos en los que la gente que nos ama, nos desnuda el alma, nos ayuda a descubrir quienes somos, porque somos así y como podemos ser mejores. Entonces, el corazón se arruga, el espíritu se encoge, solo hay sombras en los ojos, y las palabras se sienten como dagas.

¿Qué momento vale más la pena? ¿Qué circunstancia te ayuda a ser mejor persona? ¿Qué es más trascendente, un momento de placer tan frágil como un encaje o un momento de dolor que te forma como el acero?

La vida, por fortuna, no presenta una disyuntiva excluyente. Es decir, la mayoría de la gente puede disfrutar de la compañía de las personas a las que ama, viviendo esos momentos de filigrana, y a la vez compartir los instantes de la lucha diaria por ser un mejor ser humano, viviendo así el amor en plenitud, pues el amor es dolor y gozo, alegría y tristeza, lucha y victoria, pero siempre juntos, siempre de la mano, mirando hacia la misma meta.

Sin embargo, hay casos, circunstancias y personas que por diversas causas, tienen que elegir:
a. O vivir esos momentos de filigrana, esos instantes de cariño, comprensión, ternura, “amor” a costa de perder el rumbo
b. O afrontar su propia realidad, sus defectos, sus cadenas, desnudarse el alma dejándose ayudar para ser una mejor persona.

Entonces viene la pregunta trascendente ¿A dónde voy? ¿Qué quiero ser? ¿Para qué actúo? ¿Hacia dónde me dirijo?

A dicha pregunta debe venir una respuesta que no falla: ser felices. Toda persona quiere ser feliz.

El ser humano es un eterno buscador de la felicidad, puede buscarla como un vagabundo sin rumbo, sin tener el control de su vida, disfrutando momentos que fácilmente se rompen y desaparecen.

Pero también se puede buscar esa felicidad con las riendas de la propia vida en las manos, dirigiendo cada paso, cada mirada, cada intención, cada sentimiento, cada sufrimiento a la meta final: la felicidad.

Es maravilloso disfrutar el amor, la ternura, la pasión, esa filigrana, ese encaje que dan luz y sentido a la vida, siempre y cuando se haga en el orden, con el respeto, con el derecho y con la mirada puesta en la meta. De otra manera, por maravilloso que sea el encaje o la porcelana, se rompen, deshacen el alma, la alegría, la paz, perduran en el recuerdo, pero desvían de la meta final: la felicidad.

Quizás sea angustiante por el contrario escuchar, asumir y aceptar el consejo, la visión de los propios defectos por parte de quien nos ama, pero como bien dice el dicho “quien bien te quiere te hará sufrir”, o “engullimos veloces la mentira que nos adula, más bebemos a cuenta gotas, la verdad que nos amarga” (Diderot), porque es bien claro, que “nunca es igual saber la verdad por uno mismo, que tener que escucharla por otros “ (Aldous Huncley)

Quien nos ama en verdad, busca nuestra felicidad, y esa felicidad solo puede ser alcanzada en plenitud, en la medida en que seamos mejores seres humanos, que vivamos para amar y amemos para servir, por ello quien bien nos ama, nos mostrará errores y vicios que podamos corregir para que alcancemos la felicidad eterna, plena y trascendente.

Quien en realidad nos ama, sabrá hacer de esa filigrana, de ese amor y esa ternura, no solo una obra de arte, sino una obra de arte perdurable. Sabrá hacernos ver nuestros defectos, mostrando el camino de salida para cada uno de ellos, acercándonos los medios para luchar contra los vicios, transformándolos en virtudes.

Pero sobre todo, el auténtico amor, el amor trascendente, el amor que lleva a la felicidad que lleva a Dios, nos hará comprender que “el que no considera lo que tiene como la riqueza más grande, es desdichado, aunque sea dueño del mundo” (Epicuro de Samos).

Ojala que Dios te bendiga como me ha bendecido a mi: con un ángel que te ayude para ser mejor, que la filigrana la transforme en acero y que te haga ver el tesoro de vida que Dios te ha dado, a pesar de esa cruz que vas cargando. Ojala que ese ángel, te muestre el camino de la felicidad como mi ángel me lo ha mostrado, enseñándome a valorar mi propia vida, para amar en plenitud y amar para servir con pasión, con entrega y así ser y hacer felices a quienes me rodean.