La broma del cazador

Autor: Manuel Velis-Pacheco

 

 


Ya casi al final del día, el cazador encontró un escondrijo perfecto para pasar la noche fuera del alcance de las fieras del bosque.  Era una antigua cueva natural, cuya entrada examinó como buen experto.  Notó que del boquete de que permitía entrar en ella, pendían enormes hilos plateados, labor de las arañas que habían dejado como sello y aparecían como una hermosa cortina de seda. 

  • Parece un buen lugar para pasar la noche.  Ese oso que recibió el balazo debe andar cerca y furioso.  Si me encuentra, estoy perdido–– pensó para sí;

  •  ––  Esta cueva no ha sido habitada por mucho tiempo; eso lo indican las telarañas que se ven antiguas y cargadas de polvo.

            De un manotazo apartó los hilos de la labor arañil y, auxiliándose con  una linterna examinó detenidamente el interior no encontrando indicios de peligro en el interior.  Seguidamente se dejó caer sobre el suelo completamente extenuado e instantáneamente se quedó profundamente dormido.

            La noche avanzó y su sueño también.  Inquietamente y en una pesadilla, vio al oso herido huyendo de sus disparos y dos oseznos llenos de pánico, correr con rumbo desconocido.  Un suave roce en su cabeza lo despertó sobresaltado.  Allí, junto a su cabeza y sentado sobre su rifle, estaba el enorme oso negro que esa misma tarde había herido por la espalda.  El animal mostraba las huellas del desangramiento producido por la herida en la espalda y sólo atisbaba al cazador.  Él, como experto cazador, se fingió muerto, pero su espanto no tuvo límites, cuando escuchó al enorme animal decir:

            –– ¡Me muero! Un miserable cazador me ha herido por la espalda…  

            Nada más pudo escuchar el infeliz, su corazón le traicionó y, con una horrible expresión de terror quedó muerto, sin llegar a enterarse, de que aquel horroroso animal, no era tal, sino uno de sus amigos, que sabiendo que no era temporada de osos en el lugar, quiso jugarle una broma disfrazándose como tal.  Los oseznos que él vio correr eran únicamente dos perros gordos.  Total, el cazador fue muerto por la vista del oso; oso éste que no era oso herido.  El verdadero animal se ha escapado y, por una broma animal hoy se han quedado: viuda alguna mujer, huérfanos algunos hijos y el oso que no es animal, con una conciencia sucia y un balazo en su costado que para siempre lo obligará a caminar como oso y, eso le recordará para el resto de sus días: El animal es animal y el hombre, hombre debe ser.  Si el hombre imita al animal, es que no se siente tan hombre; y si, por ser muy hombre desprecia al animal, pues ya no será en verdad  todo un hombre.