Vivir con cáncer

Autor: Roberth Phoenix  

 


La figura de Job se hizo presente en mi vida, cuando me vi a mi mismo como el hombre invadido por el dolor que pregunta a Dios ¿por qué Señor?


Llevo algunos años escribiendo para medios católicos, y creo que sin duda, este es el artículo más difícil que me ha tocado realizar, pues en todos ellos, siempre me caracterizado por escribir sobre experiencias propias, anuncios y denuncias, siempre con un sentido cristiano; pero aún así, nunca se deja se ser humano.


Comenzaré por el principio, hace tres años operaron a mi padre de un tumor maligno, después de dicha intervención, tomó terapia, algunos estudios y todo parecía ir muy bien. Pero a finales del año pasado le detectaron nuevamente un tumor que se había desarrollado en casi todo su tórax. Inmediatamente lo sometieron a cirugía a principios de este año, los análisis demostraron que padecía de cáncer y entonces nuestras vidas cambiaron súbitamente.


Después de la cirugía mi padre fue hospitalizado por su delicado estado No recuerdo exactamente cuantas semanas pasamos en el hospital mi madre y yo al cuidado de mi padre, pero lo cierto es que parecieron eternas. Y en ese momento todos mis conocimientos religiosos, teológicos y especialmente mi fe, fueron puestos a prueba. 


Fue una experiencia terrible ver a mi padre consumido en vida por una enfermedad, y junto con él, a mi madre, quién impotente observaba como la muerte poco a poco lo arrancaba de sus brazos. Sé que es muy duro hablar de esto, pero lo hago porque tal vez tú que estás leyendo esto pases por una situación parecida, o por el contrario, siempre te muestras indiferente ante este tipo de situaciones.


Entre más pasaban los días, mi padre más se complicaba, cuando no era otra cirugía de emergencia, era una infección o un paro cardiaco. Y ante todo el sufrimiento y dolor que se experimenta en una situación de esta naturaleza, es cuando la vida con Dios comienza a cambiar.


He dado clases, charlas, temas y predicas, acerca de que Dios no castiga, y de que las enfermedades son medios por los que podemos acercarnos al creador, para abandonarnos en sus manos y hacer su voluntad. He hablado sobre ofrecer el sufrimiento, y sé perfectamente lo que se tiene que saber en momentos como este, pero es muy diferente saberlo que vivirlo.


Después de estar semanas en el hospital, tuve que dejar mi vida de lado, incluyendo el trabajo, los estudios, el apostolado y los amigos, y fue entonces cuando el aislamiento se hizo más presente. De hecho, una de las cosas más difíciles era cuando mis amigos hablan para saber la condición de mi padre, y me di cuenta de que la vida afuera del hospital seguía. Y seguía sin mi.


Mi mejor amigo, siempre me dijo que yo creía en Dios por fe, y yo siempre le contesté que no era así, que creía en Dios por amor, porque me sentía amado por Él. Pero en esas circunstancias, era muy difícil sentirme amado por Dios, aún cuando amigos sacerdotes estaban de constante visita en el hospital, o cuando religiosas y amigos laicos se encontraban haciendo constante oración por mi familia. 


Entre el dolor humano, la muerte que no acababa de llegar, el agotamiento físico y espiritual, las ganas de llorar detenidas siempre en mi garganta, el aislamiento y la constante sensación de soledad, mi oración se volvió árida, y mi fe comenzó a caer.


Fue en ese momento, cuando la figura de Job se hizo presente en mi vida, cuando me vi a mi mismo como el hombre invadido por el dolor que pregunta a Dios ¿por qué? ¿por qué Señor? Y resulta ser una pregunta válida, que no pretende desafiar al todopoderoso, sino que es legítima, porque sale del corazón.


Pero como en la historia de Job, los amigos no dan la respuesta correcta al desposeído, por el contrario le hablan del pecado que debió haber cometido para ser castigado de esa manera, y de igual modo a mi llego el sermón del fallo, del error en que había caído, en mi falta de confianza y de fe en el Señor, y la reprimenda sobre la respuesta de señorío que debía dar. Cuando al igual que Job, lo único que necesitaba era que alguien se solidarizara con mi dolor, con mi sufrimiento. Tan solo un amigo, que me abrazara, que me dijera que no me preocupara, que todo iba a estar bien.


Y en ese momento Dios contestó a mi pregunta. Lo hizo a través de un amigo, que nunca me reprocho, que nunca me juzgó. De hecho no tuvo que decir nada, solo escuchar, solo estar ahí. Como un reflejo del mismo Jesús. Y entonces en ese exceso de misericordia de parte de Dios, la enfermedad de mi padre se convirtió en la oportunidad perfecta para recomenzar mi vida con Dios, mi vida con gracia y fe.


Apaciblemente se cruza la línea de regreso entre sobrevivir y vivir. En el caso de mi padre, no solo vivir, sino vivir con cáncer. Su recuperación y la de mi familia, ha sido gradual, y no ha sido solo de la enfermedad, sino también a nivel espiritual y emocional. Como todo desierto, es largo, es cansado y difícil de cruzar, pero Dios siempre provee.


Quisiera decir que las cosas se han arreglado mágicamente, que no hay más dolor, y que la felicidad es utópica, pero la vida real no es así. La vida real esta llena de buenos y malos momentos, de pruebas y fracasos, de fallos y éxitos. Y en esa realidad es cuando Dios actúa, siempre en la realidad. Así que cuando pases por un momento como este, solo pide a Dios, que haga su voluntad y que en un exceso de misericordia te de alguien que se solidarice con tu dolor, que solo este ahí.


Una historia más de nuestro Éxodo contemporáneo...