Un laico en el seminario

Autor: Roberth Phoenix 

 

 

  
La participación en la formación de futuros sacerdotes es una gran responsabilidad

Los jóvenes seminaristas, son sin duda un tesoro dentro de nuestro seminario, pues van descubriendo sus propias vocaciones sacerdotales o laicales, siempre al servicio, demás de sus capacidades para compartir con la humanidad.

            Cuando me preguntan cómo entré a dar clases al seminario, normalmente la gente lo hace con una expresión de sorpresa, lo cual es bastante comprensible considerando mi edad, pero lo cierto es que no ha sido nada fácil dicha tarea, de hecho el reto comenzó mucho antes de aceptar la oferta.

            Verán, fue a través de una buena amiga a quién conozco desde hace años y con quién he trabajado en diferentes apostolados, que la oferta por parte del P. Dagoberto, Vicerrector del Seminario Palafoxiano de ingresar como parte del profesorado, llegó a mi vida.

            Al principio fue difícil tomar la decisión, pues en definitiva el participar en la formación de futuros sacerdotes es una gran responsabilidad. Incluso tuve que consultarlo con mi guía espiritual, quién me hizo notar que era necesario para mí, cambiar mi concepto de que el sacerdote guía al laico y no al revés, pues los laicos también podemos participar en la formación de nuestros futuros presbíteros, pues todos somos Iglesia.

            Si he de ser sincero, al principio fue extraño, pues a pesar de haber trabajado con jóvenes por años, el saber que éstos muchachos podrían ser nuestros futuros guías, era realmente maravilloso e inquietante. Sin embargo, poco a poco, fui conociendo a mis alumnos, en los cuales pude descubrir muchas cosas, pero especialmente dos situaciones que llamaron poderosamente mi atención.

            La primera es que ante todo estos muchachos siguen siendo hombres, y lo digo en todo el sentido de la palabra, es decir, con cualidades y defectos como cualquiera, con sus limitaciones y sus dones. Son a pesar de la vocación, muchachos como cualquier otro, que viven, ríen, juegan, lloran, sufren, se divierten y  maduran día con día.

            El otro aspecto es por supuesto la maravillosa disposición para apoyarse unos a otros como una verdadera comunidad, pues sin importar los distintos gustos, las capacidades, las limitantes o la formación, todos absolutamente se demuestran un apoyo incondicional. De hecho, el trabajar con estos jóvenes me ha recordado especialmente a las primeras comunidades cristianas, donde la diversidad humana está presente, al igual que la sed de Dios.

            Los jóvenes seminaristas, son sin duda un tesoro dentro de nuestro seminario, pues van descubriendo sus propias vocaciones sacerdotales o laicales, siempre al servicio, además de sus capacidades para compartir con la humanidad, y me refiero no sólo al aspecto religioso sino al aspecto cívico, al aspecto humano y por supuesto al espíritu alegre que los caracteriza.

            Ser un profesor laico de éstos jóvenes seminaristas ha sido una de las experiencias más extraordinarias que he podido vivir pues he podido valorar las vocaciones laical y sacerdotal, y espero de corazón que lo poco o mucho que pueda aportar mi persona pueda servir para que el día de mañana tengamos sacerdotes y laicos comprometidos con Cristo y con los demás, que puedan a su vez influenciar a muchos otros jóvenes que o necesitan.

            Otra historia más de nuestro Éxodo contemporáneo...