Incienso y Kriptonita

Autor: Roberth Phoenix  


A veces en la soledad de mi cuarto o entre la multitud del Jubileo, me pregunto ¿Cómo llegue aquí?

En mi actividad pastoral, que es trabajar con jóvenes y adolescentes para guiarlos en el camino de Dios por diferentes medios y en diferentes ámbitos (entiéndase universidades, preparatorias, secundarias, grupos parroquiales, escuelas diocesanas, etc.), muchas veces me he encontrado con la disyuntiva de seguir o detenerme. Después de todo trabajar con jóvenes no es nada fácil, sobre todo si tomamos en cuenta las influencias del “mundo pagano”, como la televisión, el cine y la música. No es que este en contra de estos, después de todo, soy un cinéfilo de corazón y el arte corre por mis venas, es solo que no es fácil estar del otro lado, el lado de Jesucristo.

Pero comencemos por el principio. No hace mucho, yo era un muchacho coleccionista de comics, que deseaba ser actor y cantante más que nada en la vida, así que deje a mi familia, amigos y tierra y me fui a México D.F. Ahí, estudie actuación en la escuela de Patricia Reyes Espíndola y trate de entrar a Televisa, cosa se volvió el centro de todas mis fuerzas e intereses. Después de un tiempo en la ciudad del “hoy no circula” y de un proceso que mermaba mi espíritu poco a poco, decidí regresar a Puebla, aceptando mi derrota, sin entender que, en realidad, había perdido desde el momento en que huí a otra ciudad para no enfrentarme a mis problemas y a mi mismo.

De regreso en la ciudad levítica, llegó el momento de la crisis y la gran pregunta de mi vida “¿Dios existe?” al fin encontró respuesta. Una respuesta llena de amor que tocó lo más profundo de mi corazón y que fue satisfaciendo una a una mis necesidades de vida. Ciertamente no puedo decir que fue un encuentro sencillo, en realidad fue toda una revolución que implicaba cambios en mis principios y en mis ideales. Un camino un tanto doloroso, pero lleno de un enriquecimiento espiritual y un crecimiento como ser humano, que jamás había imaginado.
Sin embargo, durante este camino me veía a mi mismo cambiar, y conmigo, mi visión del mundo, una visión que quería compartir con mi familia, mis amigos, la gente a la que amo. Es así como llegue al momento en que me pregunte “¿Y ahora qué?”. Y una vez más, ese ser lleno de amor y misericordia, me dio la respuesta: compartir el amor, el amor de Dios.

Cuando tome la decisión de trabajar con adolescentes y jóvenes, comprometí mi corazón y mi vida al servicio de Dios. Y aunque la verdad es difícil trabajar con ellos, también es muy gratificante saber ahora que soy un instrumento del Dios; y como diría mi párroco y buen amigo, el Padre Rubén Vega “Yo solo soy el sembrador, no me toca ver la cosecha, eso le toca al Señor”.

Actualmente soy Coordinador de Evangelización para jóvenes en el Departamento Arquidiocesano de Evangelización, y me doy cuenta, de que en este arduo camino, solo me queda prepararme más y mejor para dar lo mejor de mí. Y aunque no lo crean resulta ser muy divertido e interesante y por si fuera poco he conocido gente comprometida al servicio de Dios y de la Iglesia, 
Además, hay momentos en que el Señor en su infinita misericordia, me ha dejado ver una que otra pequeña semilla que comienza a nacer, una pequeña fe que comienza a elevarse hacia su encuentro con Él, y eso es siempre motivante, especialmente cuando conozco personas que han tomado el mismo camino, trabajar “con y para la juventud”.
Es por eso, que muchas veces, aunque los medios de comunicación, los amigos y hasta los parientes nos puedan calificar como “mochos”, “espantados” o “santitos”, el ver a jóvenes valientes, acercándose cada vez más a su realización como seres humanos e hijos de Dios, es lo que verdaderamente me impulsa a seguir siempre hacia delante.

Sé que no soy el mismo que fui hace unos años y que ahora cuando mi mejor amigo me cuenta que compró tal o cual comic, entiendo que mis tiempos de “Superman” han quedado atrás para dar paso a mi vida al servicio de Dios. Y así, día a día, cuando me encuentro sirviendo ya sea en la Departamento o en la universidad, o a veces en la soledad de mi cuarto o entre la multitud del jubileo, me pregunto ¿Cómo llegue aquí?... Y la respuesta sigue siendo la misma: Por amor.

Una historia más de nuestro Éxodo contemporáneo...