Clonación humana, entre la ciencia y la dignidad

Autor: Roberth Phoenix

 

 

 

Aunque es técnicamente posible es éticamente inaceptable.

La clonación humana, tema de rabiosa actualidad, a menudo tratado de forma sesgada y superficial por los medios de comunicación, es preciso que sea expuesto al público con rigor y objetividad por científicos, especialistas en derecho y en bioética, pues los interrogantes que plantea de cara a un futuro próximo son muchos y muy complejos. Frente a ello juristas de reconocido prestigio, han propuesto una ciencia al servicio de hombre y un reconocimiento de la dignidad como valor supremo de la persona.

En pasados días tuve la oportunidad de presentar una conferencia en el Colegio de Médicos Católicos de Puebla, por invitación del Dr. Héctor Sánchez, donde pude compartir un trabajo de investigación titulado “Implicaciones jurídicas de la clonación”, en donde el principal objetivo era informar sobre los acontecimientos mundiales y nacionales en el ámbito jurídico acerca de la clonación humana.

Por supuesto involucrarse en un tema de tal magnitud no es nada fácil, pues primeramente debemos informarnos sobre conceptos básicos para abordar el tema, y que puedan despejarnos dudas que podemos tener respecto al concepto de clonación, ley, o incluso ética o dignidad humana.

Pues bien, la clonación consiste en la obtención de individuos genéticamente idénticos. Es un sistema de reproducción que se da en la naturaleza. Cuando una bacteria va a reproducirse duplica su material genético (ADN) y a continuación se divide en dos, repartiendo por igual el material genético y los orgánulos citoplasmáticos. Ahora tenemos dos bacterias idénticas. Cada una de ellas se dividirá en dos, y así sucesivamente, con lo que al cabo de un tiempo tenemos un grupo de miles de bacterias todas idénticas. Se ha formado un clon de bacterias.

            Este tipo de reproducción se da no solamente en seres unicelulares, sino también en organismos más complejos. La clonación es la obtención de individuos genéticamente idénticos. En la naturaleza hay clonación, que se da en los seres que pueden reproducirse asexualmente.
En este sentido amplio, ¿quién no ha clonado algo en su vida? Basta cortar un tallo de geranio y se coloca en una maceta con tierra. Si se riega adecuadamente, al cabo de un tiempo echará raíces y se desarrollará un nuevo geranio con las mismas características del anterior. Es genéticamente idéntico. Es clónico. Algo similar ocurre cuando seccionamos por la mitad a una lombriz de tierra. Cada fragmento regenerará el extremo que le falta y se obtienen dos lombrices idénticas. Son clónicas. Pero está claro que la importancia del tema que nos ocupa no viene dada por la clonación de los geranios o las lombrices. Y el hombre no puede ser clonado mediante un «tallo».

            Imaginémonos un granjero que tras muchos años de apareamientos entre toros y vacas de diferentes razas, al final consigue la vaca de sus sueños. Ha conseguido un ejemplar maravilloso que cumple todas las características que quería y da una leche abundante de primera calidad. Pero ahora quiere tener muchas vacas como esa para poder explotar el fruto de sus esfuerzos. Si cruza esa vaca con un toro las crías que obtendrá tendrán características de ambos progenitores, por lo tanto no serán igual que la vaca de sus sueños. Este sistema no le sirve. Quiere que las vacas sean exactamente iguales a la obtenida, algo así como fotocopias. Necesita clonar esa vaca, ¿cómo hacerlo?

            A lo largo de las cruzas que ha tenido que realizar para obtener ese ejemplar, los genes de los progenitores se han ido combinando. Mediante una selección adecuada se fue quedando con los ejemplares portadores de las características genéticas que le interesaban. Ahora tiene una vaca que dispone de la información genética necesaria para expresar las características deseadas. Pero ¿dónde tiene la vaca esa información genética? La vaca está formada por millones de células que se organizan para formar los diferentes tejidos y órganos, cada uno de ellos realiza una función específica, por lo que sus células son distintas.

            Por lo tanto bastaría con tomar una célula cualquiera de la vaca, extraer su núcleo e introducirlo en un óvulo al que previamente le hemos quitado el núcleo (con la mitad de cromosomas) que poseía. Todo este proceso se realiza en el laboratorio «in vitro». La nueva célula artificialmente formada, equivalente a un cigoto, comenzará a dividirse e iniciará un proceso de desarrollo embrionario normal. Cuando tenemos un grupo de células se implanta en el útero de una vaca para su gestación. Si todo va bien, al cabo de unos meses de embarazo nacerá una ternera con idéntica información genética a la vaca modelo de la que hemos extraído el núcleo. Hemos clonado la vaca.

            Incluso cabe la posibilidad de obtener más de una vaca. Durante las primeras divisiones de la célula artificialmente formada, si en la placa de cultivo separamos las células hijas, cada una de ellas nos dará un embrión, con lo que tenemos varios embriones para implantar. Todos ellos tendrán los mismos genes, y darán como resultado varias terneras clónicas. Con esto nuestro granjero se sentiría feliz.

            La polémica surge cuando se pretenden extrapolar estos experimentos al hombre. El ser humano no puede ser considerado únicamente como un animal más. De modo intuitivo percibimos que en la naturaleza hay una jerarquía en cuanto al valor de la vida de los diferentes seres vivos que nos rodean. Esta escala de valores hay que tenerla en cuenta a la hora de manipular o suprimir una vida. A lo largo de nuestra existencia todos hemos eliminado deliberadamente miles de vidas para poder sobrevivir.

            ¿Quién no ha tomado alguna vez un antibiótico, matando miles de bacterias, para poder salir de una enfermedad? O si en una noche de verano un mosquito impertinente merodea por la habitación, uno coge el spray insecticida y lo mata, simplemente para que no lo moleste. Pero si es su perro quien viene a molestarlo, evidentemente no obra del mismo modo. Ya se ve que damos un valor diferente a la vida de una bacteria, un mosquito o un perro.

            Pues bien, la diferencia que hay entre el valor de la vida de un hombre y un chimpancé es muy superior a la que hay entre un perro y una bacteria. El ser humano es persona. Su naturaleza trasciende la materia. A diferencia del resto de los animales, posee un componente espiritual que puede subsistir sin la materia

            Basta echar un vistazo alrededor para comprobar que el hombre con su inteligencia es capaz de construir máquinas complicadas, edificar ciudades, transformar la naturaleza e incluso salir al espacio exterior. Ningún otro animal lo ha conseguido. A veces se habla de la inteligencia de los animales, pero se trata de una inteligencia relativa y siempre ligada de modo necesario a la materia, propia de su naturaleza animal.

            Un reflejo de este componente espiritual podemos verlo en el arte, las matemáticas o el lenguaje. Solo el hombre puede hacer arte. El valor de un cuadro es muy superior al de una mezcla de colores amontonados sobre un lienzo. Un aspecto importante de la inteligencia humana es la capacidad de abstracción, que se manifiesta en la utilización de conceptos. Así podemos utilizar los números y hacer con ellos matemáticas. Si a un perro le damos a elegir entre un hueso o tres huesos, evidentemente prefiere los tres, porque son más, pero es incapaz de comprender lo que significa el número uno y el número tres, y mucho menos entender que uno más tres son cuatro.

            El lenguaje humano se basa en la utilización de conceptos. Dos personas se pueden comunicar si ambos conocen el mismo idioma. Yo no podría entenderme con un ruso (a no ser que él sepa español). Sin embargo un perro ruso se entiende sin problemas con un perro español. Su lenguaje no está basado en conceptos sino en aspectos puramente materiales (gestos, posturas...).

            La dimensión esencialmente comunitaria de las personas no es en absoluto comparable a la vida social que se da en algunas especies animales. La capacidad de comunicarse con los demás, expresar sus sentimientos, amar, muestran que las relaciones interpersonales humanas trascienden la naturaleza animal.

            La conciencia que un animal puede tener de sí mismo y de su entorno está limitada por la condición de su propia naturaleza. Ningún animal se plantea las trascendentales preguntas de quién soy, de dónde vengo y adónde voy. Y mucho menos podrá plantearse la existencia de Dios. El hombre es el único ser «capaz de Dios», abierto a algo que es más que el mundo, es decir, al Creador del mundo. Capaz de conocerle, amarle y ser amado por sí mismo.