Dos torres, dos años, una plegaria

Autor: Roberth Phoenix  

 


La historia no se escribe con torres, sino con lágrimas que guardan luto por la muerte tan arbitraria de inocentes

Hace un par de años reflexionaba acerca de que la historia no se escribe con torres, sino con lágrimas que guardan luto por la muerte tan arbitraria de inocentes. De aquellos que como nosotros, esperan salvación, esperan consuelo, esperan justicia. Porque somos hombres y mujeres comunes, que luchamos día a día con amor, con valor y compasión, que nos negamos a rendirnos ante la desolación y el pecado.


Porque el futuro le pertenece a los hombres y mujeres comunes como tú que estas leyendo esto. Un futuro que debe construirse libre de actos como el del 11 de septiembre. Un futuro por el que se debe luchar y que debe renovarse como agua fresca. Hombres y mujeres que no nos agachamos ni nos rendimos ante el mal. Hombres y mujeres que no nos hemos debilitado, sino que nos hemos fortalecido.


Hace un año reflexionaba acerca de que son en momentos como éste, cuando nacen los verdaderos cristianos, hombres y mujeres que somos más nobles de lo que pensamos, más fuertes de lo que creemos, y que en este momento fuimos elegidos por la historia, para gritar al mundo que Cristo es la Salvación, para dar ánimo, para infundir valor en los demás, para amar y consolar. Pues el fuego del Espíritu Santo no se puede apagar con estallidos de bombas o conteos de cadáveres. A nosotros nos ciega la luz de la verdad y el amor de Dios. Y ante esa luz ninguna maldad puede triunfar.


Este año he reflexionado que han pasado muchas cosas desde aquel fatídico día, disputas, campañas políticas, incluso una guerra, pero nada de esto nos ha devuelto la vida de aquellos inocentes. Y es entonces cuando la sombra de la indiferencia y la apatía se hace presente. Cuando el fantasma de englobar todos estos suceso en conceptos tan arbitrarios como juicios a favor o en contra de tal o cual país se apodera de las personas. De esos hombres y mujeres comunes.


He reflexionado acerca de que ninguno de nosotros somos dioses y no podemos cambiar el pasado. Pero también que Dios nos ama tanto que nos deja el presente y el futuro en nuestras manos. Que somos nosotros, hombres y mujeres comunes, quienes decidimos el curso de la historia y el legado que dejaremos a las siguientes generaciones.


Que somos nosotros quienes podemos enseñar a nuestros hijos a amar a Dios, a amarse los unos a los otros, a vivir en paz y con respeto, a valorar la vida y el mundo que Dios nos dio. Y que no hay mejor manera de enseñar que con el ejemplo, tal como hizo Jesús, anunciando la buena nueva, denunciando las injusticias, sirviéndole al prójimo y celebrando la dicha de ser cristiano.
Por eso, hoy te pido que dejes a un lado tus prejuicios, tus distinciones y parcialidades para unirnos todos en una oración al creador Todopoderoso, al único Señor de la vida, para pedirle nos de la conciencia y la capacidad de crear un mundo donde estas cosas no tengan que ocurrir. Un mundo donde no debamos disculparnos con nuestros hijos, porque esta pavimentado por los despojos de dignidad humana.


Hace dos años derribaron dos torres enormes, pero hoy, tú y yo podemos hacer la diferencia con una plegaria al creador, con una sonrisa al mundo, con la caridad y amor que se le dan al otro, para que cuando el mundo nos vea, vea a Jesucristo vivo. Hoy, hombres y mujeres comunes podemos hacer la diferencia, solo falta que queramos hacerla.


Una historia más de nuestro Éxodo contemporáneo...