Dolor, fuente de fortaleza

Autor: Rosa Martha Abascal de Arton

 

Se puede uno ahogar en el dolor, o darle sentido al dolor.

Hace 17 años, mi hermano de 10 años, Carlitos, murió en un accidente a caballo. Recuerdo muy bien a mis padres deshechos, papá nunca lloraba frente a nosotros, para darnos fortaleza. Se retiraba a llorar a solas por la noche, en su despacho, y al día siguiente parecía el más tranquilo y animado de todos. Así creció como ser humano, fue la fortaleza de mi madre y de mis hermanos, y jamás oí una queja, más bien, escuché como mis padres agradecían a Dios porque su hijo ya estaba con El.

Solo quien sufre o ha sufrido, sabe lo que significa el dolor, pues no se puede explicar por argumentos racionales. Es una realidad que no se entiende del todo.

1. Dolor físico nos indica que algo anda mal en el cuerpo

2. Dolor de impotencia, de no poder enfrentarse al mundo, de ser finitos y limitados

3. Dolor de exclusión, de estar fuera de la "corriente de normalidad" de la gente que se conoce y parece ser feliz

4. Dolor de miedo, de no ser lo que uno debe ser en congruencia con sus principios.

5. Dolor de debilidad, propia de las fallas, y errores, de la conciencia intranquila

6. Dolor por el dominio de las pasiones, el sacrificio, el compromiso y la entrega para no fallar a la verdad y el bien

7. Dolor por egoísmo, por no querer crecer, no querer ser responsable de los propios actos.

8. Dolor por amor, por entrega, por arar el campo, picar la piedra, cambiar al mundo, por amor a Dios, a la Patria, a los amigos, a la familia.

Para salir del dolor, hace falta practicar cuatro virtudes esenciales

1. Prudencia: actuar con calma, mirar al futuro, las consecuencias de los propios actos

2. Paciencia, sin prisa, con acción, con crecimiento, con motivos de esperanza, con donación de uno mismo a los seres queridos, con confianza en Dios

3. Templanza, para saber como dominar las propias inclinaciones sublimándolas

4. Fortaleza, piensa con rectitud, ama con pasión, actúa con heroísmo, acompañado de la perseverancia, para sobrellevar la cotidianeidad.

Pero en todo dolor, por fuerte que este sea, siempre hay un bien, una causa de alegría, pues el bien es anterior al mal, el ser al no ser, lo verdadero a lo falso, por ello frente al dolor siempre hay una fuente de alegría: la posibilidad de crecer y madurar como ser humano.

El dolor es aliviado por el amor, por el diálogo, la confianza, el compartir; es aligerado por la amistad, por el amor, la paternidad, porque ello nos obliga a salir de nuestro dolor, para volcarnos en otro que a su vez ayudará a sanar las heridas, pues amar es donación, es servicio, es dar y no recibir.

El dolor avisa que algo no está bien, el dolor moral recuerda al ser humano que la felicidad que está buscando, él, ser incompleto, no la podrá alcanzar nunca solo, siempre debe estar abierto al encuentro con la mirada de otro, que la mira en reciprocidad para caminar por el mismo camino, hacia la meta final: la felicidad de estar en y con Dios.

El dolor ayuda a salir de la rutina, de la cotidianeidad, para buscar amor de amistad, de pareja, de hijo, de padre. El amor será novedad, descubrimiento, de que siempre hay algo que recibir del otro, que siempre hay algo que hacer por el ser querido. "El dolor nos clava, pero necesitamos amar para vivir, aunque en cierto modo nunca acabamos de encontrar el amor perfecto y siempre nos queda abierta alguna herida" Javier Aranguren

El dolor nos cuestiona el sentido de la vida, se torna en un despertar a la propia vida, en una búsqueda de Dios, única fuente de paz y felicidad eternos, allí es cuando aterrizamos que El es el Alfa y el Omega, el principio y el fin, y que el dolor por y para El es fuente de redención y de purificación de las propias faltas. El dolor que no es ofrecido en trascendencia, pierde ese valor inconmensurable e infinito

Se puede uno ahogar en el dolor, o darle sentido al dolor. Al ahogarse, el ser humano encuentra enfermedades físicas y psicológicas: enfermedades psicosomáticas. Se puede dar sentido al dolor, desarrollando virtudes, madurando y creciendo como seres humanos y trascendiendo al ofrecer todo lo que se vive a Aquel que sufrió y dio su vida por amor a nosotros.

La persona, con el dolor por amor a los demás y a Dios, adquiere madurez espiritual, humana, psicológica, cambia su visión del mundo y de su vocación como persona, se vuelve corredentora y se purifica.

El dolor, abre los ojos, desvela el misterio, nos exige sabernos indefensos y correr como niños angustiados que buscan la mano de un amigo, con pensamiento recto, corazón de fuego y voluntad de hierro, enviado por Dios, para encontrar la fortaleza necesaria y transformar ese dolor humano, en gozo espiritual.