¡Aquí mando yo!

Autor: Fundación Nueva Cristiandad

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"AQUÍ MANDO YO!"

Dice un refrán árabe que los defectos se llevan bajo el brazo y recién se ven cuando se lo levanta pare mandar. Ejercer la autoridad es una área difícil. El que la posee es centro de todas las miradas, y sus defectos -que antes pasaban inadvertidos o apenas eran visibles- no sólo adquieren su real magnitud sino que se agigantan ante los ojos de quienes deben acatarla.
Quien tiene el derecho y el deber de mandar ha de oponerse inevitablemente a gustos, opiniones y deseos de quien tiene el deber da obedecer. Esa oposición desagrada y molesta, y por esto agudiza la capacidad de crítica.
La autoridad doméstica no se salva de esa regla. En la familia “se enfrentan” -en especial en la adolescencia- padres e hijos; los primeros en posesión de la autoridad, los segundos queriendo poseerla o, por lo menos, deseando, liberarse.


AUTORIDAD POSITIVA Y AUTORIDAD MORAL

Hay padres -hombre o mujer- que acostumbran a terminar las discusiones, que nunca debieron comenzar, con la frase; “¡Aquí mando yo!”. Olvidan que autoridad que se pregona es autoridad que no se tiene. Los padres, por el hecho de ser los jefes de la célula social y responsables del futuro de sus hijos, poseen “autoridad positiva”. En virtud de la naturaleza de las cosas tienen el derecho a ser obedecidos. Pero la autoridad positiva, para hacer fácil el cometido de quien la posee y relativamente agradable la obediencia a quien debe acatarla, ha de ir acompañada por la "autoridad moral".


NO VALE TANTO "LO QUE SE DICE" CUANTO "QUIEN LO DICE"
La autoridad moral es la que emana de un hombre por la sola gravitación de su personalidad, y permite que se acata la autoridad positiva sin mayores dificultades aunque contradiga nuestros pareceres. Es la que se acepta aunque "no se vea muy claro", porque no vale tanto “lo que se dice" cuanto "quien lo dice".
Cuando los padres recuerdan con irritación que ellos son los que mandan, es porque no gozan de autoridad moral. Cuando un hombre dice: “¡Aquí mando
yo” es porque “ahí” no manda él. Además, el hijo recibe la impresión de que sus padres se imponen porque sí, caprichosamente, que él no cuenta, y esto lo lleva a una mayor rebeldía.

"UN HÍGADO QUE SE LAS TRAE"
Otras veces las discusiones terminan con “¡Basta! ¡Se acabó! ¡He dicho no! ¿Qué te crees? Qué vas a hacer lo que quieras?". Pueden ser justos los motivos de la oposición a un pedido, pero no es esa la forma de manifestarla e implica una falta de dominio de sí mismo. El temperamento u otros factores no justifican a quien las pronuncia, podrán hacer comprensible la reacción pero nunca justificable.

El joven --que empieza a pensar por sí mismo, a sentir su personalidad y a gustar el deseo de libertad e independencia- se siente humillado y disminuido con grave prejuicio de la autoridad paterna. Más aún cuando esos "no" -a veces- niegan cosas pequeñas que no justifican una actitud ten cerrada y son productos de un día malo, de un negocio fallido, de un hígado que se las trae o de algo similar. El respeto a los subordinados, el control de los nervios, la justicia en las decisiones y el cuidado de las formas, son factores que nunca debemos olvidar en el ejercicio de la autoridad.

UNA PREOCUPACIÓN PERMANENTE

Cuando ejercemos el mando ponemos de relieve como somos y manifestamos nuestra personalidad. Esta es producto de toda nuestra vida, por eso la importancia de cultivar en el niño las virtudes que harán de él un hombre y la constante preocupación de los padres -actuales o futuros- en conservar las virtudes adquiridas, pulir los defectos que antes no fueron mayormente tenidos en cuenta y adquirir las condiciones necesarias para ejercer la autoridad. Así será menos difícil presentar a sus hijos -los seres que más ama- una personalidad serena, justa, plena de cualidades humanas y ejercer sobre ellos una influencia bienhechora.


PRIORIDAD NUMERO UNO: LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS

Los tiempos modernos con su ritmo vertiginoso, los problemas económicos, una sociedad agresiva y una concepción facilista y permisiva de la educación, hacen difícil mantener el equilibrio interior necesario para ejercer la autoridad con altura y serenidad. Es comprensible la dificultad de los padres para alcanzar esa meta, pero quizás fuere más fácil hacerlo si en la jerarquía de los problemas que diariamente viven, pusieran en primer término la educación de sus hijos, y consideraran que una de las mayores frustraciones que puede sufrir un hombre, es el fracaso como educador de sus propios hijos.