Año nuevo, vida nueva, mismos pecados

Autor: Roberth Phoenix  



¿Por qué no nos proponemos sanar viejas heridas, perdonar, borrar rencores, dejar de ambicionar lo del otro o dejar de quejarnos de nuestras enfermedades?

Llegamos al término de un año y al inicio de otro, y como todos los seres humanos, que somos cíclicos por naturaleza, esta etapa significa muchas cosas para cada uno. Para algunos es la nostalgia de un año que se va, las personas que no volveremos a ver, el trabajo o el estudio que dejamos atrás, quizá un amor perdido, o tal vez un año más en que no hicimos algo productivo con nuestras vidas.


Para otros, sin embargo, puede ser la recapitulación de un año de logros, del nacimiento nuevas amistades y consolidación de otras, de renovación con la familia, de crecimiento intelectual, espiritual, físico o emocional. Incluso puede ser el año en que encontramos al verdadero amor, el año en donde superamos enfermedades, crisis económicas, conflictos familiares, problemas emocionales, situaciones de estudio, de trabajo o de apostolado.


Pero como todo ciclo, el final de una etapa significa el comienzo de otra. Es el inicio de un nuevo provenir, que muchas veces crea sensaciones como son inseguridad, anhelo, esperanza, emoción, desconcierto, pero sobre todo mucha expectativa, por conocer que es lo que lograremos en el año venidero.


Para mí en lo personal, es el término de un ciclo que encierra muchas cosas en mi vida. Y como cada año, realizo algo que un amigo sacerdote me enseño desde los 14 años: cerrar círculos. Esto es, analizar que es lo que paso en mi vida durante este año, lo bueno, lo malo, lo positivo, lo productivo y lo negativo. Entonces decido que personas me han hecho feliz, han contribuido a mi santidad y yo a la de ellos, y les permito seguir siendo parte de mi vida. Mientras que, cuando la gente con sus hipocresías, mentiras e intereses egoístas, se anteponen a su propia santidad y a la mía, es mejor sacarlos de mi vida, de una vez y para siempre.


En este año, la misericordia de Dios, ha estado más que presente en cada paso del camino, en el apostolado como Coordinador de Evangelización Juvenil del Departamento Arquidiocesano de Evangelización de Puebla; en el trabajo en el programa de radio “Un encuentro con Jesús”; como parte de la familia de Talleres de Oración y Vida, en mi profesión como abogado. Y también con mis amigos de toda la vida, al igual que siendo miembro de una familia llena de bendiciones. Pero lo más importante es, que no importa todo lo que hago o dejo de hacer, sino que, nada de esto sería posible sin la presencia de Jesús en mi vida.


Extrañamente no todos nos damos cuenta de ello, y creemos que nuestros logros son por mérito propio, o incluso que pudimos lograrlo por supercherías, amuletos o, incluso, hasta brujerías. Por ejemplo, conozco ha cierta familia, que año con año, en la víspera de año nuevo, sacan las maletas y le dan vueltas a su casa, para que salgan de vacaciones en el año. O barren su casa para alejar los problemas e incluso usan ropa interior de colores para atraer el amor. Pero nunca en todo el año se paran en la Iglesia, ni se acercan a la reconciliación y mucho menos a la oración. Entonces ¿de qué sirve tanta parafernalia? ¿Cómo esperan experimentar el amor y la paz, si depositan su confianza en supersticiones?
Otra cosa que también acostumbramos erróneamente es hacer propósitos de año nuevo, que no solo no cumpliremos, sino que al final de año, ni siquiera recordamos. El clásico “tengo que bajar de peso”, o “tengo que conseguir un mejor trabajo” o incluso “me hago de carro o casa nueva”. Pero ¿qué hay de la parte familiar, espiritual y emocional? ¿Por qué no proponernos cosas tangibles? Como compartir tiempo de calidad con la familia, o tal vez orar juntos.

 

 Acercarnos a la Iglesia y conocerla en lugar de criticar a sus sacerdotes y al Papa Juan Pablo II. ¿Por qué no, en lugar de desear cosas materiales, deseamos cosas espirituales? ¿Por qué no nos proponemos sanar viejas heridas, perdonar a las personas que no han hecho daño, borrar rencores que solo nos matan por dentro, dejar de ambicionar lo que el otro tiene o dejar de quejarnos de nuestras enfermedades o padecimientos? Y compartir la alegría de vivir, de conocer a Jesús.


Dice el dicho: “año nuevo, vida nueva”, pero solo Jesús ha venido para darnos vida y vida en abundancia, es Él, quien puede liberarnos del pecado y de su paga que es la muerte. ¿De qué sirve un año nuevo, con los mismo pecados? Propongámonos en este inicio de año hacer un cambio, un verdadero cambio interno, individual, comencemos cada uno por nosotros mismos. Hagamos un análisis de este año y en base a ello, propongamos como será el año venidero, siempre en compañía de Papa Dios, pues creo yo, solo así lograremos la felicidad que tanto anhelamos. Feliz Año Nuevo.


Una historia más de nuestro Éxodo contemporáneo...