Compromiso del Cristiano con su Iglesia

(segunda parte)

Autor: Mons. Rómulo Emiliani, c.m.f.

Sitio web: Un mensaje al corazón

 

El que se compromete a ser cristiano mira al mundo de manera profunda, descubre la maldad y mira a sus semejantes con respeto. El cristiano no hace distinción de personas, tratando al rico diferente al pobre, despreciando al que no tiene plata ni arrodillándose ante el que tiene dinero; atiende y quiere a todos por igual. Por eso, el cristiano no es clasista ni tampoco racista. El cristiano ve a todo ser humano como hijo de Dios, lo trata con respeto y amor, ve a la gente de otra manera, como hermanos, más allá de cualquier diferencia humana. En verdad, ya no existen fronteras. Por encima de cualquier patria, nacionalidad o partido político, todo ser humano es su hermano. Somos ciudadanos del mundo con un corazón universal, sin partidismos, clasismos o exclusivismos. Ser católico, que significa universal, es estar abierto a todos, respetando toda religión y manera de alabar a Dios. No estamos en contra de nadie, sino a favor de Dios. Como católicos, no podemos caer nunca en fanatismos y duele la intolerancia que existe en algunas iglesias que no son católicas. Pero un buen católico no es fanático y aprende a respetar a cualquiera que hable de Jesús.

El que está en Cristo nace de nuevo, es criatura nueva, hijo de Dios. ¿Sabe usted lo que significa ser hijo de Dios? Ser miembro de la familia más importante, más poderosa, la eterna, la Santísima Trinidad. Para el cristiano, lo antiguo ha pasado y un mundo nuevo ha llegado. ¡Qué hermoso es ser hijo de Dios y ser amado por Dios Padre, como Él ama a su Hijo Jesucristo! Para el Señor, usted es un hijo muy querido; para usted, Dios es su Padre que lo ama mucho. Hemos sido reconciliados en Cristo. Cuando uno renace en Cristo, llega un mundo nuevo, lo malo muere para siempre. Las peleas familiares o con los vecinos, los problemas con aquel que nos debía algo en el ámbito moral, en el nombre de Jesús lo perdonamos, se entierra y muere para siempre. Para el cristiano, sus errores y pecados son borrados y enterrados. El pasado ya no interesa, murió; somos criaturas nuevas. Lo único que importa es el presente y el futuro en Jesucristo. No más rabietas ni cóleras por cosas que nos hacen. En Cristo, todo eso debe morir para que seamos más felices. Dios no toma en cuenta lo que hicimos; eso fue borrado con la sangre de Jesucristo. Pues en Cristo, Dios reconcilió el mundo con Él.

Cristo no cometió pecado, pero Dios quiso que cargara con los nuestros para que participáramos en la santidad de Dios. En Jesucristo adquirimos el compromiso de amar a Dios con toda el alma, todo el corazón, todas las fuerzas y de amar al prójimo como a uno mismo. Nos comprometemos a anunciar en todas partes que Cristo vive, que Cristo reina, que es el Señor, que murió por nosotros y por nosotros resucitó.

Pablo era perseguidor de los cristianos. Pero cuando Jesús lo hace caer en tierra y se encuentra con Él, Pablo se convierte en mensajero de Dios e instrumento de la reconciliación. Tenemos un gran compromiso como cristianos, porque hemos recibido la gracia de Dios; no la hagamos inútil. Esto significa que Dios está con nosotros y quiere que esa divina gracia la comuniquemos a otros, constantemente, como fluye un río, invadiendo de agua el caudal para que todo lo que sea tocado por esta agua reciba también la vida que mana de esa fuente. San Pablo dice en la segunda carta a los Tesalonicenses, que Dios nos eligió desde el principio para que fuéramos salvados mediante la fe verdadera y la santificación que procede del Espíritu. Con este fin nos llamó mediante el Evangelio que predicamos y nos destinó a compartir la gloria de Cristo Jesús, Señor Nuestro. Hermanos, desde siempre fuimos elegidos para ser salvados. Somos miembros del cuerpo de Cristo, de la Iglesia. Tenemos ese gran tesoro que es la gracia de Dios, en vasijas de barro, porque somos débiles y tenemos defectos y pecados. Pero tenemos la gracia de Dios en nosotros. Y recuerden que con Dios, somos... ¡INVENCIBLES!