Llegó Big Brother 2

Autor: Roberth Phoenix  




Basta de enajenar nuestras mentes con tanta porquería que nos aleja de nuestra realización como seres humanos dignos y felices


¿Recuerdan el año pasado todo el revuelo causado por el estreno de Big Brother? Bueno, pues lo cierto es que de la experiencia no aprendimos nada, pues el reality show resultó ser todo un éxito, y darle sus 15 minutos de fama a unos completos desconocidos, que ciertamente no aportan nada al medio televisivo. Y en vista de éxito obtenido, ahora viene la secuela que pronostica ser mucho más irreverente y escandalosa que la anterior.


En marzo de este año arrancó el Big Brother 2, el cual tuvo más de un millón en solicitudes para ser los inquilinos de la famosísima casa de colores. Entre los perfiles que se buscaron para ser aceptados en esta segunda emisión del famoso programa, se encuentran la gente común y corriente, explosivos, transparentes, sin ningún talento en especial, ex-adictos proféticos, adolescentes neuróticos, treintonas histéricas y todo un catálogo de patologías listas para reventar en el aislamiento de la casa.


El asunto es así de simple, que sea gente popular, malhablada y con cierta “chispa”, para que el público se identifique con ella. Diseñados para entretener y satisfacer al vouyerista que los televidentes llevan dentro, con el pretexto de no ser “más que la verdad”, de la naturaleza y el comportamiento humano.


Ahora, para este tipo de shows, que proliferan peor que las plagas del Éxodo, tienen siempre un gancho económico, pero seamos honestos, el ganador es lo de menos, la gente se inscribe por salir en la televisión y volverse famosa. Pero la verdad es que a nadie le interesa la “carrera musical” de Azalia, o los poemas del Pato, o la carrera política del Lic. Aún así, todos los mexicanos parecen deslumbrados con la idea de participar en el Big Brother 2, pues la promesa de fama y fortuna, es una tentación ante la que pocos pueden resistirse.


En realidad, Big Brother no es el único programa donde el ser humano es la gran atracción del circo televisivo, pero sí el más famoso en nuestro país. Programas como Operación Triunfo, La academia, Popstars, Big Brother VIP y Código FAMA, no provocan más que el ocio y la pérdida de criterio del televidente, pues en este tipo de reality shows, lo que menos importa es el talento o las cualidades humanas de los participantes, lo importante es el proceso de degradación en grupo, la exhibición explicita y cotidiana de sus patologías más entrañables, de sus deseos y frustraciones, dignos de pena aneja, sean niños adultos o celebridades en picada.


Si bien es cierto que se ha tratado de evitar la transmisión de ésta basura televisiva, las campañas en contra de estos programas solo han sido contraproducentes. Por ejemplo la campaña ejercida por el Comité Nacional Próvida y del Señor Serrano Limón, no logró más que generar más morbo por parte de la gente. Mientras que la campaña dirigida por la Asociación a favor de lo mejor, se arregló gracias al alto rating de las emisiones.


Lo peor del caso es que nos preocupamos muchísimo por este tipos de programas mientras que programas cotidianos como “Toma libre” con Facundo, “Otro rollo” con Adal Ramones o “Válvula de Escape” con Horacio Villalobos, que son mucho más agresivos, grotescos, y carentes de valores, además de promocionar abiertamente las relaciones sexuales, la conducta homosexual y el libertinaje, pasan desapercibidos por los televidentes, y hasta los encontramos divertidos y ocurrentes.


¿Qué pasa con nuestra televisión? Ya basta de ver “teiboleras” y travestís en la televisión, basta de escuchar que el sexo es lo más natural y que cada quien puede hacer con su vida lo que se le pegue la gana. Basta de enajenar nuestras mentes con tanta porquería que nos aleja de nuestra realización como seres humanos dignos y felices.


Para acabar con estos males de la televisión tenemos tres opciones. La primera es saboteándolos, pero no con campañas estúpidas que en lugar de ayudar empeoran la situación, sino de la manera más fácil, no viéndolos, pues un programa sin rating es materia muerta.


La segunda es a través del nuevo reto que se nos presenta a los cristianos en el tercer milenio, la evangelización a través de los medios de comunicación, de la propagación de la prensa diaria, de la radio y sobre todo de la televisión. Medios que permiten una comunicación tan fluida entre los hombres, que los hechos son noticia a los pocos minutos de haber sucedido. En cualquier caso, es responsabilidad de la Iglesia, principalmente a través de la actividad de muchos laicos católicos, hacernos presentes en esos nuevos areópagos del mundo de hoy.


Los comunicadores cristianos necesitamos una formación que nos capacite para trabajar con la competencia técnica y eficacia apostólica en un campo tan complejo como este. Tal formación debe abarcar, además de una profundización en lo moral y ético. Pero por encima de todo, debemos ser hombres y mujeres en comunión con Dios, para llevar su mensaje a todas las gentes por medio de las nuevas técnicas de comunicación, pues los comunicadores cristianos tenemos mucho que aportar a la formación cristiana.

 

Y por último crearnos y crear en nuestras familias un criterio cristiano para no aceptar todo lo que se nos proponga a través de los medios masivos de comunicación, sino, escoger cuidadosamente lo que nos ayudará en nuestro camino a la santidad y la felicidad, para “ver la tele junto con Jesús”.
Una historia más de nuestro Éxodo contemporáneo...