¿Dónde estabas el 11 de septiembre?

Autor: Roberth Phoenix 

   

 Derribaron dos torres enormes. En su recuerdo hagamos un pacto de conciencia, de que crearemos un mundo donde estas cosas no tengan que ocurrir

A las 7:30 de la mañana mi madre me despertó bruscamente y me indicó que encendiera la televisión, lo primero que encontré al oprimir el botón del control remoto fueron las imágenes de CNN noticias que transmitían en vivo la destrucción de las torres gemelas, la destrucción de la vida, la destrucción del hombre a manos del mismo hombre. Y presencie también un momento que pasaría a la historia.

Por que la historia no se escribe con torres, se escribe con lágrimas que guardan luto por la muestre tan arbitraria de inocentes. De aquellos que como nosotros, esperan salvación, esperan consuelo, esperan justicia. Porque somos hombres y mujeres comunes, que luchamos día a día, con amor, con valor y compasión, que nos negamos a rendirnos ante la desolación y el pecado.

Hombres y mujeres comunes que nos negamos a aceptar las declaraciones estúpidas de sectas que anuncian un falso castigo de Dios que nosotros mismos buscamos, puesto que confiamos en Dios, y sabemos que quienes más sufren son los que menos lo merecen... los niños.

Niños que preguntan ¿por qué? ¿por qué? Y no hay palabras. Nosotros hacemos la misma  pregunta: Dios mío ¿por qué? Pero no recibimos respuesta, así que ¿Qué podemos decirle a los niños, a nuestros hijos? Tal vez podamos decirles que lo lamentamos, lamentamos no haber podido darles el mundo que hubiéramos querido que tuvieran, o tal vez simplemente les digamos que los amamos, y que los protegeremos. Que con gusto daríamos nuestras vidas por las suyas. Tal es el grado de nuestro amor.

Tal vez les podremos decir que también vivimos en la desviación silenciosa de las conciencias, las voces que dicen que en todas las guerras hay inocentes, las voces que dicen que son gente amable y misericordiosa. Las voces que dicen no repetir lo que ellos hicieron, o la guerra se habrá perdido antes de iniciarla. No dejemos que esa conciencia se desvanezca con sangre.

Porque el futuro le pertenece a los hombres y mujeres normales como tú que estas leyendo esto. Un futuro que debe construirse libre de actos como el del 11 de septiembre. Un futuro por el que se debe luchar y debe renovarse como agua fresca.

Pues sin importar nuestra historia, o nuestros puntos de vista, somos gente de bien, gente decente. No nos agachamos ni nos rendimos ante el mal. El fuego del Espíritu Santo no se puede apagar con estallidos de bombas o conteos de cadáveres. No se nos puede intimidar eternamente para guardar silencio o aguantar nuestras lágrimas. Hemos soportado cosas peores. Soportaremos este peso y todos lo que venga después, porque eso es lo que hacen los hombres y mujeres comunes. Nada más importa.

No nos hemos debilitado, nos hemos fortalecido. En años recientes nos hemos dividido y segregado debido a miles de actos de crueldad. Pero ahora estamos todos unidos, Norteamericanos, Mexicanos, Argentinos, Colombianos, Españoles, Franceses, Puertorriqueños... humanos. Nos hemos unido en nuestra pena, la pena de toda la humanidad, causada por el pecado.

Mientras nos recuperamos, el suelo se hace fértil por las lágrimas y una resolución compartida. Pues en momentos como este nacen los verdaderos cristianos, hombres y mujeres comunes y corrientes, que somos más nobles de lo que pensamos, más fuertes de lo que creemos, y que en este momento fuimos elegidos por la historia, para grita al mundo que Cristo es la Salvación, para dar ánimo, para infundir valor en los demás.

A nosotros nos ciega la luz de la verdad y el amor de Dios. Y ante esa luz ninguna maldad puede triunfar. Derribaron dos torres enormes. En su recuerdo hagamos un pacto de conciencia, de que crearemos un mundo donde estas cosas no tengan que ocurrir. Un mundo donde no debamos disculparnos con nuestros hijos, porque esta pavimentado por los despojos de dignidad humana.

Derribaron dos torres enormes. Que ese eco quede grabado en tu columna vertebral, que se convierta en vigas de acero de tu templo vivo del Espíritu Divino, para que cuando el mundo te vea, vea a Jesucristo vivo también. Y no te dejes derribar.

Una historia más de nuestro éxodo contemporáneo...