Revalorar a la familia en las política públicas

Autor: Lic. Norma Mendoza Alexandry de Fuentes

 

Atreverse a solicitar que haya políticas públicas que favorezcan a la familia sería un desafío a la multiplicidad de opiniones existentes con respecto a ¿cómo convencer al ámbito político de que la familia vale? y si de veras vale, entonces ¿cómo solicitar su apoyo?

Tal parece que en nuestra época, la definición de aquél que participa en política no necesita ser necesariamente un hombre o mujer de familia, eso no es lo que se resalta, sino el manejo de los medios en términos de populismo. Volviendo al tema, entonces ¿cómo van a emanar políticas que favorezcan a la familia si no primero buscamos un camino convincente, empezando por convencernos de que el matrimonio entre un solo hombre y una sola mujer para compartir sus vidas en unión familiar, hace referencia al sustrato más natural y primario del hombre? Un autor (1) nos dice que “en comparación con el Estado…, la familia es de otra naturaleza. No le es necesario al hombre pasar por ninguna facultad universitaria para tener y vivir con plenitud una familia. La familia, como el amor, no se aprende precisamente en los libros de texto. Y la familia, como el amor, siempre es lo mismo. Así, mientras el Estado es extraordinariamente complejo, la familia es una realidad muy simple y elemental. Mientras el Estado evoluciona continuamente a lo largo de la historia, la estructura medular de los lazos familiares es, de modo sorprendente, igual en su sustancia ahora, que hace miles de años. Mientras siempre ha habido muchas y sofisticadas teorías sobre la familia; en el plano real y vital esa misma familia, tan teorizada en los círculos culturales, ha seguido viviéndose, en la realidad viva e íntima de cónyuges, padres e hijos, de un modo idéntico en sus actitudes y relaciones básicas a lo largo de toda la historia. Siempre se ha dicho –y es una gran verdad- que en materia familiar sabe más el hombre por bueno, que por culto. Porque ese saber es un saber vital, natural y moral, más que una instrucción cultural, intelectual y sofisticada..”

Para dirigirnos entonces al estrato político, deberemos ser muy claros al decir ¿de qué matrimonio y de qué familia hablamos?  Porque basta abrir los ojos para ver el espectáculo desolador de muchos matrimonios y familias y por tanto, la clave estará en primer lugar, en resaltar la condición del ser personal del hombre, esto es, la masculinidad y la feminidad. A partir de aquí, habremos de poner el dedo en la llaga: ¿por qué existen tantos niños pobres? Si, hace cientos de siglos la humanidad inventó el mejor programa anti-pobreza-infantil de toda la historia llamado: matrimonio. Durante las últimas décadas, el consenso detrás de este maravilloso y efectivo programa social, se ha venido abajo y como consecuencia, para un incontable número de niños no existe mayor desastre que nacer fuera del matrimonio de sus padres. Habríamos de demostrar que la mayoría de los niños pobres viven en hogares inestables, inexistentes o destruidos, en una palabra, en hogares anormales. Los niños que crecen en estos hogares están según estadísticas, siete veces en mayor riesgo de crecer en la pobreza y/o con grandes riesgos de desarrollar problemas emocionales, de reprobar en sus estudios o de abusar del alcohol o las drogas.

Deberíamos entonces demostrar claramente que uno de los graves daños que está sufriendo nuestra sociedad es la descomposición del matrimonio, base de la familia, de allí que nuestras leyes deberían buscar la manera de fortalecerlo. Es claro el hecho de que la familia unida siempre es positiva y trae beneficios aún a distancia, como por ejemplo, el importante ingreso económico que traen al país los envíos de aquellos trabajadores que emigran a E.U.A. y que envían dinero a sus familiares. Entonces ¿por qué se enfatiza tanto en los medios que la violencia surge en la familia? ¿por qué algunas feministas acentúan solamente la “represión patriarcal” y achacan a esto todos los problemas?

Aquí es donde habremos de exponer la verdad de nuestra carencia educativa: no se ha fortalecido desde el ámbito gubernamental la educación para el matrimonio o pre-matrimonial, porque se tiene miedo de pronunciar la palabra “matrimonio”. Debemos plantear la realidad: si no impulsamos el renacimiento del matrimonio y fortalecemos a la familia, no habrá verdadero progreso en el País y seguirá aumentando la pobreza, ya que es evidente que aunque haya mujeres trabajadoras, lo que realmente mejora la vida de mujeres y niños es la cohesión matrimonial, pues la mujer tiene muchas más posibilidades de ser pobre si permanece sola.

Proponer ayuda para las familias formadas por un hombre, una mujer y sus hijos sobre una base voluntaria, enseñándoles a establecer mejores relaciones entre sí, sería una buena propuesta para lograr matrimonios sanos y la meta sería que esto se extendiera no sólo en la clase media sino en todas las capas de la sociedad, sobre todo en aquéllas de menores ingresos. Hemos de partir a contracorriente y del convencimiento de que las relaciones familiares son, en su raíz, relaciones de amor, son relaciones de persona a persona y no de persona a cosa. Estudiosos de la familia nos informan que la mayoría de los conflictos familiares son consecuencia de confundir esos dos tipos de amor, ya que en múltiples ocasiones se ama a un individuo como si se tratara de un objeto.

La Summa tomista apunta que “el diálogo sobre nuestras propias opiniones, sin referencia a realidad alguna, es demoníaco”, de allí que referirse a la familia sin tomar en cuenta la realidad en que vivimos parecería solamente una inflación subjetiva, exteriorizar sin convencer. Hemos de buscar más bien un destino válido común, la comprensión de la legitimidad de los principios y de la objetiva realidad. Nuevamente acudimos a Santo Tomás: “…pues en nada se perfecciona mi entendimiento sabiendo qué deseas o qué piensas tú, sino sólo sabiendo lo que pertenece a la verdad de las cosas”.

En la medida en que se quiera seguir un plan económico enérgico y a favor del crecimiento, el gobierno deberá invertir en que sean efectivamente aprendidas las primeras aptitudes básicas, la lectura y las matemáticas en la etapa infantil, pero esencialmente deberá valorar a la institución del matrimonio, puesto que “en la comunidad de vida varón-mujer se expresa la radical unidad y solidaridad de la humanidad. Dicho en negativo: en la falta de unidad varón-mujer, se manifiesta también la insolidaridad de la que es capaz la humanidad, así como todas sus discriminaciones, trivialidades, reduccionismos y prepotencias.”(2)

En la tradición moral que define al matrimonio, en el derecho de los niños de ser criados por una madre y un padre, en la solidez de las relaciones familiares deberemos esculpir el futuro de una nación fuerte.

--El fundamento de la civilización y de las relaciones humanas es la familia—

                                                                                        L.C. Schlessinger

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1)      Viladrich, P.J. Agonía del matrimonio legal. I.C.F., 1989  pág. 47

2)      Ibidem, pág. 75.