Otra vez la paz

Autor: Miguel Aranguren

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Mientras se preparan las matasuegras para el día 31 sigo, erre que erre, empeñado en la paz. Estoy tan convencido de que mi afán no es una utopía, que dedico algunas de mis tardes navideñas a pensar en el asunto, después de haber firmado mis felicitaciones con el convencimiento de que cada uno debe infundir paz a quienes le rodean. Asumo, además, que para los cristianos la paz es mandato imperativo de quien ahora nos hace cabeza, Juan Pablo II, quien desde la preparación del jubileo del 2000 no ha disociado jamás la paz de cualesquiera de los asuntos que ha trabajado en homilías, cartas, documentos y encíclicas. Entre líneas de los escritos del Papa creo descubrir que los cristianos debemos asumir una grave responsabilidad en los odios que sacuden al mundo. No es que nos dediquemos a incendiar barricadas, ni a secuestrar ni alentar los tiros en la nuca. Lo nuestro es más sibilino, y se llama omisión: no rezamos por la paz, al menos no con la intensidad que urge, a tenor de las guerras, los atentados, los malos tratos, los abortos, las calumnias y el desprecio que cada día jalonan los partes de noticias. ¿Será que ya no creemos en el poder de la oración? Me viene a la cabeza aquel aforismo de un hombre de nuestro tiempo: "Estas crisis mundiales, son crisis de santos". A mayor santidad, mayor paz. Digo.