Las primeras semillas de Jesús en mi vida

Autor: Roberth Phoenix   

Un retrato hablado del Padre José Antonio Curiel

Lo más curioso de todo es que nunca tuvo que mencionar a Dios o a la Iglesia para compartirme su testimonio de amor y vida

            Cuando era pequeño quería ser sacerdote... hace mucho que no recordaba aquel capítulo de mi vida. Tendría como diez u once años y estudiaba en un colegio salesiano. Creo que dentro de la inocencia infantil, el amor a Dios siempre se hace presente, pues no existen los peros ni los pretextos para tener una relación con Él.

            Pero cuando fui creciendo las cosas en mi vida fueron cambiando, al igual que mi deseo de ser sacerdote, de hecho cuando entre a la adolescencia mis dudas sobre la existencia de Dios se pronunciaron fuertemente, y fue cuando conocí al Padre Curiel, en una misa celebrada en el colegio.

            De entrada el hombre me impresionó pues es muy alto, delgado y tiene una personalidad impactante. Pero lo que más me sorprendió fueron sus palabras, pues sabiamente hizo una crítica sobre el consumismo al que están expuestos los jóvenes y la perdida de tiempo y energía que resulta de éste.

            Por supuesto yo me di por más que ofendido, ya que yo era uno de esos tantos adolescentes que compraban revistas, cd´s y toda clase de productos comerciales impuestos por la moda. Así que decidí ignorarlo tranquilamente, pero como editor del periódico escolar, llegó el momento de encontrarnos.

            Mi deber era entrevistarlo por ser el nuevo director del colegio, pero sorprendentemente esa primera impresión que tuve quedó completamente opacada al encontrar a un hombre culto, muy inteligente y dedicado al cien por ciento a su servicio hacia el Señor. A partir de aquel momento encontré en aquel hombre a mi primer guía, a mi primer confidente y amigo.

            Es curioso pensarlo, pero a pesar de la diferencia de edades, él siempre me trató como un adulto comprendiendo las situaciones propias de mi edad. Me compartió mucho sobre el amor, el verdadero amor que sólo Dios da, sobre la amistad, la autoestima, el valor de la vida y de las cosas importantes en la vida. Con él pude aprender mucho sobre mi mismo, sobre mis capacidades y mis limitaciones, sobre el ecumenismo y el respeto.

            Y lo más curioso de todo es que nunca tuvo que mencionar a Dios o a la Iglesia para compartirme su testimonio de amor y vida. De hecho específicamente le pedí que no me hablara sobre Dios pues yo no creía en Él, pero Padre Curiel nunca tuvo que hacerlo, siempre lo proclamó en silencio.

            Durante aquellos año pude conocer a un hombre con muchas virtudes y cualidades, pero sobre todo al lado humano de un sacerdote, pues aunque lo respetaba por su elección de vida, para mí era un gran amigo y lo veía como tal, no como una figura de autoridad en mi vida sino como un guía y compañero.

            Los años pasaron y salí de la secundaría, después a él lo trasladaron a otro estado a seguir trabajando en su labor evangelizante y aunque distinta, la relación siguió. De hecho eran casi obligatorias las charlas en nuestros cumpleaños, navidad o la entrega de los Oscares, pues ambos somos cinéfilos de corazón.

            Cuando por fin tuve mi encuentro, descubrí que todo aquello que yo necesitaba para llevar una vida con Cristo ya estaba plantado n mi, pues eran semillas que aquel hombre maravilloso había depositado sin que yo me percatara de ello. Y ese era el tiempo preciso para que comenzaran a florecer.

            Por supuesto al cambiar de vida, la noticia no se pudo hacer esperar, inmediatamente le hablé y compartí con él, lo sucedido. La experiencia que había tenido al conocer y experimentar a un Jesús vivo y amoroso, y por supuesto quería agradecerle por todo lo que había hecho por mí, pues sin darme cuanta él siempre fue un ejemplo y testimonio del amor de Dios en mi vida. Lo más maravilloso fue su respuesta, me dijo que me agradecía por compartirle mi buena nueva, pues eso lo motivaba a seguir trabajando para el Señor.

            La última vez que desayunamos juntos platicamos sobre muchas cosas, los Oscares, la televisión, el amor, la amistad, la vida, de Dios, de la religión, de la evangelización y de otras muchas cosas, pero ahora podemos hablar en la “misma frecuencia”, sabiendo que es Dios quien ha propiciado esta maravillosa relación. Estoy convencido de que si éste hombre santo no hubiera sembrado la presencia de Dios en mi vida hace muchos años, mi vida sería muy distinta el día de hoy. Por eso agradezco a Papá Dios por ponerlo en mi camino y por dejarlo ser un excelente instrumento a su servicio.

            Otra historia más de nuestro Éxodo contemporáneo...