El Perdón, Fruto de la Gracia y la Sabiduría 

Autor: Mons. Rómulo Emiliani, c.m.f.

Sitio web: Un mensaje al corazón

 

 

La verdadera dicha del hombre:

"Dichosos los que reconocen su necesidad espiritual, pues el reino de Dios les pertenece.

Dichosos los que están tristes, pues Dios les dará consuelo.

Dichosos los de corazón humilde, pues recibirán la tierra que Dios les ha prometido.

Dichosos los que tienen hambre y sed de hacer lo que Dios exige, pues él hará que se cumplan sus deseos.

Dichosos los que tienen compasión de otros, pues Dios tendrá compasión de ellos.

Dichosos los de corazón limpio, pues ellos verán a Dios.

Dichosos los que procuran la paz, pues Dios los llamará hijos suyos.

Dichosos los que sufren persecución por hacer lo que Dios exige, pues el reino de Dios les pertenece.

Dichosos ustedes, cuando la gente los insulte y los maltrate, y cuando por causa mía los ataquen con toda clase de mentiras. Alégrense, estén contentos, porque van a recibir un gran premio en el cielo; pues así también persiguieron a los profetas que vivieron antes que ustedes."


(Mt 5, 3-12)



CONTENIDO 


Reconciliación y Perdón

La Gravedad del Resentimiento

Comprender para Perdonar 

Vivir con un Espíritu Reconciliado

¡Atrévase a dar el Primer Paso!

Busquemos la Reconciliación 

El Perdón Nace de la Sabiduría

Siéntase Bien Perdonando

Consejos para Perdonar y Reconciliarse

Oración


--------------------------------------------------------------------------------



RECONCILIACIÓN Y PERDÓN

". . . Si tu hermano peca, repréndelo; pero si cambia de actitud, perdónalo. Aunque peque contra ti siete veces en un día, si siete veces viene a decirte: 'No lo volveré a hacer', debes perdonarlo."

(Lc 17, 3-4)


La desconfianza, los malos entendidos, las peleas y divisiones producen lesiones que hieren profunda y frecuentemente a la humanidad. Hay tantos casos de padres e hijos que viven separados o maridos y esposas que no se pueden ni ver como resultado de estos conflictos. Esta es una tragedia derivada de nuestro pecado personal, del pecado contra el medio ambiente y de todo el arrastre que durante siglos ha generado el hábito del conflicto que produce divisiones algunas veces irreparables. 

Todos cargamos un depósito surtido con influencias positivas y negativas que otras personas, de una manera u otra, se han encargado de llenar con conceptos y visiones muchas veces distorsionadas de la realidad. Entre los conceptos negativos que conservamos en este depósito, que es el subconsciente, están todos los prejuicios que nos hacen creer que hay razas superiores e inferiores; que el hombre es superior a la mujer; que nuestra manera de ver las cosas es la única y verdadera; que nuestra familia, partido político y aún nuestro país es mejor que los demás. 

Esta manera tergiversada de ver la realidad nos condiciona en nuestro actuar. Antes de establecer cualquier relación humana, estamos juzgando a las personas por el color de su piel o su condición social pensando que unas valen y otras no, lo cual es realmente lamentable y triste. Cuando llegamos a pensar de esta manera distorsionada, nos convertimos en un peligro para los demás porque justificamos cualquier ofensa, humillación o grito creyendo que tenemos toda la razón y los demás están equivocados. Cuando esta manera de pensar se hace radical, justificamos, hasta con argumentos sofisticados, la marginación, el rechazo y aún la aniquilación de razas. De hecho, los que han cometido asesinatos o han llevado a la humanidad a genocidios siempre han creído que existe una raza o partido político superior, y los otros, por ser inferiores, no merecen ni la vida. Esa fue la justificación para la muerte de seis millones de judíos antes y durante la segunda guerra mundial. 

Los prejuicios que nos predisponen en contra de los demás los absorbemos en el ambiente en que vivimos o a través de personas que tienen intereses creados y los aplicamos aún en el seno de nuestra propia familia. Esto provoca antagonismos, rivalidades y encontronazos, porque resulta que "yo soy el que tengo la verdad y tú estás equivocado"; que "yo sí conozco la realidad y tú no sabes nada". En algunas familias se crea un conflicto permanente en el que unos se enfrentan a otros empeñados en convertirse en dueños de toda la verdad y los demás son relegados porque solamente tienen una verdad a medias o ninguna. Cuando permitimos que los prejuicios nos dominen, nuestra visión de la realidad se empobrece y, protegidos en nuestro castillo, nos preparamos para la batalla convirtiéndonos en únicos depositarios de toda la verdad. En el fondo de todo está Satanás que quiere vernos divididos. 

Desde niñitos nos enseñan a defender y justificar siempre nuestras acciones. El cultivo de este, digamos, mecanismo de defensa es peligroso porque una persona es la que siempre sale victoriosa, limpia y pura y todos los demás son culpables por corruptos, perezosos, intrigantes o bochinchosos. Nos olvidamos que para las otras personas nosotros somos "los demás" y al final terminamos acusándonos unos a otros. Andamos por la vida con la mirada turbia buscando culpables, tratando de adivinar quién y cómo nos quieren hacer daño o dónde está la trampa. Actuamos como si viviéramos en una selva, donde los animales luchan unos con otros para defenderse y sobrevivir. La otra persona, sea su marido, esposa, hijo, suegra, jefe, empleado, compañero o rival, siempre es sospechoso y tiene que estar tramando algo. En el fondo, consideramos a todos como rivales capaces de cualquier cosa, por lo que tenemos que cuidarnos constantemente de ellos. Los demás son así, pero no nos damos cuenta que nosotros también somos parte del grupo de "los demás". 

Como consecuencia del ambiente negativo en que nos criamos y desarrollamos, nos impregnamos de una atmósfera viciosa, cargada de fanatismo, autosuficiencia o, aún peor, odio. Estamos predispuestos y a la defensiva porque creemos ciegamente que somos los buenos y somos víctimas de los demás quienes solamente buscan hacernos daño, hacernos sufrir. O sea, ellos son malos y nosotros buenos. Nuestro dedo acusador anda siempre señalando culpables en todos los campos de la vida. 

En los matrimonios se presentan muy frecuentemente casos en que uno se cree víctima del otro y está convencido que el otro es el único culpable de toda la situación. De vez en cuando aparece alguien un poco lúcido que acepta tener también alguna culpabilidad, pero muy poquita. En cambio, la culpa del otro es enorme. 

Vivimos en un mundo que no quiere reconciliarse. Hay tantas familias en las que eso de reconciliarse es algo absurdo. A nivel político o empresarial muchas veces se dificulta la convivencia y el mantenimiento de relaciones interpersonales armoniosas. Es bastante seria la brecha que se abre en muchos hogares, comunidades y empresas por la falta de un espíritu de reconciliación. Muchas personas simplemente se rehúsan a perdonar y olvidar, con lo que pierden la oportunidad para renovar una relación armoniosa, fraternal y humana con sus semejantes. 

Es muy difícil mantener una relación humana intachable, inmaculada, sin tensiones ni fallas. Somos seres humanos con limitaciones. La individualidad e historia personal y las experiencias propias causan que en algunas ocasiones la persona piense de manera diferente sobre ciertos temas. Por lo tanto, es irremediable el intercambio de pareceres, las discusiones y aún los encontronazos. La pérdida de control en una discusión muy acalorada trae como consecuencia la abertura de una brecha, una cierta separación. Es normal que esto ocurra en cualquier tipo de relación humana, inclusive en los matrimonios o entre padres e hijos. 

Los equipos deportivos tienen casi siempre un masajista y un médico como parte de su personal. Cuando un jugador se lesiona, inmediatamente salen al campo de juego un par de personas con una camilla, el masajista y el médico para tratar de arreglar la pierna o el brazo lesionado del jugador. La cuestión es suministrar rápidamente los primeros auxilios para que el jugador pueda volver al campo de juego tan pronto sea posible. Además, en estos equipos existen programas de prevención y mantenimiento para evitar en la medida de lo posible que se produzcan accidentes que ocasionen a los jugadores lesiones temporales o permanentes. Son personas prevenidas que saben muy bien las probabilidades de que ocurran accidentes y los resultados muchas veces trágicos que éstos provocan. 

También en nuestra vida personal estamos propensos a contingencias imprevistas. Recuerde esos momentos en su pasado en que se enfrascó en una controversia que causó un distanciamiento o separación entre usted y otra persona. Si existía algún lazo fuerte de amor entre los dos, le debe haber dolido bastante. Si la brecha que se abrió se hizo insuperable, usted sufrió mucho y quizás todavía sufre porque se rompió totalmente el puente de comunicación. Romper vínculos fuertes duele mucho, deja heridas graves y repercute en nuestra convivencia. Debemos establecer los mecanismos adecuados para evitar que las peleas abran brechas que no puedan ser reparadas. 

¿Quién puede vivir reconciliado y en armonía en un mundo donde todos somos culpables, nos acusamos mutuamente, y estamos siempre sospechando de aquel o del otro? Seamos realistas. Es muy difícil que en la vida familiar no se produzcan lesiones, golpes, choques y ofensas, igual que en el mundo empresarial o en cualquier otro tipo de convivencia humana. Desgraciadamente, estas situaciones causan muchas veces lesiones permanentes en el corazón. Por eso, así como los equipos de fútbol llevan al médico y al masajista, debemos llevar siempre en nuestro botiquín un remedio para el corazón que es la reconciliación. Tengamos siempre a mano esa medicina del alma para evitar que las heridas que sufrimos se infecten. 

Dios nos llama siempre a reconciliarnos con El, con los demás y con nosotros mismos. El no quiere que las heridas permanezcan en nuestro corazón, sino que las vayamos cerrando por medio de la medicina del perdón y la reconciliación. Estas dos palabras tan importantes deben quedar grabadas permanentemente en nuestro corazón. 



LA GRAVEDAD DEL RESENTIMIENTO

"Porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido." (Lc 14, 11)


El resentimiento es un dolor contenido de la persona que se cree maltratada, y va acompañado de un sentimiento de hostilidad hacia las personas que cree que lo maltrataron. Todos hemos experimentado en alguna ocasión el resentimiento. Es uno de los males más peligrosos que puede usted permitir que enferme su alma. Muchas veces el resentimiento no es más que un intento de la persona de disculpar su propio fracaso, atribuyendo la causa del fracaso al trato injusto de otros o a causas externas que lo lleva a situaciones lamentables. También hay muchas personas que resienten el haber hecho favores o prestado servicios a otros que, a su juicio, no se los han retribuido adecuadamente. En su mente, exigen que esas personas paguen constantemente por los servicios otorgados, pretendiendo cobrarse en reconocimiento, agradecimiento o devolución de los favores. Muchos resentidos son personas que están diciendo siempre, "Yo hice mucho por aquél o por el otro;" "yo que tanto me di por esos otros y no me lo reconocen, no me lo pagan ni me lo devuelven." Es curioso y triste que muchos resentidos no son más que personas que convierten a todo el mundo en sus deudores y exigen siempre que se les pague de mil maneras los favores que han hecho. 

Las personas resentidas permiten que dentro de ellas crezcan intensos sentimientos de odio y, a menudo, deseos conscientes o inconscientes de venganza. El resentimiento causa una terrible tensión emocional, irritación o angustia grave que lleva a muchas personas a enfermarse y, lógicamente, enferman a las personas con las que conviven. Por otra parte, la persona que sufre de resentimiento habitual muchas veces se vuelve hacia adentro, padece de auto-compasión y su resentimiento se va tornando en agonía emocional crónica. Lo peor es que muchas veces detrás del resentimiento se esconde la auto-culpa por haber fracasado. 

Muchas de estas personas empiezan sintiendo una terrible cólera que se convierte después en ira ardiente y se eleva a través de un espiral ascendente hacia el odio, la venganza y algunas veces hasta la destrucción. A veces, aunque no se mate físicamente, se destruye eficazmente a las personas levantando falsos testimonios, calumnias, siendo totalmente indiferentes o torturando mentalmente a base de ofensas. 

Muchos resentidos se sienten víctimas "inocentes" y están siempre quejándose del mal que le ha hecho todo el mundo. Entonces, buscan alivio en la compasión, el consuelo y toda una serie de atenciones que le brindan sus familiares o amigos para que se calmen y se sientan mejor. 

Sabiendo, pues, el mal que hace el resentimiento, ¿no debería usted aprender a evitarlo y especialmente a librarse del resentimiento que lo agobia? Entonces, haga el esfuerzo de ignorar todo aquello que le hace daño emocionalmente. Olvide y descarte todos los sucesos desagradables. Con la ayuda de Dios, haga todos los esfuerzos posibles para no recordar los malos momentos ni evocar los sentimientos negativos que le provocaron; no les haga caso, enciérrelos y sepúltelos. Por otra parte, hágase más fuerte para no estar tan sensible a todo lo que le digan o hagan. Trate de pensar en otras cosas y manténgase ocupado en algún trabajo que le guste o en un juego sano que le atraiga y lo mantenga activo. 

El arte cultivado de ignorar sucesos desfavorables del pasado le ahorrará mucha angustia innecesaria. Recuerde que el resentimiento es simplemente revivir emocionalmente un suceso desagradable y negativo del pasado. Es una reacción desfavorable a una supuesta afrenta que le han hecho a su preciado ego o un ataque a su persona o pertenencias. Si el pasado ya está consumado, usted no lo podrá cambiar. Entonces, puesto que no lo puede cambiar, olvide e ignore las experiencias desagradables. Lógicamente, esto no es fácil, por lo que debe pedir ayuda al Señor para que sane su alma y le ayude a enterrar permanentemente sus resentimientos y pensamientos negativos. Estar en el corazón de Dios le permitirá ser más positivo y amar al prójimo como Cristo ama a su Iglesia, que somos todos nosotros. 




COMPRENDER PARA PERDÓNAR


"El hombre se compadece sólo de su prójimo, pero el Señor se compadece de todo ser viviente; él reprende, corrige, enseña y guía como un pastor a su rebaño." (Ecl 18,13) 

Generalmente, todo aquel que nos ofende tiene un problema interior. La gente no hace daño simplemente por el gusto de hacerlo, sino porque están enfermos. Tienen problemas dentro de su ser, un caos en su alma. Por lo tanto, hay que comprender que detrás de un agresor hay una persona enferma. Así como Dios es misericordioso, El quiere que nosotros también lo seamos, perdonando al que nos ofende. Cuando perdonamos como El, nos acercamos más a ese Dios quien es todo bondad y amor. Perdonando desarrollamos más nuestra capacidad de amar y nos sanamos interiormente. El que perdona ama más y se santifica. 

La reconciliación implica perdón, pero también es verdad que reconciliarse con el hermano no significa aceptar atropellos. Es decir, reconciliarse con los demás y perdonar no está reñido con defenderse del agresor. Todo ser humano tiene derecho a defender su propia dignidad, a no aceptar el maltrato físico ni verbal y a denunciar todo aquello que es malo. Al hacerlo, obramos en favor del bien común, por el bien de uno y también por el bien del victimario. Evitemos que el que nos hace daño continúe haciéndolo y se convierta en una persona más conflictiva y sumergida en el pecado. 

Cuando Jesús fue interrogado por el sumo sacerdote en aquel juicio injusto, El respondió, "si he dicho algo malo, dime en qué ha consistido; y si lo que he dicho está bien, ¿por qué me pegas?" (Jn 18,23) Cristo se defendió de la agresión porque en el fondo Dios no quiere que haya víctimas ni verdugos. Entonces tenemos el derecho y la obligación de defendernos. 

Hace poco celebramos el día internacional de la no violencia a la mujer. Desgraciadamente, por la influencia machista que existe en nuestras sociedades latinoamericanas, hay una costumbre generalizada y malsana de maltratar a la mujer. Esto ocurre no solamente de manera verbal o psíquica, sino física. ¡El Señor no quiere esto! 

Todos los seres humanos son iguales en dignidad. Ninguna persona tiene derecho a ofender o maltratar a nadie. Ningún varón tiene derecho, ni ante Dios ni ante la ley, de maltratar, ofender o humillar a una mujer. El hombre no es superior a ella para tenerla como esclava, sumisa y sirviéndole como si él fuera un "Señor". El único Señor es DIOS. 

Aunque es cierto que, en el matrimonio, el hombre es cabeza de la mujer, lo es en un sentido espiritual imitando a Cristo, quien es cabeza de la Iglesia. Pero si ese hombre en verdad es como Cristo, quien murió por su Iglesia, él tiene que amar, servir y hasta morir por su mujer, pero no tenerla como esclava. Entonces, la mujer tiene que recuperar el terreno perdido y hacer valer sus derechos ante cualquier hombre y ante la sociedad. 

El derecho a la defensa personal no debe ser contrario a un espíritu reconciliador. Dentro de ese espíritu de reconciliación, tenemos el derecho a defendernos de la agresión, pero no utilizando las mismas armas que el agresor. Hay que defenderse con dignidad, respetando siempre a la otra persona. 


VIVIR CON UN ESPÍRITU RECONCILIADO

"Sean ustedes compasivos, como también su Padre es compasivo." ... (Lc 6, 36)

Reconciliación es reparar, reconstruir, perfeccionar y hacer nuevo. Reconciliarse interiormente implica reconocer que Dios nos creó del barro, de tal manera que volvamos a sentir que somos tierra, aire, fuego, agua y cielo. Somos una materia que el Señor usó para soplar alma y crear un espíritu encarnado. Así, pues, tenemos que entender de dónde venimos, es decir, cuál es nuestro origen para reconciliarnos con nuestro propio ser creado y lleno de limitaciones. Cuando estamos en pecado, nos sentimos indignos. Al apreciar nuestro pasado y aceptarlo con sus triunfos y fracasos, revivimos nuestro espíritu, nos reconciliamos y nos reconstruimos para volver a sentirnos "ser" después de haber pasado por la experiencia de la "nada". Debemos esforzarnos para descubrir que somos seres únicos, originales, útiles y valiosos. 

Reconciliarse con uno mismo significa sentirse amado por Dios. El que se reconcilia con Dios y con su propio ser es capaz de volver a amar con mucha pasión, ternura y serenidad y siente que es parte de un todo, parte de la historia y de la sociedad. 

Vivir con un espíritu reconciliado significa apreciar los dones, carismas y cualidades de los demás. Significa que usted sabe que los demás valen porque son seres humanos. Cuando usted ama, siempre que puede promoverá, reconocerá y felicitará las cosas y acciones buenas de los demás. Un corazón reconciliado mantiene los canales del alma siempre abiertos a la comunicación con los demás. Una persona que vive reconciliada intenta vivir sin deberle nada a nadie. 

Cuando Jesús invitó a Zaqueo a reconciliarse con El, éste se bajó del árbol e invitó a Jesús a su casa. Zaqueo, quien era un ladrón que cobraba impuestos injustamente, se comprometió a devolver cuatro veces lo que había robado porque su reconciliación con Cristo, el Maestro, así se lo exigía. Asimismo, los que con espíritu reconciliado piden perdón por las cosas malas que hacen, están obligados a devolver en bien cuatro veces el mal que ocasionan. Si usted maltrató a su hijo, ahora debe darle cuatro veces más de cariño. Si usted le hizo la vida imposible a su madre, déle cuatro veces más amor por el sufrimiento que le hizo pasar. 

El pecado social es impresionante y todos debemos algo porque todos hemos pecado. En una medida u otra, todos somos responsables de la pobreza, la delincuencia, el sufrimiento de los demás, el deterioro del medio ambiente y la deforestación, así como la tremenda carga de desnutrición infantil que se sufre, la cantidad de crímenes que aumenta día a día, el desempleo galopante y la depresión que sufre mucha gente. En parte, todo esto es provocado por un pecado social en el que todos tenemos culpa porque vivimos aquí y de manera activa o pasiva contribuimos para que este mundo esté como esté. También somos culpables de nuestro propio sufrimiento, porque algunas veces sufrimos más por culpa nuestra que por las cruces que el Señor nos manda. 

Una persona con espíritu reconciliado se pregunta, ¿qué puedo hacer para que disminuya en lo posible la delincuencia que hay en mi país? ¿Qué puedo hacer para que haya menos pobreza? ¿Qué puedo hacer para que en Panamá haya menos violencia? ¿QUE PUEDO HACER YO? No, ¿qué tienen que hacer los demás? 

La persona que se ha reconciliado con la humanidad ama a los demás, busca reconstruir y procura ayudar a que la sociedad mejore. No es una persona pasiva sino activa que busca involucrarse en causas nobles que ayuden a solucionar, aunque sea en parte, los problemas de los más necesitados. 

Dentro del proceso de reconciliación con la humanidad, nos compenetramos tanto con lo que nos rodea que nos tiene que doler que un hombre golpee a su mujer, o un hijo maltrate a su madre o una persona destruya algo de la naturaleza. Una persona con espíritu reconciliado, siendo parte del todo, no puede permanecer indiferente al maltrato físico, al crimen, al niño desnutrido o al anciano que busca en el basurero algo que comer. Somos parte de todo, no seres aislados. El pecado es lo que aísla y nos hace indiferentes. 

La tarea auténtica de la reconciliación consiste en una reconstrucción de la humanidad y del medio ambiente. El Apocalipsis habla de una nueva Jerusalén que viene de Dios y cae del cielo; una criatura nueva que nace de nuevo. El señor quiere que reconstruyamos YA esta sociedad nuestra, con un espíritu reconciliador y no con un espíritu combativo ni agresivo. Con el poder de Cristo Jesús vamos a reconstruir Panamá, a hacerla nueva. Para eso hay que renacer interiormente, florecer en una nueva primavera, sacar el brillo a ese metal precioso de que está hecho el corazón, palpitar con un corazón nuevo henchido de amor, dejando atrás todo lo que se ha oscurecido por el tiempo, la desidia y el pecado. Para eso, tenemos que buscarnos a nosotros mismos, reencontrarnos con nuestro propio ser y entablar la paz con nuestra alma para volver a sonreír, amar y tolerar. Tenemos que reunir los pedazos rotos que están sueltos y dispersos por la gran confusión del pecado para hacer un gran mural de mosaicos donde aparezca una figura hermosa. 

Cuando uno está en gracia de Dios, en comunión con los demás, siente profundamente la devastación del medio ambiente, la tala de los árboles, la quema de los bosques, la sequía de los ríos y la contaminación del aire, así como el caso de una niña de trece años que queda embarazada y está tentada a abortar, o el niño huérfano que llama a un papá que no existe, o aquella persona que pasa cinco años pudriéndose en una cárcel mientras espera un juicio. Un cristiano de verdad, que está reconciliado con la humanidad, siente estas cosas en carne propia y no puede dormir tranquilo ante el hambre o el sufrimiento. Se siente tan compenetrado, llamado y golpeado por el sufrimiento del prójimo que decide hacerse presente y aportar algo de sí mismo para ayudar a remediar los males de la sociedad. Siente que es parte de un todo que tiene sentido y que tiene una responsabilidad y un deber con la humanidad; está obligado a ocupar su puesto en la historia. El que está reconciliado se une de nuevo a la humanidad y es capaz de saltar las trincheras de la batalla para combatir el mal con todas las armas que tiene a su disposición. Si no siente así, no está reconciliado con Dios, con la sociedad, la humanidad o la gente y vive en pecado de soledad e indiferencia. 

En un frente de batalla durante la primera guerra mundial, estaban disparándose a 120 metros de distancia las fuerzas aliadas (ingleses y franceses) y del otro lado los alemanes. Era tiempo de Navidad. En eso, dos alemanes se levantaron de la trinchera, sacaron una botella de vino y le gritaron a los ingleses, ¡Feliz Navidad! Poco a poco los alemanes e ingleses dejaron de dispararse, salieron de las trincheras, se abrazaron, comenzaron a compartir un poco de vino y pasaron doce días bailando, cantando y jugando fútbol en medio de la guerra. En esa época de Navidad, reconocieron que eran hermanos y se trataron y compartieron como tales. Este es un hecho histórico. 

A los doce o catorce días, cuando los mandos militares se enteraron del asunto les ordenaron continuar la batalla. Cuenta un sobreviviente inglés que cuando disparaba se le salían las lágrimas porque temía que un disparo podía matar a uno con quien había estado jugando fútbol un día antes y muchos disparos iban deliberadamente al aire. 

Las guerras y las batallas son una estupidez y los intereses económicos son los que muchas veces mueven a los gobiernos a enfrentarse unos con otros. Los grandes y poderosos se entienden entre sí debajo cuerda, lo que prueba que las peleas son realmente inútiles y frustrantes. La gente común se la pasa combatiendo y los grandes se entienden después en las mesas directivas de los bancos y de otras empresas anónimas. O sea que ellos comparten negocios y acumulan riquezas, mientras los demás se destruyen. 

El que tiene un corazón reconciliado es capaz de saltar de las trincheras de esas batallas absurdas en las que otros los ponen a pelear. Un espíritu reconciliado es capaz de arrancar del alma todo lo malo que se acumula por prejuicios y odios ancestrales y de erradicar los malos instintos de crueldad y destrucción. Un espíritu reconciliado es capaz de romper con los manipuladores que inducen a combatir; de acabar con el peso histórico donde otros son los que deciden contra quién hay que pelear. Una persona con espíritu reconciliado se atreve a eliminar las barreras de odios y rencores para unirse con los demás y cantar juntos un cántico de amor. 

Entonces, para poder vivir una existencia digna, tenemos que pagar por el pecado que hemos cometido y el mal que hemos hecho a la humanidad. Todos somos deudores y siempre debemos procurar devolver bien por mal, sin complejo de culpa pero conscientes de que, como seres humanos, personal y comunitariamente, hacemos daño y tenemos una deuda con la sociedad. En el fondo, los que nos reconciliamos debemos pagar la deuda con amor y ternura. 

Saltemos las trincheras de esas batallas absurdas en las que nos hacen enfrentarnos unos contra otros haciéndonos pensar de manera racista, clasista, partidista o religiosa. Salgamos de esas zanjas donde otros nos ponen a pelear y abracémonos como hermanos. Es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Cristo Jesús vino a romper los muros que nos dividen para hacer de los pueblos uno solo. Un solo Panamá, una sola nación aunque haya diferentes razas y culturas, pero un pueblo que lucha junto, que ama a Dios y donde todos se aman entre sí. Eso es lo que Dios quiere. 


¡ATREVASE A DAR EL PRIMER PASO!

Los seres humanos pueden llegar a realizar actos impresionantes de grandeza espiritual o las más espantosas degradaciones. Cualquiera de nosotros puede transformarse en ángel o en bestia porque todos llevamos dentro una fiera que tiene necesidad de hacer sufrir a los demás. Todos padecemos algún grado de la enfermedad del sadismo y practicamos maneras muy sofisticadas de agredir, golpear y hacer daño. ¡No se escapa nadie! Nos encanta ver sufrir a los demás y de vez en cuando nos saciamos con la sangre del sufrimiento del prójimo. Puede que sin pronunciar una palabra en voz alta, sino de una manera tenue y sutil, lanzamos una piedra tan dura que le rompe el alma al prójimo. Por eso Cristo dice, "Oren, para que no caigan en tentación." (Lc 22,40) Todos somos ángeles y bestias y ese animal irracional que llevamos dentro hay que tenerlo muy sujeto. 

Es verdad que hemos recibido golpes de otras personas que nos han hecho daño. Pero no podemos pasar toda la vida lamentándonos de esas heridas porque eso enferma y contagia a los demás. Tenemos que pedir al Señor que nos sane, para olvidar y seguir caminando, prometiéndonos no pensar más en esos asuntos que son desagradables y no comentarlos con nadie. Hay que dejar el juicio a Dios porque, si no lo hacemos, nuestra enfermedad emocional se transmitirá a otros. 

Reconciliarse es aceptar la verdad y la ubicación de los demás y respetar sus derechos; arrodillarse ante Dios, pedirle perdón de los pecados y purificarse de odios y rencores para sanarse de todos los golpes y heridas que hemos recibido en la vida. Reconciliarse es dar el primer paso con la persona con la cual usted tiene problemas. Un cristiano no puede darse el lujo de esperar a que el otro sea el primero que se acerque para hablar. Reconciliarse con espíritu de Cristo es dar el primer paso, valiente y decidido, aunque te abofeteen de nuevo. Para lograr una verdadera reconciliación, hay que dar el primer paso. Hoy mismo, cuando llegue a su casa, dé el primer paso de una vez por todas para reconciliarse con ese familiar que lo ha ofendido. Sea usted el cariñoso y el atento que dice las palabras dulces y agradables, sin pena, aunque se burlen de usted. Cristo sonríe cuando usted actúa con esa valentía. En cambio, el diablo es el que ríe a carcajadas cuando usted insiste en esperar que el otro dé el primer paso. 

Entonces, si usted quiere que el Señor sonría, adelántese y sea el primero; no espere que los demás sean los que vengan hacia usted. El dar el primer paso denota valentía, humildad, amor y sencillez de corazón. Demuestra mucha elegancia en el alma y un espíritu abierto, comprensivo, agradable a Dios y, al final, también agradable a la persona a quien usted se acerca, aunque no se lo demuestre, quizás por puro orgullo. En cambio, usted da una lección impresionante que esa persona jamás olvidará. Dé usted el primer paso. Esta misma noche, tome el teléfono y llame a aquella persona y, en lo posible, comience de nuevo un diálogo de amor y respeto. 

Un corazón renovado también tiene que reconciliarse con la naturaleza. Esto es muy importante porque la sociedad urbana nos ha ido arrancando de nuestra relación natural con la tierra, lo cual nos transforma en inhumanos. Los que viven en centros urbanos se van mecanizando interiormente e insensibilizando. La reconciliación, para que sea perfecta, debe ser con Dios, con los demás, con usted mismo y con la tierra, o sea, el agua, los árboles, los ríos y los animales. Hay que escapar corriendo de la ciudad cada vez que se pueda para respirar aire puro y fresco, para sentir el olor a tierra mojada, para ver una vaca o un ternero pastando, para mojarse los pies con el agua de algún río, para admirar un árbol, acariciar a un animal o caminar en medio de un bosque. 

Nosotros somos tierra y de ella venimos. La selva de concreto de nuestras ciudades nos ocasiona stress, el nivel de tensión nos oprime y nos hace agresivos. Psicológicamente necesitamos desahogarnos en un ambiente que nos recuerde de dónde venimos. Por eso también la reconciliación implica buscar y defender la naturaleza. Hay que salir para reencontrarse y reconciliarse con la naturaleza. En Panamá tenemos una tarea impresionante de proteger lo que queda de nuestros bosques ante la devastación criminal que está acabando con ellos. Si se destruyen los bosques puede peligrar hasta el canal, porque si no hay bosques y selvas no hay lluvias. Hay que defender lo que queda de nuestros bosques y empezar campañas fuertes de reforestación. Recuerde que tenemos la obligación de devolver cuatro veces lo que le hemos robado a nuestros bosques. Panamá es un país devastado en un 70% y si seguimos así se destruirá el Darién. Si se acaban los bosques que hay en esa provincia, Panamá no tendrá un buen futuro. Esto es algo dramático. Nuestra reconciliación con la naturaleza exige la defensa de lo que queda y el pago de nuestra deuda con la naturaleza a través de la reforestación. La reconciliación con la tierra implica volvernos muy cercanos a ella. 

Reconciliarse significa mantener un corazón de carne y un rostro duro y fuerte como una piedra. Esto suena un poco severo, pero recuerde que no todos lo recibirán igual y quizás alguno le dé otra buena bofetada. Pero, ¡no importa! Mantenga su corazón de carne blando y el rostro duro, como si fuera de granito, para aguantar los golpes. Pero nunca un corazón de piedra. Usted puede defenderse, permanecer digno y fuerte en su exterior, pero por dentro siga amando. Lo importante es que su corazón no se convierta en corazón de piedra. Siga amando, aún y a pesar de todo, como ama el Señor. 

Entonces, sólo seremos alegres y felices si nos reconciliamos y pedimos perdón a Dios, a los demás, a nosotros mismos y a la naturaleza. Debemos abrirnos como lo hizo San Francisco de Asís para amar a toda la naturaleza y a todos nuestros semejantes. Así se acabará ese mito de que uno es feliz porque tiene dinero. Uno puede ser el hombre más infeliz siendo millonario, porque si no estamos reconciliados somos unos pobres diablos. En esta sociedad neo-capitalista, estamos confundidos pensando que uno es feliz por el dinero y las posesiones que tiene. Uno no es feliz por las cosas materiales que posee, sino por el amor que tiene y que da. En definitiva, la felicidad se siente si usted está con Dios, lo lleva dentro del alma y procura hacer felices a otros; si está bien ubicado históricamente cumpliendo una misión trascendental en la tierra. Sólo así podrá tener un espíritu reconciliado y feliz para amar. 


BUSQUEMOS LA RECONCILIACIÓN

"No juzguen a otros, para que Dios no los juzgue a ustedes. Pues Dios los juzgará a ustedes de la misma manera que ustedes juzguen a otros; y con la misma medida con que ustedes midan, Dios los medirá a ustedes." (Mt 7, 1-3)

La reconciliación es un elemento necesario para la convivencia y significa recuperar o reconstruir lo que se parte en pedazos o se daña. Significa volver a construir un puente que mantenga la relación entre dos o más personas. Reconciliación implica volver a empezar una relación más profunda y restablecer con fundamentos más sólidos lo que se está desmoronando. 

Dice la Palabra de Dios en la Carta de San Pablo a los Efesios: 

"Porque Cristo es nuestra paz, él que de los dos pueblos ha hecho uno solo, destruyendo en su propia carne el muro, el odio, que los separaba. Eliminó la ley con sus preceptos y sus observancias. Hizo la paz al reunir los dos pueblos en él, creando de los dos un solo hombre nuevo. Destruyó el odio y los reconcilió con Dios, por medio de la cruz, haciendo de los dos un solo cuerpo." (Ef 2, 14-16)

Cristo Jesús vino a derrumbar la muralla que nos divide dentro de nuestras familias, a eliminar la división y la intriga que tanto daño nos hace. Cristo vino a romper el muro que nos divide en castas sociales y en razas; que nos divide, muchas veces de manera fanática, a nivel político dentro de la vida nacional. 

La criatura o el hombre viejo ve todo distorsionado debido a sus prejuicios o formas de apreciar las cosas. Estas apreciaciones son producto de intereses o manipulaciones mentales que otros provocan en nuestra vida desde el día que nacemos y definitivamente condicionan nuestra manera de actuar. 

Desde muy pequeñitos nos acostumbran a señalar a otros y a ser jueces, porque también nuestros papás y abuelos fueron educados de esa manera. Cada vez que acusamos a alguien, nos constituimos en jueces porque creemos ser los buenos, santos e inmaculados, y seguimos por la vida señalando culpabilidades. De niños acusamos a nuestros hermanos para protegernos, manipulando la verdad para evadir castigo y sin importarnos que lo reciba otro. Cuando decimos que el hermanito es el malo y fue el que cometió la falta, estamos diciendo, "yo no lo hice porque soy el bueno". Al final de cuentas, convertidos en jueces, creemos que todos los demás tienen que enfrentar y someterse a nuestra justicia. Cuando nos convertimos en jueces, caemos en un tremendo error. 

Los que viven siempre en actitud agresiva y de pelea con los demás, que pasan la vida golpeando, dando codazos y poniendo zancadillas, aniquilando, destruyendo, echando a todos a un lado y buscando con su manera de ser envenenar cualquier relación humana, no están reconciliados con el Señor. Cristo dijo, "Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios." (Mt 5,9). Los pacíficos serán llamados hijos de Dios; los que no lo son serán llamados hijos de Satanás. ¿Se considera usted hijo de Dios o hijo de las tinieblas? Lo cierto es que, reconciliados con el Señor, en paz con El, comenzamos a ver todo de una manera nueva y desaparece la actitud de juez. 

Andar por la vida señalando a otros como culpables es un hábito muy arraigado y todos lo tenemos en alguna medida. Todos los seres humanos tienen cosas feas y malas, pero rápidamente y sin pensar levantan el dedo para señalar y acusar a los demás. Pasan por la vida inmaculados e intachables, porque creen ser los únicos perfectos. Esta actitud tan peligrosa tiene que ser erradicada, quemada y destruida por el Espíritu Santo. 

¿Quién puede vivir reconciliado con los demás si asume actitud de juez? Tenemos que eliminar esa postura que nos han inculcado desde pequeños. Dentro del ambiente en que vivimos y en cada situación que aparezca algo negativo dejemos de buscar a quien juzgar, acusar y señalar como culpable. 

En este tema de la reconciliación y el perdón, tenemos un gravísimo problema que se resume en una sola palabra--justicia. Cristo Jesús es el único que puede romper el muro que divide, aparta y margina a los seres humanos, evitando enfrentamientos y rivalidades. Jesús vino para que volviéramos a nacer y nos convirtiéramos en criaturas nuevas. Pero para volver a nacer y ser criaturas nuevas tenemos que ver las cosas de una manera diferente. El Espíritu Santo nos proporciona esa manera nueva de ver las cosas y, sobre todo, a las otras personas. 

Satanás, quien es el acusador por naturaleza, no quiere que tengamos una visión positiva de los demás, sino que seamos acusadores morbosos. Satanás nos quiere ver siempre señalando a todo el mundo, criticando a la humanidad, dividiendo, intrigando y cuidándonos de éste o aquél. Satanás quiere que seamos como culebras, inyectando veneno, mordiendo la conciencia de otros, estando constantemente al acecho, a la defensiva, gruñendo y enseñando los colmillos para que nadie se pueda acercar. A Satanás le conviene que existan enfrentamientos, encontronazos, crímenes, batallas y guerras para que el Reino de Dios no se manifieste. 

Dios no quiere un mundo así. El quiere un mundo en el que Cristo Jesús reine y se viva en fraternidad. El Reino de Dios es un mundo de personas reconciliadas, solidarias y en armonía, que respetan la dignidad humana y pueden dialogar. Es un mundo donde todos los seres humanos puedan convivir en hermandad, comunicarse y entenderse; donde hay justicia social, todos se sientan hermanos y nadie pase hambre física ni de amor. 

En las relaciones familiares hay un tremendo termómetro por medio del cual usted podrá ver qué clase de persona es. Analice su situación familiar y su comportamiento en relación con otras personas. ¿Cómo se lleva con su hermana o su hermano, con su padre o su madre, con su esposa o esposo, con su hijo o su hija? ¿Qué clase de familia es? ¿Qué calidad hay en la relación humana a nivel familiar? ¿Qué calidad hay en su relación con la gente que lo rodea en su trabajo, la universidad, la calle, el grupo social, el club, el movimiento de iglesia o el partido político en que milita? ¿Ve a la gente como seres humanos que merecen respeto y tienen dignidad o los ve como seres que puede utilizar y luego desechar o tirar a un lado cuando ya no le sirven? 

Cuando tenemos problemas con nuestro propio ser y no nos ubicamos en nuestra realidad personal es porque en verdad no nos conocemos. Sentimos que somos seres misteriosos para nosotros mismos. No nos detenemos para introducirnos dentro del propio ser y pensar en nosotros mismos para ver cuáles son nuestros sentimientos y actitudes, qué es lo que experimentamos por dentro y por qué actuamos de ésta o aquella manera. 

¿Quién es usted? ¿Se conoce realmente? ¿Podría escribir en un papel rápidamente quién es o se considera un ser misterioso o extraño para usted mismo? Reconcíliese con su propio ser. Quizás lo que sucede es que está caminando por la vida demasiado aprisa sin detenerse a pensar, meditar, respirar profundamente y buscar dentro de sí mismo qué le pasa y por qué actúa de ésta o de la otra manera. 

No sea juez. Sea prudente y aprenda cómo caminar en la vida. Debemos confiar en la gente y actuar siempre con prudencia, pero no podemos ser jueces de nadie. El único juez es el Señor. Al reconciliarse con El, comenzará a ver a los demás con ojos nuevos. Pero, reconciliarse con el Señor implica una reconciliación con su propio ser para poder también reconciliarse con los demás. 

Si quiere vivir en paz, mire a los demás con los ojos de Dios. Si quiere tener un espíritu reconciliado y vivir feliz, en armonía, equilibrado, satisfecho y realizado, haga un acto de reconciliación con los demás. Purifíquese mental y espiritualmente, borre esa sombra tenebrosa que empaña su mirada y le hace ver o pensar que todos los demás son malos. Para lograr esto, adquiera confianza en los demás, vea su lado positivo y comprenda que todo ser humano tiene un cúmulo de bondad y amor en su alma. Antes de emprender cualquier relación humana, piense que esa persona es buena. Cambie su visión de la vida y destruya los prejuicios, porque estamos muy contaminados y necesitamos una purificación constante. 

La fuente del amor, la generosidad, la comprensión y la paz es Dios, nuestro Señor. El amor de Dios brota como un ojo de agua derramando agua cristalina a borbotones que llega a crear un caudal impresionante y se convierte en un río majestuoso. Escuche mi hermano, para que el Reino de Dios se haga presente en nuestra vida, necesitamos reconciliarnos con el Señor porque nadie puede reconciliarse con su hermano si no está previamente reconciliado con Dios. Si quiere vivir reconciliado con los demás, reconcíliese con Dios quien es la única fuente verdadera de amor, ternura, comprensión y paz. Reconcíliese con el Señor, caiga de rodillas ante El y pida perdón por sus pecados. Pídale que arranque de raíz el mal y las sombras que hay en su vida, que con Su poder y Su fuerza rompa las cadenas que lo atan al pecado. Si nos reconciliamos con el Señor y nos ponemos de rodillas ante El, recibiremos Su paz, esa paz que solamente El nos puede dar, esa paz que es el mismo Dios. Reconciliados con el Señor podemos levantarnos y abrir los brazos para acoger a nuestros hermanos. No puede existir reconciliación con los demás si no existe una previa reconciliación con Dios. 

¿Se siente usted en paz con el Señor; se siente amigo de El, hijo de Dios, amado por El? ¿Ama usted a Dios o se encuentra en soledad, sin la presencia amorosa del Señor? ¿Cómo se encuentra usted ante ese Dios maravilloso y bueno? Solamente usted puede responder. 

Cristo es el camino, la verdad y la vida. El nos conduce a un Padre amoroso quien está siempre esperándonos para reconciliarnos, como en la parábola del hijo pródigo. Hay que reconciliarse con el Señor. En la medida en que nos acercamos más al Señor y lo sentimos más directamente como PADRE NUESTRO, sentiremos que todas las personas que nos rodean son hermanos nuestros en Cristo Jesús. 


EL PERDÓN NACE DE LA SABIDURÍA

"Porque si ustedes perdonan a otros el mal que les han hecho, su Padre que está en el cielo los perdonará también a ustedes, pero si no perdonan a otros, tampoco su Padre les perdonará a ustedes sus pecados." (Mt 6, 14)

El perdón es camino de sabiduría y felicidad. Todos hemos hecho daño a otros, a nosotros mismos y a Dios. Hemos cometido errores y dejado en la historia de la vida huellas de ofensas, pecado, dolor y tragedia. Pensemos en lo que otras personas esperan de nosotros y nos daremos cuenta que hemos defraudado a algunos que realmente esperaban más. Muchas veces ha sido por nuestro egoísmo, el pensar más en nosotros mismos. Otras veces por utilizar a las personas para nuestros propios fines. También ocurre al pisotear la dignidad de otros con nuestros actos primitivos. A veces sin estar consciente de ello, hemos sido viles verdugos y esto procede de las tinieblas. 

¿Qué hacer cuando en nuestro pasado ha sucedido algo así? Pues, debemos hacer un acto de humildad y de sinceridad y aprender a pedir perdón. Usted no puede volver al pasado y recuperar lo perdido, pero sí puede pedir perdón y también perdonar. 

Dios es amor y es el primero que herimos por nuestras faltas de amor. A El tenemos que pedir perdón en primer lugar y luego a los que hemos hecho daño. Hay que compensar nuestro pasado de maldad con un presente de amor auténtico. Sólo así se calma la conciencia, se cumple con Dios y se va eliminando el complejo de culpa. El perdón que se pide debe tener una vía de expresión visible y concreta que es la acción. Cuando Jesús convirtió a Zaqueo, éste dijo: ". . . --Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de todo lo que tengo; y si le he robado algo a alguien, le devolveré cuatro veces." (Lc 19,8) Zaqueo compensó un pasado de maldad con un presente de amor auténtico. El arrepentimiento será verdadero cuando compense el pasado de maldad con un presente lleno de amor auténtico. 

Había un médico famoso, que era director de una clínica en los Estados Unidos donde se hicieron miles de abortos. Cuando él comprendió que desde que el óvulo es fecundado se crea un ser humano, se convirtió en un apóstol defensor de la vida, dictando charlas y conferencias sobre el tema en muchas universidades y clínicas norteamericanas. Su acción ha permitido detener miles de abortos, que son crímenes contra la naturaleza, que hubieran cometido personas desorientadas. 

Si en su casa usted ha sido una persona de mal genio, sólo podrá compensar su pasado negativo siendo amable y agradable. Si ha sido perezoso y holgazán, sólo compensará ese pasado trabajando activamente en las cosas que le son difíciles. Si ha sido egoísta, supere su pasado equivocado realizando actos conscientes de generosidad. 

Sea positivo, practique actos contrarios a su naturaleza negativa hasta que se convierta en hábito. Nunca es tarde para comenzar y el sentimiento de satisfacción es maravilloso. Usted eliminará sus complejos de culpa, se sentirá mejor y más contento y cada día será más feliz. 

Cuando usted pide perdón y se arrepiente de verdad, se reconcilia con Dios y los demás y experimenta una paz grandísima. Ser deudor de otros es fatal. Sentir que se han roto lazos espirituales de amor y amistad es peor que si uno toma un mazo y destroza una escultura muy valiosa. Hay que pedir perdón, reconciliarse y compensar el mal que uno ha hecho con acciones genuinas de amor. 

Reflexione sobre su vida. La solución es el perdón y la reconciliación. Por más que haga, nunca podrá pagar todo. Sin embargo, Jesús ya lo pagó todo con creces derramando Su preciosísima Sangre. El ha puesto lo principal de la deuda: los billetes. Nosotros ponemos solamente las monedas, que también son importantes porque nuestras monedas de arrepentimiento y amor completan la cuenta y ayudan a saldar la deuda. 


SIÉNTASE BIEN PERDONANDO

"--Señor, ¿cuántas veces deberé perdonar a mi hermano, si me hace algo malo? ¿Hasta siete?

Jesús le contestó: 


--No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. (Mt 18,21)


La Palabra de Dios nos habla del perdón como la acción necesaria para poder vencer el resentimiento, el rencor y hasta el odio para acercarnos más a las demás personas y a Dios. Para experimentar el perdón, hay que perdonar a los demás. 

Quizás alguien lo ha ofendido y usted no ha logrado olvidar e incluso guarda rencor hacia esa persona. 

Perdonar no es fácil. Cuando alguien nos ofende, tenemos la tendencia de devolver con la misma moneda: ojo por ojo y diente por diente, al mal con el mismo mal. Hay que comprender que al hacer daño a otra persona, uno se hace más daño a sí mismo. La venganza puede llegar a convertirse en un mal hábito. El odio surge fácilmente como una reacción a las ofensas y envenena nuestra alma. Un famoso escritor llamado Lewis Smith dijo, "El odio es un cáncer que ahoga nuestra alegría." Por otro lado, la venganza jamás logra un empate. El célebre pacifista hindú, Mahatma Ghandi, dijo, "Si nos guiáramos por la justicia basada en ojo por ojo y diente por diente, la humanidad acabaría sin ojos y sin dientes." Tomemos en cuenta también que algunas de las ofensas que nos hacen en realidad son verdades mal dichas o pronunciadas. Nos hará mucho bien eliminar la ironía que el otro puede estar añadiendo a lo que nos dice y asimilar lo dicho. A veces necesitamos que otros nos muestren nuestros defectos, pero muchas personas que nos aman y están cerca de nosotros no nos dicen nada por temor a perder nuestra amistad o amor. 

¿Cómo liberarnos del rencor y el resentimiento? 

Ante todo, debemos enfrentar el rencor. Hable de sus sentimientos con la persona que lo ofendió y trate de comprenderla. Posiblemente esa persona le puede aclarar fácilmente lo sucedido, o quizás esté enferma y su conducta sea la manifestación de un problema interno. Es necesario separar al ofensor de la ofensa. En lugar de sentir rencor hacia esa persona, acoja más bien un sentimiento de comprensión o lástima. Cuando Dios nos perdona, sigue amándonos porque El separa el pecado del pecador, nos acepta y nos perdona, aunque aborrezca y rechace el pecado cometido. 

Olvide el pasado y lo negativo. No fije de forma obsesiva en su memoria las cosas malas que sucedieron en el pasado. Haga un intento por olvidar lo negativo y sustituya esto por ideas del presente o hechos buenos del pasado. 

No se canse de perdonar. Es difícil deshacerse del rencor y el odio. Por eso hay que realizar el esfuerzo de perdonar. Jesús dice que perdonemos "setenta veces siete", lo que significa que hay que perdonar siempre. 

Sin embargo, es importante reiterar que perdonar no implica permitir ofensas y atropellos. Usted tiene derecho a defender su dignidad, a que los demás entiendan que usted merece respeto. Pero que esto no sea excusa para no perdonar siempre y ser feliz. Cuesta mucho liberarse del resentimiento. Por eso, necesitamos pedir ayuda al Señor para lograr perdonar y olvidar. Necesitamos la fuerza del poder de Dios para lograrlo. 

En la medida que usted madure y adquiera más fortaleza, se sentirá menos perturbado por las ofensas. Una autoimagen positiva le dará seguridad personal y su comprensión de la naturaleza humana le permitirá entender las crisis por las que pasan las personas y el motivo de su manera de actuar. Asimile los golpes que da la vida, especialmente las ofensas, y busque la verdad que pueda haber en las manifestaciones de la persona que lo ofende. Si su fe es grande, Jesús le transmitirá la fuerza espiritual necesaria para vencer cualquier ofensa. 

La persona que ama demuestra fortaleza. Significa que puede seguir amando, queriendo y estimando a pesar de lo que le hagan. Amar significa acercarse e identificarse más con Dios, nuestro Señor, quien tiene misericordia infinita. 


CONSEJOS PARA PERDONAR Y RECONCILIARSE

La comprensión y la aceptación de todos los demás seres humanos como hijos de Dios y hermanos nuestros nos ayudará a sobrellevar las dificultades que confrontamos en nuestra relación diaria con los demás. Las siguientes reglas básicas para llevarse bien con los demás serán de mucha ayuda para comprender toda la dimensión y variación de la naturaleza humana. Así lograremos aceptar y amar a nuestros semejantes. Yo quiero invitarlo a poner en práctica lo más que pueda estos consejos que son la base del principio de la reconciliación. 

1. Tenga una visión muy positiva de los demás. Si procura mantener una imagen positiva de los demás, seguirá viendo a la otra persona con todo lo bueno que tiene, aún cuando sobrevenga una discusión o desavenencia. 

2. Acepte a las personas como son. Aunque no esté de acuerdo con ellas, mire a cada persona como si estuviera en un proceso de cambio y superación y acéptelas con sus fallas y debilidades. Esto le ayudará a comprenderlas mejor cuando cometan una imprudencia con usted y podrá seguirlas queriendo y amando. Esto es fundamental. Acepte y esté de acuerdo con la persona, aunque no con el pecado. En la medida de sus posibilidades, acepte a la persona y ayude para que cambie. 

3. Cultive la fortaleza interior. Su fortaleza debe ser tan grande que le permita tener la capacidad de resistir y seguir adelante a pesar de recibir ofensas y maltratos. Evite la hipersensibilidad que es una enfermedad del alma. Sea fuerte. Para eso, pida a Dios el don de la fortaleza para asimilar los golpes y promover siempre la reconciliación. 

4. Aprenda a ceder. Reconozca que usted no siempre tiene la razón; los demás también la tienen. Pero aunque usted crea firmemente que tiene la razón, ceda un poco y comprenda que los otros, por el solo hecho de ser personas, merecen de nosotros todo el respeto. No se altere demasiado por cosas sin importancia. Respete la opinión de los demás. 

5. Acepte sus propias debilidades y fallas. Cuando lo critiquen, tenga la madurez suficiente para reconocer que puede tener algo de verdad y, de ser así, acepte sus propias debilidades y fallas e intente cambiar. No se enoje sino que reflexione y haga un análisis personal para detectar dónde pueden estar sus fallas, defectos y errores. Cuando la crítica es totalmente falsa, intente aclarar el malentendido buscando siempre la reconciliación con los demás. Destierre su orgullo y soberbia para que pueda reconciliarse siempre con su prójimo. 

6. No abrigue resentimientos. Perdone y olvide. Procure que no le sorprenda la caída del sol con su enojo para que no haya impedimento para la reconciliación. 

7. Sea discreto. Cuando ocurra algún problema, no comente el incidente con otras personas pues esto es simplemente echar más leña al fuego. Busque a la persona con quien tuvo el problema y entable un diálogo sincero y franco que conduzca a la reconciliación. 

8. Llene su corazón de amor. Con todo el corazón le digo que el fundamento de toda relación humana es el amor. Pida mucho a Dios que le conceda la gracia del don del amor. Viva profundamente enraizado en el amor y su vida será realmente maravillosa. Si usted mantiene su corazón lleno del amor de Dios podrá tener el impulso doble para una rápida reconciliación con su prójimo. 

9. Ore mucho y pida la ayuda de Dios. Para lograr una verdadera reconciliación, ore mucho por la persona que tiene problemas con usted. Bendígala, láncele flechas de amor profundo porque eso le ablandará el corazón. 

La reconciliación es un gran arma de amor para empezar nuevamente y con más entusiasmo la comunión con los demás. Tenga espíritu de reconciliación. No se quede cultivando resentimientos, no se margine ni sea instrumento de las tinieblas. No siembre divisiones sino más bien reconcíliese con los demás, con usted mismo y con Dios. Si se siente impotente, pida mucho al Señor que le ayude. Recuerde que solamente con Su ayuda usted tendrá la capacidad de perdonar. No olvide que con Dios todo es posible y que sólo CON EL, USTED PODRÁ SER . . . ¡INVENCIBLE! 


ORACIÓN

Para hacer las paces con Dios, con los demás, con nosotros mismos y con la naturaleza


Señor, te pido perdón por las veces que me olvidé de Ti, que no te puse en el primer lugar, que Te ofendí. También pido perdón espiritualmente a todas las personas que he ofendido, desde que tengo uso de razón hasta el día de hoy. Me pido perdón a mí mismo y me perdono a mí mismo por las veces que me hice daño y me destruí. Pido perdón a los bosques, los ríos, las aves del cielo, los animales y todo aquello que es naturaleza y que por mi indiferencia no he defendido. 

Señor, dame un espíritu de reconciliación para amar al que dice ser mi enemigo, aún y a pesar de todo. Que yo ame a cualquier persona, aunque me haya hecho daño, no importa. Señor, dame un espíritu reconciliado para perdonar a los que me ofendieron. 

Gracias, Señor, porque hoy me siento con más ganas de amar y ser amado. Amaré en todo momento, de día y de noche, a Ti, a los demás, a mí mismo y a la naturaleza. Seré feliz en la medida en que ame y quiera. Seré feliz, Señor, seré feliz. Amén.