Religion parlamentaria, Comercio cultural y sepelio de Dios (II) 

Autor: Padre Pere Montagut Piquet



 

La confrontación de la fe cristiana con todo un universo religioso consolidado y de gran prestigio fue la posición nada “intransigente” que los Hechos de los Apóstoles refieren a Pablo en el Areópago de Atenas (cf. Hch 17,23). La intención de sus palabras tiende a orientar las esperanzas e intuiciones más profundas hacia Cristo. A partir de su Resurrección, la búsqueda de Dios ya no está condenada a avanzar permanentemente entre tinieblas y la idolatría ya no se tiene en pie, ya no es la solución para continuar creyendo. Cristo crucificado y resucitado, no destruye nada, viene a completar (cf. Mt 5,17).

 

La Verdad se hace camino

 

A menudo, la convicción de que el misterio de la Verdad es inaccesible no pretende tanto salvaguardar la alteridad de Dios como poner de manifiesto la imposibilidad humana de conocer a Dios tal como él es. Desde los mismos comienzos de la pretensión cristiana el mundo pagano ha defendido interesadamente un pluralismo mediante el cual procurar su supervivencia. Afirmando que todos los caminos e intentos de llegar a Dios son igualmente válidos y respetables, el relativismo religioso encontró su justificación. En cambio, lo acontecido en la Encarnación del Hijo de Dios ha supuesto que aquel que en cuanto Dios es la Verdad y la Vida, ahora, en cuanto hombre, es también el Camino. ¿El único camino? “Si la verdad se basta a sí misma —observa R. Cantalamessa— ya no es verdad que no basta un único camino y que todos los caminos son válidos (…) entorno a esta certeza se ha construido la conciencia cristiana y se desarrolló a lo largo de los siglos la misión cristiana”.

 

La certeza de que Jesús es el único camino, total y definitivo, para llegar a Dios presenta implicaciones de orden práctico, cultural y teológico. Es un hecho que numerosos cristianos de nuestro occidente conviven sin excesivos problemas en medio  de diversas corrientes sincretistas en las que se ofrece un credo religioso alternativo y autónomo. Y es también un dato cultural evidente el actual interés con el que se buscan puntos de convergencia más allá de los grandes dogmas cristianos, es decir, una síntesis más amplia y comprensiva que la idea bíblica de salvación. Junto a la crisis que ya no percibe sólo en Cristo la plenitud de la divinidad, el único mediador entre Dios y los hombres, emerge cada vez con más fuerza el equívoco teológico que coloca la capacidad y el éxito del diálogo interreligioso en estricta dependencia con el momento de la profesión de fe intraeclesial. Del necesario respeto a los tiempos que Dios se ha tomado en su revelación se pasa al relativismo religioso y, de éste, a la apostasía.

 

Los caminos humanos —las religiones— preparan el designio divino “que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” que es Cristo (cf. 1Tm 2,4). Si podemos ser salvos y estar con Dios no es gracias a ninguna obra o conocimiento sino por los méritos de Cristo que murió por todos (cf. 2Co 5,14). La cercanía y familiaridad de los cristianos con las diversas tradiciones religiosas descubre, con gozo y respeto, que Cristo es la secreta esperanza que se eleva desde los que creen y están en camino, desde el interior de todos los pueblos.

 

Tolerancia indiferente

 

Pero hablar o no hablar de Dios es hoy improductivo. Este parece ser el mensaje de los programadores del actual comercio de lo cultural. En el contexto de la globalización económica y social, la cultura ya no es expresión del ser del hombre o de los grupos humanos sino que pretende la uniformidad de la mentalidad. Como un elemento más de producción económica, se aprecia todo lo popular, ritual y exótico vendido como folklore en la carrera del mercado mundial. En este sentido, las tradiciones culturales cristianas, no desaparecen pero carecen de su fuerza y originalidad. Como consecuencia, la inserción cristiana en la realidad y las actitudes morales que la acompañan son catalogadas como formas retrógradas de sociedad.

 

La tolerancia que generan estas “relaciones culturales” ya no es el respeto dialogante ni el intercambio mutuo. A juicio del cardenal Paul Poupard estamos ante “la indiferencia desenfadada del otro. El desprecio pasivo de cualquier verdad que trascienda el campo de lo subjetivo, en una palabra: la desilusión viviente del sueño de la objetividad”.En el campo de lo “tolerable” entendido como “soportable”, se cultiva “la absoluta subjetividad hermética de cada individuo” desde la que es prácticamente imposible salir al encuentro del otro y ver en él un signo de complementariedad.

 

Si el único horizonte creíble de la realización humana es la felicidad como autosuficiencia y bienestar individual, todo aquello que suponga una identidad y una pertenencia se vuelve rareza. La indiferencia a todo lo que implique salir al encuentro del otro está latente en toda vivencia colectiva que sólo tendrá valor en la medida en que todos “sientan” lo mismo. La revelación de la fe y su dimensión histórica queda suplantada por el sentimiento religioso, los momentos mágicos, emotivos y fuertes. De este modo, se niega la diferencia entre creer y no creer y se acusa de ilusos o autoritarios a los que viven en el mundo el impacto novedoso de Dios Trinidad, signo de la mutua donación en la acogida del otro. Desde estas contradicciones ¿cómo discernir en las expresiones culturales y anticulturales de la sociedad el movimiento de plenitud sembrado por Dios en el hombre?

 

Dios ha actuado y ha hablado realmente. Ha habido una revelación, una irrupción en la realidad y no sólo una serie de experiencias religiosas subjetivas. Ante este hecho, la decisión por Dios es un camino de fe que concede a la razón su dignidad y amplitud hasta el punto de ser también un camino intelectual. Desde que Dios ha dado noticia de si mismo la diferencia entre lo que ha dicho el Hijo de Dios y lo que las grandes experiencias religiosas han visto de El abre un abismo entre El y los iluminados, el camino y las partes del camino, la verdad y lo contradictorio, la cercanía y lo lejano.

 

Recientemente, diversos dicasterios de la Santa Sede han desenmascarado a la Nueva Era como tendencia cultural. Quiere ser esta una espiritualidad alternativa para satisfacer las grandes aspiraciones espirituales subrayando el final de las religiones particulares. Se trata de una nueva conciencia espiritual interesada por la religión no a nivel doctrinal sino para tomar de ella la experiencia personal interior de forma exaltada. Estamos, pues, ante una espiritualidad global que pretende incorporar todas las tradiciones religiosas existentes fascinada como está por formar una fraternidad universal sin distinción de razas o credos.

 

En un contexto así, el cristianismo, es denunciado como un “fanatismo irracional” empecinado en el diálogo que respeta la diversidad pero sin diluir las distinciones. Es la mayor amenaza de cara a una religión universal sostenida por una ética global capaz de unir a toda la humanidad. Lo cristiano no será, por tanto, una alternativa aceptable. Sólo ante él, la “tolerancia indiferente” no es neutral sino neutralizador