Pecado y opción fundamental en la «VERITATIS SPLENDOR»

Autor: Padre Miguel Ángel Fuentes I.V.E

El teólogo responde

 

 

Es un dato de nuestra experiencia el hecho de que en la vida de cada uno de nosotros hay decisiones que una vez tomadas influyen de modo especial sobre toda nuestra vida. De esto tienen especial experiencia los que abrazan la fe después de un acto de conversión. O por el contrario, el obrar del que pierde la fe y tira todo por la borda comenzando un modo de vida en sintonía con su vida desarreglada. Esto es innegable.

            Sin embargo, ni aún en estos casos las demás decisiones que uno toma cada día dejan de tener importancia, por más que no sean de la monta de aquellas. También esto es un dato de experiencia.

            Por eso, señala Juan Pablo II en la VS (nº 65) que entre las desviaciones que ha sufrido el concepto de la libertad se encuentra la exageración de la misma que tiende a concebirla como una capacidad de realizar exclusivamente actos poco menos que totales y absolutos; las llamadas “opciones fundamentales”.

            Veamos un poco más de cerca qué es esto de la opción fundamental.

            Para toda la doctrina clásica (pagana y bíblica), la creatura humana, orientada hacia su Fin último, no alcanza el mismo sino a través de la multiplicación de sus actos. Actos que emanan de principios intrínsecos inmediatos como son las potencias y los hábitos. Tal visión supone la validez de la concepción antro­pológica clásica que concibe el hombre como compuesto de cuerpo y alma, unidos substancialmente.

            Pero esta concepción ha sido abandonada, adoptándose una visión del hombre (de la que derivará, y en la que se fundamenta, la opción fundamental). Fidel Herráez dice claramente: “... una primera perspectiva a excluir es la orientación esencialista. Esta considera el ser humano bajo el dualismo metafísico (esencia-existencia; espíritu-materia), aplicado al compuesto alma-cuerpo... En la actuali­dad va resultando ya bastante clara la insuficiencia de tal visión. Pues a la vez que desvaloriza el ser... con­duce a la concepción parcial y empobrecedora de la persona”[1].

            John Glaser S.J. representa al hombre del siguiente modo: “El hombre está estructurado en una serie de círculos concéntricos o niveles distintos. En el más profundo del individuo, en el centro mismo de la persona, la libertad del hombre decide, ama, se compromete en el sentido más pleno de estos términos. Este es el centro de la moralidad grave, donde el hombre se hace (a él y a toda su existencia) bueno o malo”[2].

            Concebido así el ser humano, estos autores plantean la existencia de dos tipos de libertad: una libertad periférica (que J. Fuchs llama “libertad psicológica de elección”) y una libertad básica (según Fuchs) o fundamen­tal o trascendental (en terminología de O’Connell).

            1º La libertad perifé­rica tiene por objeto los distintos bienes que elegimos cotidianamente. Ella es la que hace los actos que nosotros percibimos en nuestra experiencia diaria: hacer un sacrificio, ir a Misa, robar un banco, ser fiel al conyuge, ver un partido de futbol, envenenar al vecino, defender la patria o cambiar el auto. Según estos autores, tales actos -que ellos llaman categoriales-  no nos comprometen totalmente (esto engloba desde una simple expresión de egoísmo hasta un acto de adulterio), es decir, en ellos no se juega la santidad o la deformidad moral de nuestra vida.

            2º La libertad básica, según Timmothy O’Connell, tiene un sólo acto: la opción fundamen­tal[3]. Esta libertad básica, sin embargo, no es inmediatamente accesible a la percepción psicológica[4].

            El Papa, resumiendo la doctrina de tales moralistas, la describe diciendo: “Hablan de una «libertad fundamental», más profunda y diversa de la libertad de elección, sin cuya consideración no se podrían comprender ni valorar correctamente los actos humanos. Según estos autores, la función clave en la vida moral habría que atribuirla a una «opción fundamental», actuada por aquella libertad fundamental mediante la cual la persona decide globalmente sobre sí misma, no a través de una elección determinada y consciente a nivel reflejo, sino en forma «trascendental» y «atemática». Los actos particulares derivados de esta opción constituirían solamente unas tentativas parciales y nunca resolutivas para expresarla, serían solamente «signos» o síntomas de ella” (VS 65).

            Según este texto, la opción fundamental reúne las siguientes características:

            1) Es, en definitiva, la única que tiene importancia en la vida moral. No interesa, por tanto, los actos que realizo a cada instante, sino la opción fundamental que se anida en mi corazón. Dice el Papa más adelante: “circunscriben expresamente el «bien» y el «mal» moral a la dimensión transcendental propia de la opción fundamental, calificando como «rectas» o «equivocadas» las elecciones de comportamientos particulares «intramundanos», es decir, referidos a las relaciones del hombre consigo mismo, con los otros y con el mundo de las cosas. De este modo, parece delinearse dentro del comportamiento humano una escisión entre dos niveles de moralidad: por una parte el orden del bien y del mal, que depende de la voluntad, y, por otra, los comportamientos determinados, los cuales son juzgados como moralmente rectos o equivocados haciéndolo depender sólo de un cálculo técnico... El resultado al que se llega es el de reservar la calificación propiamente moral de la persona a la opción fundamental, sustrayéndola –o atenuándola– a la elección de los actos particulares y de los comportamientos concretos” (VS 65).

            2) El objeto de esta elección no es algo particular (la fidelidad conyugal, los bienes del prójimo, la vida del inocente, el placer...) sino la misma persona; podríamos decir: la relación con el Absoluto (a favor o en contra).

            3) Esta opción no es perceptible, no se realiza a nivel consciente y reflejo con un contenido concreto (es atemática). Yo no sé qué opción fundamental tengo. Tan solo puedo darme una cierta idea.

 


             Es evidente que esta doctrina admite numerosas críticas desde el punto de vista filosófico, teológico y pastoral. Nos restringiremos a algunas fundamentales.

             1. La primera crítica que debe hacerse es la que les dirige con acierto John Finnis[5]: de estas opciones fundamentales que presentan con tanta evidencia, no tenemos más que metáforas cuestionables, sobre todo cuando hablan con tanta exactitud de las “profundidades del alma donde el hombre está totalmente presente a sí mismo, y donde con la opción fundamental el hombre se determina totalmente a sí mismo y a toda su existen­cia”[6].

            2. La segunda crítica, parte de la Revelación, y consiste en afirmar (como lo hace la VS 67) que tal concepto contradice la doctrina bíblica que afirma el valor moral (bueno o malo) de cada acto singular (no sólo de ciertas opciones fundamentales). Pensemos sino a las listas de pecados de San Pablo: Gál 5,19-21; Rom 1,29-32. Es difícil pensar en que la exclusión del Reino de los cielos (que en tales textos se pone en conexión directa con tales actos) sea consecuencia de un acto moralmente intrascendente.

            3. La tercera critica es que conduce a una visión dualista y maniquea de la persona humana. El Papa lo ha visto con claridad: “separar la opción fundamental de los comportamientos concretos significa contradecir la integridad sustancial o la unidad personal del agente moral en su cuerpo y en su alma” (VS 67). Según estos moralistas, el hombre en su experiencia psicoló­gica no capta inmediatamente la opción fundamental, sino las múltiples opciones, los actos de elección diarios. ¿Cuál es la relación entre una y otras? Establecer la relación entre ambas es un problema para estos autores y los termina por llevar a una destrucción de la unidad del ser humano:

            a) No pueden responder que las opciones singulares que el hombre constata psicológicamente son manifestación de la opción fundamental que posee en el centro de su persona, porque esto vale sólo cuando el que tiene la opción fun­damental negativa hace obras viciosas, o el santo hace obras buenas. Pero se muestra inadecua­da para explicar los actos buenos del malo o los actos malos del bueno.

            b) Entonces se ven obligados a decir que si bien esa opción fundamental que existe en el fondo de nuestra persona tiende de suyo a exteriorizarse totalmente en cada uno de nuestros comportamientos, se encuentra con un obstáculo que hace que tengamos elecciones a veces incongruentes con esta opción. Este obstáculo es nada más y nada menos que nuestro cuerpo. El cuerpo sería, así, un impedimento para la manifestación del espíritu[7]. En definitiva se trata de una concepción negativa del cuerpo humano que se encuentra en Rahner y, siguiendo a éste, en Schoonemberg, Flick-Alzeghy, Günthör, Libanio, Metz, etc. De este modo se cae en la elaboración de una teoría auténticamente platónica, dualistica y, en cierto sen­tido, gnóstica y maniquea.

            4. La cuarta crítica es que el pecado del hombre parecería identificarse con la rebeldía demoníaca. Afirma Häring: “tal determinación (la de la opción fundamental que sería el pecado mortal estri­ctamente dicho) debe provenir directamente del centro de la capacidad deliberativa del hombre, de tal modo que el hombre, con su decisión, se exprese y se oriente en contra de la amistad del Señor... El elemento decisivo del pecado mortal es, por tanto, la procedencia del acto del fondo del propio corazón malvado y con tal medida de conocimiento y de libertad que pueda imprimir a la vida toda una orientación contraria al Señor”[8]. Ahora bien, esta actitud, rayana con una aversión pura respecto del Fin último ¿es psicológicamente posible? Al menos no parece ser psicológicamente constatable en cada uno de los pecados que la Revelación presenta como mortales, excepción hecha del odio explícito a Dios. Tal como es entendida la opción fundamental mala por algunos moralistas, es decir, como un acto que proce­de del centro de la persona en abierta rebeldía y negación de Dios y de la caridad, está en abierta contradicción con la psicología humana. Es decir, según dicen, en el nivel de la opción fundamen­tal, el objeto es el Absoluto, y frente a él sólo hay dos posibilidades: la aceptación o el rechazo; y esto es colocado en la raíz misma del “ser”[9].

            5. La quinta crítica es que conduce al relativismo moral. La opción fundamental es un acto que no es ni perceptible ni definible, y en tal estado resulta imposible distinguir el amor real de Dios de una simple veleidad; es más, no es posible distinguir entre el estado de pecado y el estado de unión con Dios[10]. Y esto no vale solamente respecto del juicio hecho sobre los actos ajenos, sino incluso sobre los propios. Con toda consecuencia Rahner afirma que “jamás sabemos con última seguridad si somos realmente pecadores”[11].

            6. La sexta crítica es que la opción fundamental termina disolviendo la realidad del pecado, de la moral, de la doctrina sacramental (especialmente la Eucaristía y la Penitencia) y del esfuerzo por alcanzar la perfección espiritual. En estos términos, frente, por un lado, a la imposibilidad de conocer la opción fundamen­tal que nos anima y, por lo tanto, de cambiarla; y, por otro lado, teniendo en cuenta que el papel limitante establecido a nuestro cuerpo que puede hacer que realice acciones periféri­cas inconse­cuentes con la opción real que uno tiene; se sigue que los actos pecaminosos concretos pierden relevancia y valor en la vida moral, salvo como diluida orientación global. El que tiene la opción fundamental por Dios no va a dejar por eso de cometer actos pecaminosos: éstos se imponen  como “sufri­miento”, en el decir de Rahner, como material necesario. Son incongruencias puramente periféricas y realizadas en un nivel superficial de la persona[12]. Para un amplio sector de la teología moral el único pecado que influye moralmente en el hombre es la opción fundamental negativa. Los pecados concretos son en cierto sentido in­trascendentes, en cuanto no son más que un débil indicio que, incluso, puede prestarse a un juicio equívoco[13]. De ahí que algunos teólogos pareciéndoles inadecuada la divisióndel pecado en mortal y venial propuesta por la tradición y el Magisterio, han avanzado otro tipo de divisiones:

            a) Una división tripartita entre pecado venial, grave y mortal (o venial, grave venial y grave mortal). Tal es el caso de Boelaars cuya doctrina resume Vidal: “otros distinguen los pecados graves en: graves ‘mortales’, que corrompen profunda­mente la estructura espiritual (por ejemplo, homicidio, adul­terio, robo grande) y graves ‘veniales’ (los que comete el cristiano que se confiesa con frecuencia, pero que se ve en condiciones especia­les; por ejemplo masturbación y onanismo conyugal). Los ‘morta­les’ impedirían el acceso a la Eucaristía. Los graves serían ‘veniales’ por el deseo continuo de toda recepción singular de la Eucaristía”[14]. Con evidentes matices proponen la división tripartita Häring (mortal, venial grave y venial leve), el Catecismo Holandés, P. Schoonenberg[15].

            b) Una división cuatripartita: cual es la opinión de un grupo de moralistas de la Asociación de Teólogos Moralistas Españoles quienes distinguen: pecado de muerte (sería la opción fundamental última e irrevocable en el momento de la muerte); pecado mortal (aquél que destruye la opción fundamen­tal a favor de Dios, pero aún mientras estamos en camino por la vida); pecado grave (aquél que transforma profundamente una actitud sin destruir la opción fundamental positiva); pecado leve[16].

            En el fondo, estas distinciones terminan en la disolución del concepto de pecado mortal. Las distinciones buscan sencillamente deslizar el concepto de la gravedad del pecado hacia un tercer, cuarto, etc., miembro de la divi­sión que asumirá toda la malicia dejando para el resto de los pecados un juicio indulgente. En definitiva, reciba la nomen­clatura que sea, el pecado realmente malicioso propuesto por la teología moral contemporánea es el que ella denomina como opción fundamental contra Dios[17]. Häring señala por ello que “una opción fundamental de este tipo coincide con el concepto teológico de pecado mortal”[18]; lo cual es verdad sólo en cierto sentido en cuanto los límites de una y otra no se identifican y evidentemente el contenido de uno y otro no es el mismo para el Magisterio y la teología clásica que para los teólogos de la opción.

            Evidentemente, si el pecado mortal se verifica sólo en esta opción, se impone designar de algún otro modo a todos los demás pecados que la enseñanza plurisecular de la Iglesia ha señalado hasta ahora como mortales: se los llamará periféri­cos, graves, veniales graves, etc. Pero en definitiva, ya no son mortales sino compatibles con la gracia y la unión con Dios, la recepción de la Eucaristía.

            Contrariando esta posición el Papa ha escrito: “durante la asamblea sinodal algunos padres propusieron una triple distinción de los pecados que podrían clasificarse en venia­les, graves y mortales. Esta triple distinción podría poner de relieve el hecho de que existe una gradación en los pecados graves. Pero queda siempre firme el principio de que la dis­tinción esencial está entre el pecado que destruye la caridad y el pecado que no mata la vida sobrenatural; entre la vida y la muerte no existe una vía intermedia. Del mismo modo se deberá evitar reducir el pecado mortal a un acto de opción fundamental contra Dios, entendiendo con ello un desprecio explícito y formal de Dios y del prójimo. Se comete, en efec­to, un pecado mortal también cuando el hombre, sabiendo y queriendo elige, por cualquier razón, algo gravemente desor­denado. En efecto, en esta elección está ya incluido un des­precio del precepto divino, un rechazo del amor de Dios hacia la humanidad y hacia toda la creación: el hombre se aleja de Dios y pierde la caridad. La orientación fundamental puede pues ser radicalmente modificada por actos particulares... De la consideración de la esfera psicológica no se puede pasar a la constitución de una categoría teológica, como es concreta­mente la opción fundamental entendida de tal modo que, en el plano objetivo, cambie o ponga en duda la concepción tradicio­nal del pecado mortal”[19] 


 

            La teoría de la opción fundamental, reúne de este modo rasgos del pesimismo luterano, del maniqueísmo, y del jansenismo. Es la negación más radical de la realidad del pecado tal como ha sido enseñada por la teología clásica, el Magisterio y la Revelación bíblica.



[1] F. HERRAEZ, La opción fundamental, Sígueme, Salamanca, 1978, pp. 120-121. Este trabajo fue dirigido por Häring, como dice en el prólogo al mismo.

[2] J. GLASER, S.J., Transition between Grace and Sin: Fresh Perspec­tives, en: “Theological Studies”, 29 (1968), 263-265; cit. por German Grisez, The Way..., op. cit., p. 383.

[3] Cf. T. O’ CONNELL, Principles for a Catholic Morality; New York, Seabury Press, 1978, p. 62.

[4] Escribe Fuchs: “La libertad básica señala una libertad más fundamental, más profundamente enraizada, no inmediata­mente accesible a una investigación psicológica. Esta es la libertad que nos posibilita no sólo para decidir libremente sobre actos particulares y objetos, sino también, por medio de esos, a determinarnos a nosotros mismos totalmente como per­sonas y no meramente en un área o conducta particular. Es claro que la libertad de elección del hombre y su libertad básica no son simplemente dos libertades psicológicas diferen­tes. Como persona el hombre es libre. Pero esta libertad puede, por supuesto, ser considerada bajo diferentes aspectos. Un hombre puede en un mismo acto, elegir el objeto de su elección (libertad de elección) y haciendo esto determinarse a sí mismo como persona (libertad básica)” (J. FUCHS, Human Values and Christian Morality, Dublin, Gill and Macmillan, 1970, p. 93).

[5] Cf. J. FINNIS, Fundamentals of Ethics, Clarendon Press, Oxford, 1983, p. 142.

[6] Si hablamos de confusión, ésta se enturbia más cuando buscamos la defini­ción de la opción fundamental. Fuchs la describe como “acto maduro de autodeterminación”; Rahner como “la autocomprensión total y la autoexpresión radical”; Häring, como “profunda dinámica dirigida hacia la total auto-comprensión y auto-expresión” (Cf. todas estas definición en B. HÄRING, Liberi e fedeli..., op. cit., pp. 200-201).

[7] “Toda decisión, escribe Libanio, es definitiva porque... alcanza un ser espiritual hecho para la eternidad. Pero es también provisoria, reformable porque este mismo ser es corpóreo, concupiscente, situado dentro de las coordenadas de tiempo y espacio” (G.B. LIBANIO, Peccato e opzione fondamenta­le, Assisi, Cittadella, 1977, p. 61). Y también, el hombre cumple la opción fundamental “con la totalidad de su ser, con el corazón indiviso en cuanto a la intención, aunque esté luego dividido por la concupiscencia, buscando infinitamente ser totalmente aquello que decide, aunque si en la práctica no lo alcanza” (Ibid. p. 66).

[8] B. HÄRING, Pecado y secularización, Ed. P.S., Madrid, 1974, 133.151; citado por Vidal, op. cit., pp. 477-478; Vidal coloca en la misma línea a teólogos como Anciaux, Rahner, Schoonenberg, etc.

[9] “Hay una sola alternativa posible. Puesto que se trata de una opción de frente al Absoluto solo puede ser aceptación o rechazo. O asume al Absoluto como su salvación o asume una creatura; o el amor de Dios o el amor de sí mismo como última norma de existir... Se trata de un rechazo o empeño incondi­cionado de sí o del Otro... Es posible una sola alternativa, porque nos encontramos propiamente en la misma raíz del ser, donde juega Dios o no Dios” (LIBANIO, op. cit., p. 68).

[10] “Es de importancia decisiva saber qué significa cuando se dice que una determinada acción es objetivamente pecado grave. Con esta afirmación puede y debe entenderse solamente, en base a lo que decíamos sobre la relación entre pecado y pecados (teoría de la opción fundamental), que este acto requiere del hombre una decisión fundamental en su disponibilidad hacia Dios. El ya citado ejemplo de distinción entre homicidio y ultraje nos muestra la entera problemática de semejante juicio de la teología moral. La Biblia nos dice que ya cae en la muerte eterna quien solamente injuria a su propio hermano. Esto debería hacernos críticos y prudentes.

Solo es posible juzgar rectamente y con claridad sobre una acción en relación con la opción fundamental del hombre. El hombre jamás pone actos singulares con una intención neutra. El hombre entero vive de una actitud fundamental que, lo orienta hacia Dios o lo aleja de él. Esta actitud fundamental que determina e informa todos los actos, es difícilmente refleja en los hombres. La acción exterior, tal como se la puede juzgar exteriormente, es sólo un débil indicio. De modo tal que este o aquél comportamiento de frialdad, que en sí podría ser insignificante, podría en cambio ser un signo de egoísmo perfecto. Este egoísmo, que exteriormente no se manifiesta en ninguna acción reprobable, considerándolo profundamente podría constituir aquello que los teólogos llamamos pecado mortal. Por otra parte, una falta exteriormente grave también podría ser expresión de un amor falsamente entendido, que en sí mismo no significa ningún alejamiento de Dios. Con esto no se puede ni se debe dar apoyo a ningún relativismo” (BÖCKLE, op. cit., p. 122).

[11] “El hombre no sabe ya más con seguridad absoluta si el elemento objetivamente culpable de su acción, que él está en grado de constatar con claridad, es la objetivación de la auténtica, originaria decisión de la libertad en el no dicho a Dios, o bien solamente el material que comporta necesidad, impuesto como sufrimiento, de una  libre manipulación cuya cualidad huye a una observación empírica ordinaria, pero puede ser sin duda un sí dicho a Dios. Jamás sabemos con última seguridad si somos realmente pecadores” (K. RAHNER, Corso fondamentale sulla fede, Alba, Paoline, 1977, p. 145).

[12] “La persona tiende a hacer de tal manera que las decisiones radi­cales sean siempre totales, plenas, en una dirección o en otra; pero la naturaleza se opone, constituye una traba al realizarse de la opción fundamental. En la opción fundamental por el mal (situación de pecado mortal) las acciones buenas son inconsecuentes. Y también la esperanza de conversión. En la opción fundamental por el bien, el pecado venial es una inconsecuencia y una amenaza de perversión... En efecto, ningún ser humano alcanza, mientras vive en nuestro eón, a orientarse de modo rectilíneo hacia una dirección de modo que no se dé ningún desvío y que desaparezca totalmente el egoísmo de su vida. No. Su orientación fundamental será sí por Dios; vivirá en gracia de Dios; podrá sí participar del ágape eucarís­tico. Pero notará en su vida muchas incongruen­cias... Son egoísmos. Pero son actos periféricos respecto de la opción fundamental. Son pecados veniales. Conservando su opción por Dios es posible al hombre hacer gestos contra Dios sólo en un nivel inferior y superficial de su persona. Por esto prefiero llamarlos periféricos” (LIBANIO, op. cit., p. 103-104).

[13] Así, por ejemplo, BÖCKLE afirma claramente: “La acción exterior, como puede ser juzgada objetivamente, es sólo un débil indicio. De tal manera aquella actitud de frialdad que en sí podría ser insignificante, podría ser un signo de egoísmo perfecto... Por otra parte, una falta exteriormente grave, podría también ser expresión de un amor falsamente entendido que en sí no debe significar de hecho ningún alejamiento de Dios... En todo caso (los actos) deben ser valorados como signo de aquello que se actúa en lo profundo del hombre” (F. BÖCKLE, I concetti fondamentali della morale, Brescia, Queriniana, 1968, p. 141; cf. p. 142).

[14] M. VIDAL, op. cit., p. 479.

[15] Cf. P. SCHOONENBERG, El poder del pecado, E. Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1968, p. 39.

[16] Cf. M. VIDAL, op. cit., p. 480.

[17] Vidal lo afirma con claridad: “En el replanteamiento actual de la distinción del pecado en mortal/venial se advierte cierta unanimidad en definir el pecado mortal en la perspectiva de la opción fundamental” (M. VIDAL, op. cit., p. 476, donde envía a J. FUCHS).

[18] Liberi e fedeli..., op. cit., p. 256.

[19] Reconciliatio et paenitentia, 17.