¿Dawson´s creek o Buffy la cazavampiros?

Autor: Roberth Phoenix  


Lo que hoy se requiere es una Iglesia que sepa responder a las expectativas de los jóvenes.

En el próximo año 2004 , como cada año, celebraremos la Jornada Mundial de la Juventud que, como todos sabemos, contará con la presencia de su Santidad Juan Pablo II. Así que esto me hizo pensar ¿Qué es la juventud?

Después de todo, juventud es un término que ni siquiera existe legalmente, conocemos al mayor de edad, pero no al joven. Psicológicamente, la juventud se subdivide en distintas etapas donde comprendemos al pre-adolescente, al adolescente, al joven, al adulto joven, etc. El aspecto médico marca los cambios hormonales propios de los adolescentes, pero que pasa con el joven. ¿Qué es exactamente la juventud?

Juan Pablo II, dice que la juventud es un tiempo dado por la providencia al hombre, en el cual, busca como el joven del evangelio, la respuesta a las interrogantes de la vida; dice también que es un tiempo de opciones, para descubrir nuestras vocaciones, y por último asegura que es un tiempo de ensayar y errar.

Pero la Iglesia no es la única que propone una respuesta a la pregunta hecha. Los medios de comunicación nos dicen que la juventud es libertad, es un tiempo muy corto, en donde se debe aprovechar al máximo la existencia, la libertad, el placer. Donde es el mismo joven el único que tiene la decisión sobre el quehacer de su vida, y donde nadie más tiene cabida, a menos que sea para compartir el placer o la diversión.

Pero que pasa con los jóvenes que enfrentan día a día a la vida real, al verdadero amor, a la muerte, a la amistad. No a ese “amor” estudiantil de la secundaria, en donde creemos que la muerte está a la vuelta de la esquina. Me refiero al amor de los verdaderos amigos, no solo los que están para ir por unas “chelas” o para ir al table dance.

Me refiero al amor de la gente que ha estado contigo siempre, los padres. Esos “que no nos entienden”, esos que han dado la vida por nosotros desde antes de nacer. Los verdaderos amigos, esos que están con nosotros para llorar y para orar, para vivir y solidarizarse con nuestro dolor. Y el verdadero amor, no aquel en donde solo “andamos un rato”, para darle rienda suelta al cuerpo, o hacernos ilusiones utópicas, donde el amor es asesinado y solo reina la idealización.

¿Qué pasa con los jóvenes que enfrentan a la muerte? La verdadera muerte, el pecado, la esclavitud. Que mueren día a día ante sus pasiones y su falta de amor, donde no encuentran sentido a la vida y se dejan caer por el abismo del “así soy y que”, escudándose detrás de un “al menos yo si soy honesto no como la sociedad hipócrita”. Pero que no se atreven a enfrentarse a si mismos, a aceptarse, a conocerse, a amarse en verdad, a ser santos.

¿Qué pasa cuando los jóvenes no reconocen la verdadera muerte? Cuando creen que el suicidio lo es todo. O cuando sus vidas se basan solo en querer ser como los personajes unidimensionales de series como Beverly Hills 90210 o Dawson´s Creek. O cuando el ansia de poder, de evadir la realidad y encontrar soluciones falsas está en los horóscopos, los cuarzos, la brujería... Y digo, no es que Buffy la cazavampiros no sea una serie divertida, pero es solo eso, una serie e televisión.
Y el gran mal de nuestros tiempos no es el placer, el sexo, el dinero o la televisión, por el contrario es la falta de amor. Pero todo esto nos deja con la misma pregunta: ¿qué diablos es la juventud?

Para dar respuesta a la gran incógnita sobre ¿qué es la juventud?, creo que debemos de buscar en el origen de esta, no en el sentido histórico o en el psicológico, incluso no en el cronológico, el biológico o el sociológico, sino en el verdadero: el divino.

Dios que ha creado todas las cosas y acompaña a todas sus criaturas a lo largo de su existencia, ha tenido la iniciativa de hacerse presente en el caminar y en la vida de los jóvenes. No quiere dejarlos solos, especialmente en las situaciones más difíciles o cuando creen que están más alejados. Esta presencia de Dios en el caminar y en la vida de los jóvenes es un llamado para que sean protagonistas de su plan de salvación, para que descubran su identidad de hijos de Dios y respondan comprometiéndose con el proyecto que tiene para su pueblo.

Los jóvenes que Dios llama hoy a ser protagonistas de las luchas de su pueblo, tampoco escapan a los problemas y sufrimientos del mismo pueblo al que pueden ayudar a liberar. Sus actitudes de valentía, fidelidad, lucidez, amor y generosidad se entremezclan muchas veces con actitudes de miedo, traición, duda, egoísmo, tentación de abandono y postergación. Sin embargo, Dios sigue llamando.

Así como Jesús es presentado hoy como el hombre para los hombres, del mismo modo el joven para comprometerse debe descubrir la presencia de Dios que lo llama. Jesús descubría la presencia de su Padre en las cosas de la naturaleza, en la vida y en las actitudes de la gente, en los pequeños logros de la misión de los apóstoles. A partir de esas mismas realidades, anunciaba la Buena Noticia, llamaba a la conversión e invitaba al seguimiento y al compromiso del reino.

Si en este momento los jóvenes conocen a Cristo y tienen un encuentro personal con Él, deleitarán el verdadero sentido de la Vida, “al encontrar a Cristo, todo hombre descubre el misterio de su propia vida”. Esta opción decida y valiente de buscarlo y seguirlo, será el mejor proyecto de vida que la juventud puede aspirar.

Y serán menos los jóvenes que se dejen guiar por las ofertas de un mundo hedonista y liberal que promueve el mal uso de la libertad, causando la esclavitud y denigración del hombre.

Miles de jóvenes han procurado y continúan procurando hoy vivir el seguimiento de Jesús en América Latina. Su experiencia de fe vivida y compartida, fue expresada así en Cochabamba, durante el Primer Congreso Latinoamericano de Jóvenes: “Creemos en Jesús vivo y presente cuando reafirmamos nuestro compromiso para la formación integral y permanente de los jóvenes, aceptando asumiendo y anunciando el evangelio desde nuestra vivencia personal y comunitaria y siendo protagonistas de la historia. Creemos en Jesús vivo y presente en la Iglesia Joven, comunitaria, profética y misionera, que tiene propuestas de vida transformadoras y respetuosas de cada persona y asume un compromiso evangélico y liberador.”

Juan Pablo Segundo afirma: “Lo que hoy se requiere es una Iglesia que sepa responder a las expectativas de los jóvenes. Jesús desea dialogar con ellos y proponerles, a través de su cuerpo que es la Iglesia, la perspectiva de una elección que comprometa sus vidas. Como Jesús con los discípulos de Emaús, así la Iglesia debe hacerse compañera de viaje de los jóvenes, con frecuencia marcados por incertidumbres, resistencias y contradicciones, para anunciarles la ‘nueva’ siempre maravillosa de Cristo Resucitado”.

Para Juan Pablo II la nueva evangelización es algo operativo y dinámico. Es ante todo una llamada a la conversión y a la esperanza, que se apoya en las promesas de Dios y que tiene como certeza inquebrantable la Resurrección de Cristo, primer anuncio y raíz de toda evangelización. Es también un nuevo ámbito vital, un nuevo Pentecostés donde la acogida del Espíritu Santo hará surgir un pueblo renovado constituido por hombres libres consientes de su dignidad y capaces de forjar una historia verdaderamente humana”.

La encarnación Jesucristo se inserta en el corazón de la humanidad a través de una cultura concreta, mostrando así que toda evangelización exige una inculturación. El universo juvenil actual se caracteriza, entre otras cosas, por un dinamismo cultural vertiginoso, donde existe gran pluralidad de culturas juveniles en permanente y rápido proceso de cambio y evolución. La evangelización requiere, por tanto, un especial esfuerzo de inculturación y una actitud de constante apertura, renovación y actualización que responda a esa mutabilidad cultural. Esta adaptación a las culturas de la juventud no es un falseamiento del Evangelio, sino una respuesta a la exigencia de vivirlo, pensarlo y anunciarlo en clave juvenil, de manera que pueda hacerse vida en la realidad y en la cultura de los jóvenes.

La mejor manera de evangelizar a los jóvenes es permitir que los propios jóvenes se hagan Iglesia y ayuden a toda la Iglesia a ser una Iglesia joven y de los jóvenes, que sea un pueblo de Dios que camina, que se articula en comunidades vivas y que se organiza para la transformación de la realidad, que rompa con los esquemas de la evangelización tradicional para compartir a un Cristo joven y contemporáneo, acorde con el nuevo milenio. De esta manera, podremos despertar el anhelo que todo corazón humano tiene de conocer, seguir y renovar el amor a Cristo, en los jóvenes fieles laicos y en los que no conocen a Dios, pues todos, sin excepción, somos sus hijos.

Una historia más de nuestro Éxodo contemporáneo...