Verdadera amistad, tesoro divino

Autor: Roberth Phoenix  

 


Algunas amistades se rompen fácilmente, pero hay amigos más fieles que un hermano. (Pr 18,24)



Hace un par de semanas me reuní con unos colegas abogados para tomar un café. Y en la charla de sobremesa se dio uno de los momentos más interesantes que he vivido, platicamos sobre la amistad. En realidad comenzamos hablando de las personas con las que convivimos a diario y a las que hemos dejado de ver.
De ahí reflexionamos que existen personas que están en nuestra vida por una razón, es decir, que no escogemos sino que forman parte de nuestra vida, como nuestros padres o nuestros hermanos. De la misma manera pasa con todos nuestros familiares, tíos, primos y abuelos. Pero ciertamente sino fuéramos parte de esa familia no tendríamos ningún lazo con ellos. Sin embargo no son malos, por el contrario, nuestra familia es un gran apoyo, y un refugio del mundo, no para escondernos sino para protegernos y fortalecernos.


Después están las personas de etapa específica, llámese trabajo, estudio o lugar de residencia. Dentro de esta categoría podrían entrar los compañeros de apostolado o misión, ya que únicamente convivimos con estas personas mientras tenemos el nexo en común. Después, sin mayor problema o inconveniente hacen o dicen algo en donde la relación llega a su fin. En ocasiones mueren, desaparecen de nuestras vidas o nos empujan a dejarlos, o simplemente cambiamos nuestra residencia o trabajo. Lo importante aquí, es que la etapa está terminada y es tiempo de seguir adelante.


Por último están las relaciones de toda la vida, que se encuentran para asistirnos en alguna dificultad, brindarnos apoyo y orientación, ayudarnos física, emocional o espiritualmente, es decir, para amarnos. Parece que llegan como caídos del cielo, y lo son, pues la Providencia de Dios las pone en nuestro camino, pero que nosotros aceptamos o rechazamos según utilizando nuestro libre albedrío. Ellos nos enseñan lecciones para toda la vida, nos ayudan a aprender, a construir emociones con fundamentos sólidos.


Dentro de esta última categoría podrían entrar dos tipos de personas por demás importantes, la pareja y los amigos. Ahora bien, no todos pueden tener pareja, porque tal vez su vocación no está hecha para ello, como los sacerdotes, los religiosos y religiosas o los laicos con vocación a la soltería. Pero sin duda, todos podemos tener amigos.


Y llegando a este punto, fue cuando en verdad nos dimos cuenta de lo increíble e importante del proceso que pasamos para poder llegar a tener amigos, pues aunque los tenemos desde la infancia, no siempre duran, como todo en la vida cambian cuando crecemos. En la adolescencia tenemos a nuestros “grandes cuates”, algún compañero de la secundaria o de la prepa, alguien con quien compartimos nuestras vidas durante esos años. Pero al terminar solo nos queda el buen recuerdo, después de todo son solo personas de etapa específica.
Lo cierto es que encontrar buenos amigos, amigos de verdad, es difícil. Ya que, es como encontrar nuestra alma gemela, como una parte de nuestro propio ser en otro cuerpo, en otra persona. Un amigo es un tesoro divino: “Un amigo fiel no tiene precio; su valor no se mide con dinero. Un amigo fiel protege como un talismán; el que honra a Dios lo encontrará.” (Eclo 6, 15-16)


Y reflexionando en la palabra divina, me di cuenta del gran compromiso que significa tener amigos. Así como en el matrimonio se hacen votos, en la amistad prevalecen los valores de amor y respeto, de acompañamiento y apoyo en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la carencia, en los buenos tiempos y en los malos. Pues normalmente en la abundancia los amigos sobran, pero en la necesidad los verdaderos amigos están al lado. 


Prueba de ello es San Juan al pie de la cruz. El discípulo más amado, el amigo de Jesús. Más allá de esto Jesús también experimento la amistad, y el dolor de la muerte de su amigo Lázaro, la alegría de compartir su tiempo y su vida con ellos. Y no conforme con ello, nos comparte su propia amistad al llamarnos amigos y no siervos. Es increíble que un honor tan grande pueda ser depositado en nuestras manos, como ser llamados amigos del maestro.


Lo cierto, es que todos hemos tenido amigos alguna vez, con buenas y malas experiencias. Tal vez con traiciones o abandonos, o por el contrario con fidelidad y confianza, pero que nos han enseñado quienes son nuestros verdaderos amigos, y que también nos han ayudado a descubrir quienes somos.


En mi caso, he tenido y tengo diferentes amigos, a quienes amo de diferentes maneras, porque cada uno es diferente. Pero hay dos que me han marcado para toda la vida. El primero compartió conmigo su vida desde nuestra adolescencia, crecimos juntos y nos llegamos a conocer tan bien que ofrecimos nuestra amistad a Dios para su gloria. Ahora nuestras vidas han tomado caminos separados, pero él siempre tendrá un lugar en mi corazón, pues así se lo he otorgado.


El otro, es un hombre mayor que yo, que ha tomado muchos papeles en mi vida, el consejero, el hermano mayor, el socio de trabajo y de proyectos en común. Pero que más allá de eso me ha compartido sus sueños y anhelos, sus alegrías y tristezas, su confianza y su familia, su vida y su amor. Y que ha estado en los momentos más difíciles de mi vida. Una amistad que Dios ha incitado desde el principio y donde ambos hemos dado gloria al creador. 


Todos hablamos sobre la amistad, pero nunca pensamos que en verdad es un don de Dios que nos otorga para que podamos realizarnos completamente. Pues: “Algunas amistades se rompen fácilmente, pero hay amigos más fieles que un hermano” (Pr 18,24) Así que parte de nuestra misión en la vida es aceptar la lección: amar a nuestros amigos como son y utilizar lo que aprendemos de ellos en las demás relaciones y áreas de nuestra vida.


Así que si tu que estás leyendo esto tienes la fortuna de llamar a alguien por el nombre de amigo, dale gracias a Dios por semejante don, y ofrécelo para su gloria. Y si tu amigo mío estas leyendo esto, espero que sepas que te amo y que siempre estas en mis oraciones.


Una historia más de nuestro Éxodo contemporáneo...