La libertad interior, fruto de la esperanza 

Autor: Rosa Martha Abascal de Arton

 

Todos en un momento de nuestra vida, hemos vivido situaciones que hubiéramos preferido evadir, evitar, desaparecer: una visita desagradable, un 
trabajo forzado, un estudio pesado, una fiesta incómoda, una enfermedad 
dolorosa. 

Monseñor X. Nguyen Van Thuan, vivió casi una década de su vida, encerrado en 
una celda con alimañas, con víboras, sin comida suficiente, padeciendo 
enfermedades terribles, todo por confesar su fe católica en un país persecutor de la Iglesia. 

Sin embargo, Monseñor Van Thuan, dice que nunca perdió su libertad en el sentido más profundo del término, pues vivó reforzando su espíritu, amando a 
su Dios, fortaleciendo el cuerpo y el alma, forjando con sus propias manos una cruz que usó como pectoral al salir de prisión, escribiendo, pensando, ideando... nunca perdió la libertad de amar a su Dios, la libertad de ser un católico ejemplar, la libertad de asumir y aceptar esa prisión como un medio para acercarse a la santidad. 

En su libro “Testigos de Esperanza”, vacía su alma, la abre de par en par 
mostrando el grado tan impresionante de perfección que alcanzó como Testigo 
de fe, de amor y sobre todo de esperanza, pues la libertad siempre conlleva 
una gran dosis de esperanza. 

Otro maravilloso testimonio es Carol Wojtyla, hoy Juan Pablo II, quien en 
medio de la Segunda Guerra Mundial, con los nazis dominando a Polonia, con 
los seminarios e Iglesias cerradas, conservó esa libertad, no solo para 
formarse como persona y como sacerdote, sino que ayudó a otros judíos y 
no judíos, a conservar la esperanza y la libertad física y espiritual que tanto 
necesita el ser humano. 

Algo semejante vivió Victor Frankl, en los campos de concentración alemana, 
fue dueño de su libertad interior en todo momento, y jamás perdió la esperanza, así lo demuestra en su libro “ El hombre en busca de sentido”. 

Es lamentable en cambio, que cuando uno sufre una pequeña contrariedad, vive 
un tropiezo en la salud, tiene alguna carencia de cariño, abandonamos nuestra vida, dejamos que las circunstancias “nos lleven” por una nimiedad 
perdemos lo único que jamás debemos perder: la libertad interior y la esperanza. 

Esa libertad interior es la que nos permite pensar, sentir, amar, direccionar y sublimar todo lo que vivimos. 

¿Tu cruz es pesada? No lo dudo, cada quien cree tener la cruz más difícil de llevar, pero si tuviéramos la opción de cargar la cruz de quienes envidiamos, nos daríamos cuenta que nuestra cruz es la más ligera que podemos tener, porque está hecha a nuestra medida, porque nosotros mismos la hemos ido labrando, porque nunca seremos probados más allá de nuestras fuerzas. 

Ama la cruz que llevas, tómala con orgullo, con fuerza, con la frente en algo, con la mirada puesta en el infinito, en tu meta. Aunque haya muchas cosas que te aten, que te limiten externamente, aunque te falten sentimientos, emociones y cosas que necesitarías para ser feliz, jamás perderás si tu lo decides así esa libertad interior que será la cuna y el acicate de todo tu ser para culminar, para alcanzar la felicidad. 

Esa libertad será el alimento interior que podrá hacer que en las peores circunstancias tu seas capaz de crecer espiritual, moral, psicológica, intelectual y físicamente, solo por un motivo, por una razón: porque tu lo decidiste, porque te allegaste de los medios espirituales y materiales para lograrlo, porque mantuviste la esperanza. 

El mundo de hoy vive desde mi punto de vista una triple crisis.

a. Crisis de valores al confundir lo trascendente con lo perenne 

b. Una crisis de esperanza al no encontrarle sentido a la vida, a la lucha diaria

c. Una crisis de libertad al confundirla y rebajarla a libertinaje, dejando la responsabilidad y el bien de lado. 

¿Te animas a ser un testigo de esperanza, un testigo de vida, un testigo de 
libertad? Recuerda que tu vida será tan trascendente, tan feliz, tan libre y 
tan llena de amor como tu decidas hacerla, una vez más, tu tienes la pelota 
en tus manos, ¿qué vas a hacer con ella?