La esperanza

Autor: Mons. Rómulo Emiliani, c.m.f.

Sitio Web: Un mensaje al corazón

 

La esperanza es una virtud teologal que está fundamentada en el poder de Dios. Tal como la entendemos los Cristianos, la esperanza no tiene su raíz en lo terreno, sino que trasciende todo aquello que es de este mundo. De tal manera que no podemos entender la esperanza, tal como nosotros la vivimos desde la fe, como algo que tenga que ver simplemente con causas naturales. 
Existe una diferencia entre la esperanza fundamentada en lo natural y la que viene de lo alto. La esperanza, cuando está motivada solamente por lo natural, se fundamenta justamente en las evidencias. Si no hay evidencias concretas, la esperanza desaparece. Esto es importante porque esa es la actitud negativa y desconfiada del que necesita "ver para creer", que es lo que mueve humanamente a muchas personas. 

En cambio, cuando la esperanza es una virtud que nace de lo alto, que viene de arriba, que es misteriosa, profunda, grande, trasciende lo terreno y traspasa todo el ser, ya no se fundamenta en "ver para creer" sino en "creer para ver", que es muy diferente. El "creer para ver" no se fundamenta en evidencias terrenas, sino que se basa solamente en el misterio del poder de Dios y es lo que nos mueve espiritualmente. 

Los Apóstoles conocieron a Jesús como un ser extraordinario a través de la transfiguración, la resurrección, la ascensión al cielo y también con el milagroso acontecimiento de la Eucaristía. Jesús se les dio a conocer de todas esas formas para afianzar su fe. Pero la fe de los Apóstoles fue débil ante el poder y la soberbia del mundo. 

Ellos se sentían felices y alegres cuando tenían cerca a Cristo por lo que fácilmente abandonaron todo por seguirlo y cumplir sus enseñanzas. Los Apóstoles prometieron no abandonar jamás a Jesús, pero al llegar la hora y sentir cerca la muerte del Maestro, cayeron víctimas del miedo. Cuando la gente los reconoció y señaló como seguidores de Jesús, huyeron y se escondieron, permitiendo que en su corazón entrara el desánimo, la desilusión, la depresión y la tristeza. Después, reconocieron que su fe era débil y simplemente volvieron a sus viejas actitudes, actividades y costumbres. 

Los Apóstoles confirmaron su fe en Cristo a través de la resurrección. Para reanimar y fortalecer su fe y mantener siempre esa llama viva, el Señor envió al Espíritu Santo, que es la comunión del Padre y del Hijo, creando así hombres nuevos con una fe profunda, firme y limpia. Los Apóstoles recibieron el mandato de predicar a todas las generaciones y sintieron la necesidad de evangelizar llevando el mensaje verdadero para hacer un mundo nuevo con hombres nuevos. 

El Espíritu Santo eliminó el miedo y es el que concede el don de la fe, el cual alimenta y fortalece la esperanza. Al final, Jesús triunfó y quedó como Señor de la historia, con todo Su poder y gloria. 

La esperanza nace de la fe y la fe destruye todo cimiento mal construido. No puede haber bases firmes sin fe y esperanza. Si una casa se apoya sobre bases firmes, no puede ser destruida por ninguna tempestad. Así debe ser nuestra fe. Sin fe no hay auténtica esperanza y ésta es la que mueve al mundo hacia adelante. Con la ayuda del poder de Dios que fortalece la fe, el hombre puede lograr mantener siempre una actitud positiva. Con Dios todo se puede porque CON EL, SOMOS . . . ¡INVENCIBLES!