¿Apedreas tú a los profetas?

Autor: Manuel Velis-Pacheco

 

 

Todo el camino de la humanidad ha sido construido con piedras. Las piedras que han servido para matar a los profetas. La historia misma, está caracterizada por una gran matanza de profetas.

            Pero todavía hay algo peor que lapidar a los profetas; el conmemorarlos después de su muerte. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos..., que edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos!...

            Son una manifestación de la mala conciencia de muchos.

            Al vil silencio de ayer, le suceden las demasiadas charlatanerías de hoy.  A la indiferencia y la sospecha, siguen las celebraciones y hasta rivalidades por agenciarse sus dones.

            La ley del sacrificio hace siempre que al final sean los cobardes y los prudentes los que tienen la palabra, porque los demás  la han perdido dando lo mejor que tenían.

            Los profetas no tienen necesidad de que nos despellejemos las manos con aplausos.  No quieren verse encerrados en un museo.  Exigen más bien que continuemos su testimonio por el camino del coraje, de la lucidez y del sacrificio.

            Muchos de los cristianos que conozco se están liberando de un espiritualismo absurdo que les ha traicionado; como reacción quieren ser ahora hombres y mujeres como todos los demás, hacer las tareas de todos los demás, no ser tipos excepcionales; aunque ciertamente como cristianos.

            Ser guía para el hombre, implica simplemente recobrar nuestra propia función profética. Aunque, para ello debemos antes disipar de antemano algunos equívocos comunes.

1.      El profeta lee el presente. El profeta tiene el sentido de la historia, por eso puede leer el presente, su ojo es tan lúcido que logra percibir cómo se cruzan las líneas del Reino de Dios con las líneas del hombre.  Descifra los hechos del presente, porque coloca la revelación eterna e inmutable de Dios en el punto de impacto de cada acontecimiento.  Es un hombre que ha comprendido el pasado, que no permanece en actitud de defensa frente al presente y que está abierto al futuro.

2.      Es un hombre libre. No está condicionado por los oportunismos.  No se ve aprisionado por las tácticas diplomáticas ni está vinculado a intereses de ningún género. Los superficiales, los tímidos, los conformistas lo consideran un rebelde. En realidad el profeta no sabe lo que es cálculo, la conveniencia, el arrivismo. Es libre, pero no es un rebelde.  La suya, es en definitiva, una desobediencia en nombre de una obediencia más alta: a Dios y su conciencia.

3.      Es un hombre capaz de escandalizar. El peligro de escandalizar, ha sido durante mucho tiempo un espantapájaros, plantado con frecuencia fuera de sitio, en cierta educación cristiana. Existe indudablemente un “escandalizar” que merece las palabras más duras de Cristo. Sería necio ignorarlo. Pero hay también un escándalo que representa una “obligación precisa” del cristiano; esto sucede, cuando se trata de desenmascarar la hipocresía, especialmente cuando adopta actitudes religiosas, de poner en crisis el desorden constituido, de levantar la voz en nombre de la justicia, del amor y la paz, aunque deberíamos saber, que la vocación del cristiano no es ser guardián del orden constituido.  No debemos confundir la justicia con la legalidad.

4.      El profeta sabe callar. Es el hombre de la palabra, una palabra dura, áspera como una piedra, que deja señal, pero es también el hombre del silencio. No habla a tontas y a ciegas. Reduce sus intervenciones a lo esencial. De esa forma, sus intervenciones siempre son escandalosas, porque brotan del silencio. Los silencios del profeta son inquietantes, lo mismo que sus invectivas.

5.      Es un contemplativo. La profecía madura en la oración y ésta viene de la contemplación de los actos Jesuíticos, vistos desde el ángulo perfecto de un cuerpo postrado ante la inmensidad de Su favor. No puede haber profetas sociales, solamente existen aquellos profetas hechos a base de la oración que viene de la contemplación. Es aquel que no ora para luego ser escuchado, sino el que ora para escuchar a Dios. Es aquel que está dispuesto a decir: Hágase Tú Voluntad…

 

Todos estamos llamados a ser profetas. Se trata de descubrir los puntos de convergencia entre el llamado que Dios hace y los impulsos propios nuestros. El profeta sacude a la iglesia dormida y la empuja a caminar, no por inercia, sino por el influjo del Espíritu de Dios.

No es un oficio fácil. Se encuentra mucha desconfianza, hostilidad, incomprensiones; se estorba mucho el camino y se dificulta para continuar con nuestro cristianismo cómodo y barato, pero no es para asustarse tampoco, ya Cristo nos lo previno de antemano, que tropezaríamos con el odio de mucha gente.

Finalizo esta reflexión, con las palabras de Mazzolari: Cuando uno gana solamente sufrimientos, cuando a uno le toca pagar personalmente, el camino es bueno. (Basado en Mt. 23: 37-38).