¿Dios castiga o permite el sufrimiento

Autor: Roberth Phoenix

 

 

 

Una pregunta que surge desde la experiencia del sufrimiento humano


Del mismo modo que Jesucristo, también el Cristiano llama al mal por su nombre, y hace todo lo posible por suprimirlo, tanto de su propia vida como de la de los demás, haciendo esta lucha de manera personal y colectiva.

            Hace un par de años, platicando con el Doctor Luis Fernando Cardona Suárez, director de postgrados de la Facultad de Filosofía de la Universidad Javieriana en Colombia, surgió el tema sobre la existencia del mal como impotencia de Dios, por supuesto dicha pregunta fue enfocada desde la experiencia del sufrimiento humano, así que junto con el Lic. Iván Castañon Toríz del Departamento Arquidiocesano de Evangelización de Puebla, fue que hicimos un análisis sobre si el mal en el mundo puede ser considerado como un castigo de Dios.

            Comenzamos por analizar las expresiones existente entre la comunidad cristiana, católica y no católica, como “Dios te castigo”, “Este es un castigo de Dios”, “Te va a castigar Dios”, etc., generalmente utilizadas cuando alguna persona tiene alguna enfermedad, crisis económica, alguna desgracia como un accidente, etc. Pero este pensamiento no es nuevo, en un primer tiempo el pueblo hebreo pensaba que Dios recompensaba o castigaba a los hombres en su familia, por ejemplo cuando los padres pecaban, los hijos pagaban las consecuencias.

            Los primeros libros de la Biblia, presentan pues, a un Dios que castiga la falta de los padres en los hijos, los nietos y los biznietos, pero que recompensa hasta la milésima generación a los que guardan sus mandamientos. Una manera muy expresiva de esperar que Dios recompense mas de lo que castigue. Pero al paso del tiempo se van dando cuenta cada vez más de que deben abandonar esta concepción demasiado simplista de la justicia de Dios, se prohíbe castigar a los hijos por las faltas de sus padres y viceversa, sino que cada cual morirá por su propio pecado.

            Después los sabios de Israel llegan a la llamada Justicia Retributiva, que dispensa recompensas o castigos, lo que lleva al hombre, ya no a situar su vida en función e la alianza con el señor, sino que ahora la concibe según el  temor de Dios, pero esta no es mas que una actitud de honradez frente a la vida. Aplicada al señor, esta doctrina de la retribución le hace responsable tanto del bien cuando hay bien, como del mal cuando hay mal. Dios se convierte directamente en la causa de su desgracia, su justicia no es ya la señal de su relación de amor, su justicia es punitiva y represiva para el que rechaza su alianza.

            En las circunstancias del exilio, Israel superó esta doctrina retributiva, la destrucción de Israel y después la de Judá, tienen un aspecto excesivo en la desgracia, que supera la justicia retributiva, Israel ya no podía dar razón de la desgracia mediante la explicación del castigo.

            El retorno del exilio aparece una concepción diferente: La justicia de Dios se realizará plenamente después de esta vida, cuando los malos sean castigados y los justos recompensados, así el justo es el que vive su vida en comunión con el señor, por ello vivirá, el impío desvía su vida de Dios, por ello morirá, pero Dios no quiere esta desgracia, “yo no me complazco con la muerte del malvado, sino en que se convierta y viva”, Ez33, 11. Israel debe abandonar la idea la idea de un Dios que conduce al mundo para él, con él, sino contra él, para acoger al señor como compañero de su existencia, es en la alianza donde Dios se hace presente en su historia.

            Pero esto no quiere decir que el pensamiento cristiano pueda ser resumido en 2 palabras: Esperanza en la otra vida y Resignación, aunque por desgracia muchos cristianos parecen actuar así. Del mismo modo que Jesucristo, también el Cristiano llama al mal por su nombre, y hace todo lo posible por suprimirlo, tanto de su propia vida como de la de los demás, haciendo esta lucha de manera personal y colectiva.

            Luchando contra el sufrimiento físico, como en todas las congregaciones religiosas fundadas a lo largo de los siglos para ocuparse de enfermos y moribundos, como Jesús lo hizo en incontables ocasiones. Luchando también contra el pecado, que constituye el origen de tantas miserias, desde el cambio permanente de las mentalidades humanas, hasta el cambio de las estructuras de la sociedad; y por supuesto luchando contra las catástrofes naturales (erupciones volcánicas, incendios, enfermedades, etc.), pues Dios le da al hombre la responsabilidad de someter a la tierra y de dominarla.

            Tampoco significa que el hombre este abandonado, atrapado en un mundo creado por Dios, en donde reina la maldad; es aceptando nuestra condición de criaturas, creadas a imagen y semejanza de Dios, puesto que el hombre es racional, pero no somos Dios, lo que implica que somos seres forzosamente limitados y frágiles. Es a través de Jesucristo en que nosotros aceptemos como él lo hizo  nuestra condición de criaturas y si bien no somos perfectos como el hijo único, estamos llamados a participar de su vida y de su alegría.

            Además no podemos olvidar la providencia divina, la cual no consiste en creer que el accidente o la enfermedad, etc., es lo mejor que podía pasarnos, sino lo que nos pide es creer que de este accidente o enfermedad, causada por mí o por los demás, Dios puede sacar algún bien, incluso de un bien moral. Por ejemplo en el relato de la mujer adultera, existe el pecado y la intención de apedrearla, pero Jesús no solo la perdona y evita su muerte mostrando su gran misericordia, sino que además les da incluso una enseñanza, les enseña a fijarse en sus propios pecados, por lo que el cristiano tiene una nueva actitud frente a los problemas de la vida.

            Para poder entender las cosas que pasan en el mundo es necesario que observemos en primer lugar la libertad del hombre, pues ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión, de modo que busque a su creador sin coacciones y adhiriéndose a él llegue libremente a la plena felicidad. Al ser el hombre libre de decidir, tiene la libertad de elegir entre el bien y el mal, de hacerlo responsable de sus propio actos así, como de las repercusiones que tengan con los demás.

            En segundo lugar el azar, pues juega con frecuencia un papel importante en nuestra vida, así como podemos sacarnos la lotería, podemos cruzarnos en el camino de un delincuente, pero no por eso tenemos que confiar al azar la gestión de nuestro tiempo, de nuestro dinero, de las decisiones importantes de nuestra vida, ni creer en la predestinación o dejarnos embaucar por charlatanes que nos intentan decir el futuro o nuestra suerte, ya que el azar no es más que simple coincidencia.

            Y por último la naturaleza, pues desempeña una parte muy importante, ya que en ella vivimos y nos desarrollamos, y es cuando la transformamos explotándola de sobremanera para nuestro beneficio, desequilibrándola de tal manera que conlleve (incendios forestales, enfermedades, al calentamiento global que es origen de tantas tormentas, cambios radicales de clima, etc.) a cambios y transformaciones en esta, ocasionando la muerte de personas inocentes, hambre, pobreza, etc.

            De esta manera debemos recordar que la justicia de Dios se realizará plenamente después de esta vida, cuando los malos sean castigados y los justos recompensados; que el Cristiano hace todo lo posible por suprimir el mal, tanto de su propia vida como de la de los demás y que además debe luchar de manera personal y colectiva; y por último que la providencia divina consiste en creer que en mis dificultades (accidentes, enfermedades, problemas, etc.) Dios puede sacar algún bien.

            Otra historia más de nuestro Éxodo contemporáneo...