Dando es como se recibe

Autor: Manuel Velis-Pacheco

 


Un fresco día de primavera, mientras las hojas de los árboles bailaban armoniosamente una canción que susurraba el viento, volvía de sus labores en el campo, Mamerto, un viejo labriego que siempre había soñado con tener dinero suficiente para comprarse su propia parcela  de tierra y así dedicarse por entero a la siembra de la cebada.  Ese día volvía encorvado por el peso de una bolsa en que cargaba sobre su espalda, la última colecta de la cosecha que había obtenido en la siembra de una parcela de arriendo.  Se avecinaban días de descanso para el viejo Mamerto.

            Optó por acortar el camino a casa y se decidió por atravesar la plaza del pueblo.  En la esquina opuesta a la fuente, como siempre se encontraba un viejo y andrajoso pordiosero que ávidamente extendió su mano para solicitar limosna al laborioso pasante.  El campesino sintió compasión por el viejo pordiosero y, poniendo su carga sobre el suelo introdujo sus dos rústicas manos en la bolsa y sustrajo un sendo puñado de fresca cebada que depositó en los andrajosos trapos del pedigüeño.  Seguidamente continuó su camino.

            En casa, Mamerto, vació el contenido de la bolsa en un pequeño silo de madera en donde iba guardando el producto de la siembra, siendo que atrajo su atención algo que brilló entre los granos de cebada.  Su sorpresa fue enorme cuando pudo descubrir gran cantidad de granitos de cebada dorados; se puso a reunirlos todos y cuando los tuvo juntos, su sorpresa fue aún mayor, cuando pudo comprobar que la cantidad era exactamente la misma que con sus manos había sustraído de la bolsa para regalarla al mendigo de la plaza.  Por un momento pensó estar soñando, pero de inmediato se dispuso a ir a buscar al anciano andrajoso para preguntarle acerca de aquellos extraños granos.  Por casualidad  se encontró con uno de sus amigos, quien al escuchar el relato de lo ocurrido y ver los granos en mención, se quedó de una pieza al descubrir que aquello era oro puro de la mejor calidad. Fueron juntos con el joyero del pueblo quien corroboró lo dicho por el amigo del campesino, quien dando un suspiro profundo, se quejó de no haberle regalado la bolsa completa al pedigüeño.            

            ¿Has compartido últimamente los bienes que Dios te ha dado? ¿Has descubierto que todo lo que has dado te ha sido retribuido con creces? Si no lo has hecho, comienza por experimentarlo.  Si entregas tu tiempo a las buenas causas, el tiempo que recibirás a cambio, serán tiempos dorados.  Si das algo material, encontrarás que te vuelves más libre y feliz, porque te mueves a un mundo en donde lo material no es lo esencial, sino que experimentas la belleza de ver en los demás la sonrisa que sólo el agradecimiento puede arrancar.  En fin, recuerda siempre que sólo dando es como recibimos.