Dios, fuente de vida

Autor: P. Joaquim Meseguer García 

 

 

La sed es una sensación molesta que puede llegar a hacerse agobiante, pero es también un medio de defensa del organismo contra la deshidratación, al hacernos notar la necesidad que tenemos de agua; de otro modo, sin una sensación semejante, acabaríamos muriendo sin darnos cuenta. La sed nos impulsa a buscar el agua para saciar una necesidad vital; todos los seres vivos tienden hacia el agua; el salmista lo expresa con bellas palabras en una de las composiciones poéticas más hermosas de la Biblia y de toda la literatura universal, que ha dado lugar también a emotivas piezas musicales. 
Uno de los factores que ha marcado desde siempre la historia de la humanidad y que, sin embargo, creo que nunca se ha resaltado lo suficiente, ha sido precisamente la búsqueda del agua en vistas a lograr el abastecimiento y la supervivencia de la especie y de cada uno de los individuos. El agua es una necesidad vital y, a la vez, un derecho de todo ser humano. El agua es vida, riqueza y abundancia, y también es purificación y salud; el agua puede ser también muerte y transformación. Por todo ello, no es nada extraño que el agua haya adquirido también una simbología religiosa y que, concretamente en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, se haya visto en ella una expresión de la bondad, la gracia y el amor de Dios.
Desde muy antiguo, las fuentes, los manantiales, los ríos, los lagos y los mares han sido lugares buscados y altamente apreciados por los hombres por su estrecha relación con el agua; de algún modo, estos sitios no sólo son portadores de agua, sino que son ellos mismos el agua que contienen y transmiten. Así, cuando decimos que "Dios es fuente de vida", estamos diciendo que es la vida misma que se nos da en abundancia. En cuanto su ser, Dios es "agua viva"; en cuanto don que se da a sí mismo y se comunica es "manantial" y "fuente".

Joaquim Meseguer García, La fuente de vida. Obra inédita.