El Cristo de Carrizo

Contemplación poética

Autor: Padre Miguel Combarros  C.Ss.R.  

 

 

Naciste para estar sencillamente

así sobre la cruz,  humano entre los hombres,

inmóvil, sin palabras ni gestos

de dolor, con la medida exacta

de un Dios que vence siempre,

que vence en el amor  y siempre espera.

 

Así te quiero yo,  Cristo cercano,

sin cuerpo apenas, límites ni peso,

todo brazos y pies tan desmedidos

que no cabe en mis ojos tu estatura.

Todo brazos en cruz tan tensamente

abiertos, que cabríamos juntos

los hombres y la tierra en el abrazo,

ese abrazo perfecto con que trazas

un nuevo meridiano de amor para los hombres.

 

En tus palmas enormes, poderosas,

sostienes las montañas como plumas

y derrites su nieve con tu tacto.

Trazas sendas al viento y a los astros,

pones de pie los árboles del bosque

 y juegas  con el agua del océano,

como un niño en la playa con la arena.

Hoy tienen color de tierra

tus manos creadoras, sabor

tienen a tierra, a nuestra tierra

brava de cardos y zarzales

por el sol y la escacha macerada.

Tus manos enclavadas

Moldearon la  arcilla y la madera,

desgranaron espigas del camino

para dar de comer a las alondras.

Amasaron el barro con caricia

para curar al ciego y al leproso,

empuñaron el látigo con ira

para arrojar del templo

a los profanadores.

 

Hoy están traspasadas, amapolas

sangrantes entre el trigo

candeal de tu cuerpo.

Hoy están detenidas como entonces

al amansar los vientos,

acariciar a un niño,

o al partir el pan de despedida

con un gesto de amor y de presencia.

 

Miro tus pies cansados y deformes

de tanto caminar entre las breñas

buscando las ovejas del rebaño.

Hoy están detenidos esperando,

-siempre esperando a un niño-

como el padre que adapta

su ritmo a nuestro paso lento.

Estos pies son el término y arranque

de todos los caminos de la tierra.

 

Tus pies han desbrozado sobre el mundo

los caminos de luz y de esperanza,

caminos de esmeralda entre los trigos,

caminos en la noche tortuosos,

caminos por el monte y por los mares,

caminos bajo el sol y por la lluvia,

polvorientos caminos de la muerte.

Hacia Ti van los hombres

por todos los caminos sin saberlo.

No dirás, peregrino, que has perdido la senda.

Alguien te está esperando

y todos los caminos desembocan

en el monte Calvario.

 

Miro, Señor, tus ojos, órbitas siderales,

tercamente buscando al hombre fugitivo

que se esconde en la sombra.

No hay en ellos reproche y se estremecen

de pánico los hijos de la ira.

Como río en la montaña

Brota intacta de ti la nueva vida

y el limpio amanecer de la esperanza.

Estás viendo, Señor, esta tristeza

esencial y los pequeños juegos

que llenan nuestras horas.

Son tristes alegrías que inventamos

para seguir andando por la casa.

Tú señalas la meta a cada hombre.

Antes de que mis ojos se me llenen

de tierra y desfallezca la esperanza,

que yo caiga en tus  brazos dulcemente

y encuentre en tu mirada cariñosa

la alborada feliz que voy buscando.

 

 Miro, Señor, y  casi palpo

tu silencio de Dios, silencio

que es amor y comprende,

penetra y me perdona.

Silencio-Amor que no encuentra

las palabras exactas para mi ingratitud,
y adelgaza su queja como un llanto

callado que pesa y me conmueve.

 

¡Oh Cristo de Carrizo,

inmensamente próximo y humano!

Nadie dirá que moras en un monte,

feliz y solitario,

sin atender el llanto de tus hijos.

No hay que subir tan alto,

para poder hablarte y escuchar

tu silencio de aliento y de consuelo.

Tú bajas hasta el límite del hombre,

que es el dolor, con ese amor a cuestas,

en los pies en las manos, en las labios.

Con ese amor punzante en la mirada.

Tan  cerca estás del hombre,

que llamas por su nombre a cada hombre.

Tú eres el Amor hecho presencia,

Amor hecho respuesta

a todas mis preguntas torturantes.