Amistad de calidad

La Luz de la Verdad (5)

Puntos de reflexión sobre las relaciones interpersonales a la luz del Evangelio.

 

 

...LE SEGUÍAN DOS CIEGOS, GRITANDO: ¡TEN COMPASIÓN DE NOSOTROS...! (Mt 9, 27). Lo que más les une, paradójicamente, es sentirse igualmente aislados. Náufragos en la misma isla tenebrosa, se son ayuda y estorbo mutuamente; el tropezón de uno es el batacazo del otro. La común ceguera los liga como con esposas, para bien y para mal. Lo que propicia en ellos una óptima amistad es también lo que amenaza con destruirla, tan pronto como cedan al pesimismo o el rencor. Cada ciego puede ser para el otro un salvador o un traidor.

Por eso gritamos con ellos: ¡TEN COMPASIÓN DE NOSOTROS! ¡Rompe, Señor, este grillete del pecado con que, al querernos, nos aherrojamos; al ayudarnos, nos tropezamos; al cuidarnos, nos herimos; al buscarnos, nos chocamos...! ¿Y cómo remediarlo si no es abriendo los ojos a ti? ¡Únenos viéndote! 

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El milagro de la visión y el de la unidad ocurren a la vez, si es que no son el mismo...

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¿CREÉIS QUE PUEDO HACERLO? (Mt 9, 28). Durante la larga caminata ya habían contestado sin palabras: avanzando a trompicones, levantándose de cada caída, apoyándose el uno en el otro, perseverando juntos, dándose ánimos, clamando al unísono... ¿CREÉIS QUE PUEDO HACERLO? Cristo quiere que confirmen con la boca lo que ya han demostrado con los hechos... Y RESPONDIERON: ¡SÍ, SEÑOR!

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Puedes ser para tu amigo el mejor báculo o el peor obstáculo: depende de tu fe.

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Hay dos tipos de amistad: la solidaria y la parasitaria.

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Sé sincero con quien te ayuda. Vale más tu ceguera escuchada que tu visión sorda. 

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LE SEGUÍAN DOS CIEGOS... (Mt 9, 27). No veían dónde estaba Jesús ni adónde iba ni por qué camino: ¿cómo es que lo seguían? Les guiaba el deseo. El deseo de ver ya es un cierto ver; presentir el milagro es anticiparlo; creerlo es incoarlo; caminar hacia Jesús es casi tocarlo. ¡Animo, pues, y vive de esperanza! ¿Acaso eso que buscas no está ya moviendo tus piernas?

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En el Juicio Final justos y pecadores formulan idéntica pregunta: ¿SEÑOR, CUÁNDO TE VIMOS? (Mt 25, 37). Esta pregunta tiene dos significados. Los justos quieren decir: «¿dónde te veíamos a pesar de que te escondías?»; los condenados en cambio: «¿dónde te presentabas, a pesar de que te rehuíamos?»

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¿CUÁNDO TE VIMOS?, preguntan los hombres en el Juicio Final. Pero el Juez no pide cuentas de lo que vieron sino de lo que hicieron: CADA VEZ QUE LO HICISTEIS CON UNO DE ESTOS, CONMIGO LO HICISTEIS (cf. Mt 25, 40).

Pues en la obra se anticipa la visión; en el servicio, el premio; y en el prójimo, Cristo...

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¿CUÁNDO TE VIMOS?, y el Señor replicó: ME DISTEIS DE COMER, DE BEBER, ME VESTISTEIS, ME VISITASTEIS... (cf. Mt 25, 36); al servirme me veíais sin daros cuenta; me veíais más con las manos que con los ojos. La verdadera visión comienza con el servicio. Cuando las manos se comprometen, los ojos se abren.

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Sólo ves a alguien cuando entrevés a Cristo en ese alguien.

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JESÚS, A QUIEN AHORA VEO ESCONDIDO... (Himno Adoro te devote).--- Entérate de lo que ves, no sea que estés viendo más de lo que estás dispuesto a reconocer que ves.

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Después de aplicarle el colirio preguntó: ¿VES ALGO? (Mc 8, 23).

Deslumbrado por el raudal de luz, entre eufórico y aturdido, el ciego replicó: VEO HOMBRES QUE PARECEN COMO ÁRBOLES QUE ANDAN.

Pues ver hombres como hombres, que es lo que son, no es tan fácil como parece. La del ciego de Betsaida es la visión pre-personal, donde al otro se le percibe «a bulto», borrosamente.

Aplícame, Señor, otra dosis de tu colirio, para distinguir a cada uno en su singularidad, su excelencia, su misterio; en una palabra, verle la cara.

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VEO HOMBRES QUE PARECEN ÁRBOLES QUE ANDAN, dijo el ciego que empezaba a ver (Mc 8, 24). Veo bultos sin rostro; seguramente son personas, pero aún no las distingo como tales. Veo a mi prójimo como la ecografía de un feto: lo barrunto por nacer, venidero, a punto de llegar. ¿Pues acaso comprender no es un cierto alumbrar, en el doble sentido de la palabra? 


Autor: Padre Pablo Prieto Rodríguez correo/email